Nacho GONZÁLEZ – A estas alturas de la carrera, toda presentación que se haga a la figura de Valentino Rossi resulta baladí. Hace demasiados años que buscar un calificativo novedoso para el italiano es toda una utopía. Es el gran icono del motociclismo contemporáneo, el mito que traspasa las fronteras de su propio deporte para adquirir relevancia mundial más allá de las pistas.
Es también estéril atreverse a pronosticar su futuro, bien sobre el asfalto o detrás del muro. De momento, sigue sobre la moto; y pensar que la batalla que libró en Losail frente a Marc Márquez pueda ser la última es una osadía que roza la insensatez.
No es menos cierto que los tres últimos años han significado un pisotón en el vals que Rossi compone y ejecuta a dúo con la historia; pero hasta entonces, encadenó los perfectos pasos que había trazado con precisión milimétrica, dibujando cada corchea con una maestría única hasta firmar la más bella sinfonía que recuerda el motociclismo moderno.
Cuesta recordar qué hubo antes de que cogiera la batuta, pero en los tiempos en los que Mick Doohan dirigía la orquesta, Vale no formaba siquiera parte del cuarteto de cuerda. Era uno más de todos esos niños que llegan al Mundial cada año, con un instrumento rudimentario y a medio afinar.
Todo el mundo recuerda su primer gran concierto, en su décima carrera en el Mundial. El 4 de agosto de 1996, el circuito austriaco de A1-Ring vio subir al podio a un Valentino Rossi de 17 años, sonriente en el tercer escalón del mismo. Dos semanas después, en Brno, subiría dos peldaños para aparecer por encima del resto, una imagen que hasta la fecha se ha repetido en 106 ocasiones. Pero aquel domingo de su primer cajón, nadie habló de él.
Un victorioso Valentino en 1996 | Getty Images
La escasa repercusión de su precoz logro no fue casualidad. Era difícil centrar la atención en ese niño que había quedado tercero, habiendo un niño un año más pequeño que él en lo más alto. Para más inri, también era italiano. Y con 16 años y 157 días, se había convertido en el ganador más joven de la historia, récord superado dos años más tarde por otro italiano: Marco Melandri; y más de una década después, por el británico Scott Redding. Aquel niño se llamaba Ivan Goi.
Medios de todo el mundo se hicieron eco de la proeza de Goi, al que los rotativos transalpinos colocaban como la gran promesa del motociclismo italiano, que vivía años dorados en las categorías inferiores de la mano de pilotos como Luca Cadalora, Loris Capirossi o Max Biaggi; pero aún carentes de un dominador de la clase reina, todavía nostálgicos de Giacomo Agostini.
Goi era ‘El Elegido’. Ya había sido segundo –tras Emilio Alzamora- en Assen tras partir desde la vigesimoprimera posición de la parrilla; y con su victoria en Austria colmó de entusiasmo a toda Italia, que por fin tenía ante sí esa gran estrella con la que había estado soñando.
Todo salió al revés. Goi no volvió a ganar, ni tan siquiera alcanzó su tercer podio. Aun así, corrió 75 Grandes Premios en el Mundial, todos en 125cc. Cinco temporadas consecutivas hasta 2000, y un tímido regreso en 2002 –para sustituir en dos carreras al lesionado Jaroslav Hules- supusieron un triste bagaje para un piloto llamado a hacer historia.
Tampoco encontró su sitio en el Mundial de Supersport, donde llegó a disputar diez carreras entre 2001 y 2005; mientras que su presencia en el Mundial de Superbike fue totalmente testimonial, corriendo cuatro mangas en 2006 sin lograr ni un solo punto.
Mucho antes, ya había vuelto a Italia, proclamándose en 2003 subcampeón de Supersport, donde se reencontró con la victoria. Permaneció dos años más en dicha categoría; y en 2006 pasó a Superstock 1000, finalizando tercero en su año de debut y donde; después de tres temporadas sin resultados reseñables, logró en 2010 el título más importante de su vida. Debutó en el italiano de Superbike con una décima posición final, y en 2012 decidió regresar a Superstock 1000, logrando el segundo título.
El año pasado realizó su segunda incursión en Superbike, finalizando cuarto con seis podios en diez carreras. En este 2014, en el que tendrá como compañero de equipo a otro ilustre veterano como Manuel Poggiali; confía en dar un paso más y hacerse con un nuevo título. A sus 34 primaveras parece haber alcanzado la madurez que probablemente le faltó cuando se convirtió sin querer en el efímero ídolo de los ‘tifosi’.
Han pasado casi 18 años desde el día en que esos dos adolescentes italianos coincidieron en el podio; y sus trayectorias no han podido ser más dispares. Pero a Ivan Goi siempre le quedará el recuerdo de haber sido el niño que un día hizo sombra a Valentino Rossi.
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