Fermín SUÁREZ – Por segunda vez en lo que va de temporada, el Barça ha encadenado dos derrotas consecutivas ante Atlético y Granada (en la primera, los verdugos fueron Ajax y Athletic), pero es incluso más llamativo que el Barça se haya quedado dos partidos consecutivos sin ver portería, estadística que pone de manifiesto la pobreza argumental en ataque y el grado tan acentuado de desenfoque de Messi. Más allá de que las críticas sean más o menos justificadas y de que tenga más o menos acierto de cara a puerta, al argentino se le debe exigir el punto de rebeldía de las estrellas, ese inconformismo que rompa cadenas y pajareras, y que tanto se echó de menos en el Calderón. Aunque la jaula que le preparen los rivales encorsete su juego, nunca debe aprisionar su amor propio.
Ante el Real Madrid, el escenario será diferente para Messi porque el equipo de Ancelotti suele deshilacharse en el centro del campo y dejar oquedades por las que los hábiles peloteros del Barça puedan infiltrarse (Xabi Alonso, el encargado de armar el andamiaje, no pasa por su mejor momento). Aunque el cerrojo se acentúe por la intensidad y pierna dura de los madridistas, Messi siempre suele encontrar pasillos en los Clásicos para dinamitar a base de conducciones largas que permitan romper líneas. Ésta será una de las grandes claves del partido: ante la embriaguez colectiva y ausencia de juego coral, acciones individuales como remedio.
Tal vez, ambos colosos del fútbol español lleguen a esta final de Copa del Rey en su peor momento anímico (Barça) y de convicción futbolística (Madrid) tras la eliminación de Champions y la zozobra en Dortmund, respectivamente. Además, ambos planteles acuden a la cita bastante menguados por las lesiones: Cristiano Ronaldo está descartado y Marcelo, Piqué, Bartra y Puyol son serias dudas para el encuentro.
No obstante, que el Madrid no pueda contar con su principal estrella será un arma de doble filo porque, seguramente, la motivación y el empuje colectivo serán superiores para mitigar su ausencia. Además, el equipo respira un poco más tranquilo, sabiendo que su suplente será un artista tan osado como Isco, capaz de jugar unos cuartos de Champions contra el Dortmund con Málaga y Madrid sin temblarse el pulso. Sin embargo, no estarán tan confiados con Coentrao defendiendo el flanco izquierdo y más si el Barça sabe explotarle sus muchos defectos, pero, conociendo a Martino y su poco amor por ensanchar el campo, posiblemente le haga hasta incluso un favor a Ancelotti.
Iniesta y Modric están llamados a ser los mayores generadores de fútbol | Getty
La final será un partido para Neymar y Alexis (o Pedro), para que desequilibren y rompan a Carvajal y Coentrao mediante su regate o la superioridad que generen con las incorporaciones de Alba y Alves (el brasileño no merece ser titular pero el conservador Martino no arriesgará). Además, hay que tener en cuenta que al plomizo Bale le cuesta un mundo desplazar su cuerpo para echar una mano en defensa, por lo que Alba y Neymar podrán percutir constantemente por esa banda. La receta pasa por Alba abriendo el campo e Iniesta filtrando asistencias a propósito de buscar la espalda de central y lateral, zona que el Madrid no ha sabido custodiar en los últimos Clásicos.
Para acabar, conviene resaltar la poca capacidad del Madrid para vencer en envites claves. Sin entender qué le empuja a la mediocridad, el conjunto de Ancelotti suele sufrir un cierto vértigo ante conjuntos de altura como Atlético de Madrid, Barça, Athletic o Borussia. Le tiembla el pulso, no refrenda la calidad estratosférica de sus estrellas y no juega como sabe, al contrario que un Barça que no suele fallar en las citas de copete (excepto en el Calderón). La nota preocupante es que llega tremendamente mermado en defensa hasta el punto de que la defensa podría ser la formada por Alves-Mascherano-Adriano-Alba, lo que supondría una pesadilla para defender los envíos al área del Madrid. Un Clásico siempre es un Clásico, y más teniendo en cuenta el atractivo precedente del Bernabéu, pero, éste, particularmente, se presenta como un duelo descafeinado, de una Copa del Rey no menos deslucida, que puede llegar a convertirse en la única alegría de la temporada para ambos.
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