Faltas ejecutadas con maestría, detalles técnicos que marcan la diferencia, florituras para habilitar un pase al hueco, gestos que levantaban a esa grada que, con un puro en la boca, vitoreaba cada acción que tenía el sello de ese muchacho que marcaba la diferencia. Durante el pasado siglo, son tantos esos nombres que pusieron a este bendito balompié en tan alta posición que, para todos ellos, gracias por su entrega. Por su ropa manchada de barro, pero limpia de vergüenza.
Jugadores que, cuando tocaban el cuero, hacían que el público se limitase a callar, observar y aplaudir. Verdaderos valores de una competencia sana y honorable donde, como si de un combate de boxeo se tratase, ambos contendientes mostraban un envidiable repertorio de recursos destinados a contentar a unos aficionados menos degenerados que los actuales.
Aquella era una increíble forma de sentir los colores, tanto por los de dentro, como por los de fuera. Y es que, en esta era moderna, es impensable hallar un jugador con semejante compromiso. Con la intención de morir con los colores que le vieron nacer y que, durante su crecimiento, le aportaron los valores ligados a la lealtad de dicho juego.
Es imposible no pensar en determinados hombres que, con la misma entrega de cuando se enfundaron la elástica por primera vez, pueden sentirse orgullosos de haber simbolizado un movimiento, unos colores. Un ejemplo de ello es el grandioso Telmo Zarra, fallecido en 2006 y que siempre se mostró orgulloso de su espíritu “león”.
En su trayectoria deportiva, extendida de 1940 a 1955, fueron doce las temporadas que disputó en San Mamés hasta que, viéndose sobrepasado por las jóvenes perlas de Lezama, se decidió a abandonar el que había sido el club de su vida, recalando en dos conjuntos vascos de la Segunda División: SD Indautxu y Baracaldo Altos Hornos Vizcaya, ambos sin recibir compensación económica alguna. Durante esa larga etapa rojiblanca, estuvo distanciado de su ciudad durante unos meses en 1942, para poder realizar el servicio militar obligatorio en la ciudad de Ceuta.
Por él, y por todos esos pobres olvidados que dieron su juventud al club de su corazón, debemos volver a hacer del fútbol un entorno limpio de intereses externos y en el que el balón, esa esfera que nos tiene locos a tantos, sea la única protagonista.