Gonzalo DE MELO – Sí. Lo hay. Y responde al nombre de Stanislas Wawrinka. No es una joven promesa (en marzo cumplirá 29 años), ni tampoco ha salido de la nada. Hasta hace poco formaba parte de esa segunda fila de tenistas que, si bien le podía poner en aprietos en algún momento a los Top 10, no solía oponer una gran resistencia más allá de la admiración que siempre ha producido su bellísimo revés a una mano.
Constancia. Y cabeza. Esas han sido las claves de un tenista que, dejando de lado una final en la que Nadal no estaba para jugarla en condiciones de plenitud física, ha jugado un torneo para enmarcar. ¿O es que le vamos a quitar el mérito a un tenista que ha ido dejando por el camino a Djokovic en cuartos y a Berdych en semifinales?
La de Wawrinka es una historia de un tenista reconvertido y renovado a las puertas de los 30. El ganar un Grand Slam infunde admiración entre el público y respeto entre los rivales; y es que, guste o no, rompe una hegemonía de cinco privilegiados, con una semi dictadura de tres, que habían mandado con raquetas de hierro en el circuito.
Djokovic, Nadal, Federer (el triunvirato, las joyas de la triple corona), Murray y Del Potro. Los entendidos hubieran apostado, muy probablemente, por otros nombres antes que el del otro suizo: Berdych, Tsonga o Ferrer. Pero no.
Stan es ese anti ídolo, ese jugador al que le asoma algo la barriga, y con el que siempre dudarás de su estado físico. Es el fracasado. O así lo dice el tatuaje que lleva consigo: “Lo intentaste. Fracasaste. No importa. Inténtalo otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”.
De apellido polaco, con abuelos checos y de padre alemán y madre suiza, Wawrinka fracasó todos estos años (si es que ser tenista de Top 20 es fracasar en la vida) para mejorar, perfeccionar su servicio y su drive y levantar en Australia su primer Grand Slam.
Sacó mejor que nunca, su revés fue tan bello como preciso y eficaz, y su derecha, extremadamente plana, corrió por la Rod Laver Arena para decirle al mundo que él había fracasado, pero que el 26 de enero de 2014 era su día de gloria.
Stanislas Wawrinka ya no será el otro suizo. Ahora él, por derecho propio, se ha ganado que le conozcan por su nombre.
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