Alejandro CENTELLAS – Dijo Ancelotti en la rueda de prensa anterior al partido contra el Borussia que era necesario marcar cuanto antes para acabar la eliminatoria. Fue una mezcla de conjuro, súplica y experiencia profesional. Cuando Di María se enfrentó desde los once metros a Weindenfeller, el pelo cano de Ancelotti se volvió medio rubio y sus ojos chispeantes. Había una emoción contenida. Era el momento que había vaticinado el italiano: gol fugaz y a trincheras con tres cuartos de clasificación en la mano. Pero quiso la mala suerte, o la mala pata de Di María, o la buena mano del portero que el gol no se produjese en aquel momento. Era el minuto 17, un escenario idílico para adelantarse en el marcador y todos los astros a favor. Pero fue la antesala del infierno.
Cuando el Borussia recuperó sus constantes vitales, comenzó a sembrar el terreno para la remontada. Concretamente el terreno del Madrid, que con tanta superioridad en la primera parte se quedó a caballo entre césped y barbecho. Los jugadores del Borussia se multiplicaron, hicieron lo que estaba en su mano y lo que no estaba se lo arrebataban al Madrid. La conclusión fue un repaso táctico, físico y técnico que se materializó cuando Reus se puso los galones. Un jugador de ensueño para el Borussia y una piedra puntiaguda para los zapatos del rival. De sus botas, y de la inusitada benevolencia de los jugadores blancos, llegaron los dos goles del equipo alemán. Fue una consecuencia lógica de una aplastante superioridad. Xabi Alonso y Modric estaban desbordados e Illarramendi comprendió que la Champions es para los adultos. En el frente, Di María, Benzema y Bale tenían un desierto minado por delante antes de saborear las mieles de la gloria.
Las cenicientas ya no son lo que eran, debió de pensar el Madrid. Si un equipo venido a menos, un “chollo” en el bombo del sorteo, sacaba a pasear las vergüenzas de un todopoderoso y obcecado Real Madrid camino de la Décima, qué no podrán hacer otros que sobre el papel son más peligrosos. El vértigo ya se había instalado en el cuerpo, y el pitido del árbitro que señalaba el final de la primera parte sonó como música celestial en las colinas del Parnaso. Había 15 minutos de armisticio y al Madrid le vino de perlas. Fue el momento también en el que Ancelotti desenfundó el boli rojo: Illarramendi, pisoteado en el medio por los jugadores bávaros y sospechoso principal de uno de los goles de Reus, iba a dejar su sitio a Isco. Con ello se restructuraba el Madrid: Di María formada el trivote con Xabi y Modric para que el malagueño se encargase de dormir la pelota entre sus pies y dar respiro a la defensa.
En la segunda parte el equipo blanco experimentó una mejoría engañosa. Teniendo en cuenta que peor que en la primera parte no se podía hacer, todo cambio mínimamente destacable era una bendición para el equipo de Ancelotti. Y lo cierto es que comenzó presionando, buscando las cosquillas a un gélido Hummels en la salida de balón y buscando apoyo en la habilidad de Isco. El malagueño fue uno de los puntos de inflexión de la mejoría del Madrid, los otros iban a aparecer después. De este levantamiento moral llegó el primer disparo del Madrid entre los tres palos. Bale cargó la izquierda y Weidenfeller la atajó. Minuto 49, primer disparo a puerta. Ver para creer. Mientras, el Borussia seguía a lo suyo, a un gol de empatar la eliminatoria y llevar el partido a una extenuante prórroga. Pero entonces emergió Iker Casillas. El mostoleño se puso la levita y repartió un par de milagros para la galería y para los empeñados en el manido debate. El resto de la obra la completaron los palos, que escupieron un remate casi mortal de Mkhitaryan. Otros de los nombres destacados fue el de Casemiro. Su salida al campo fue un soplo de aire fresco para el conjunto blanco. Incansable en el trabajo defensivo y con criterio para la salida de balón. Seguro que Ancelotti le ha empezado a ver con otros ojos.
Según pasaban los minutos, con un cronómetro al que se agarró el Madrid como su única salvación, el partido se resquebrajó y pudo ocurrir de todo. Benzema y Bale disfrutaron de dos ocasiones para maquillar la vergüenza del partido y el Borussia continuó luchando contra la corriente hasta quedar exhausto física y mentalmente. Lo cierto es que fue una oda a la fe incondicional en las posibilidades propias y, por encima de todo, al fútbol. Un Signal Iduna Park, que fue un hervidero, disfrutó de un Borussia inconmensurable, de otra época. El Madrid ya está en semifinales, a la sazón objetivo principal por el que se luchaba, y el Borussia salió de casa con la vitola de casi superhéroe. Esto es el fútbol, solo puede ganar uno, y esta vez le tocó al Madrid servir la venganza en plato frío.
Periodismo en la UCM por vocación, pasión y convicción. Me dejan escribir en @MadridSportsEs y @SpheraSports. Librópata y curioso por defecto.
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