Joel SIERRA – Fútbol notable, dominio absoluto y uno de los mejores sabores de boca de todo el año. Así se fue el Inter de Milán al descanso en el Armando Picchi de Livorno. Cuarenta y cinco minutos abúlicos después, las sensaciones se hacían trizas y los nerazzurri volvían a dejarse puntos ante un rival asequible por tercer partido consecutivo para desesperación –ya inherente- de Walter Mazzarri, que sigue mostrándose incapaz de encontrar la tecla justa para hacer efectivo sobre el césped, el estilo que pretende implantar en sus jugadores.
Lejos del despropósito de Stramaccioni el curso pasado y pese a que Mazzarri intenta desarrollar un juego de posesión y control, el equipo peca de mecanismos planos, de un ritmo de balón denso y lento y de una falta de profundidad entre líneas acuciante, que le hace chocar una y otra vez contra las defensa rivales. Éstas, pobladas y retrasadas, ya saben perfectamente cómo plantar cara a los ataques del Inter hasta convertirlos en un embudo falto de imaginación y de difícil salida más allá de la frontal del área adversaria, donde las luces se apagan y reina la claustrofobia.
La intensidad de Guarín y la clase de Hernanes no son suficientes para desprenderse de esa superioridad casi forzosa y de escasa fluidez y las soluciones acaban por reducirse a tiros lejanos del colombiano o del brasileño o a balones colgados al área por parte de Jonathan, para que el oportunista Palacio los cace y los convierta en oro. Se echa de menos pausa, frescura, creatividad y clarividencia en tres cuartos de cancha -donde sigue habiendo necesidad de un elemento diferencial, vacuo desde la marcha de Sneijder- para poner fin a una habitual transmisión de apatía en la circulación que acaba por hacer del Inter un conjunto ofuscado, sin nitidez en sus ideas y, por tramos, incluso aburrido.
El clima se agita con cada mal resultado y los tifosi ya lanzaron su tormenta de pitos sobre el equipo en el último encuentro en el Meazza. Thohir ha dejado claro que construirán el futuro con Mazzarri pero el técnico toscano se sabe constantemente bajo una lupa gigantesca. Tres años sin competir de tú a tú con los mejores de la Serie A son demasiados y aunque se tome esta campaña como una transición necesaria, el cuadro interista no ha sido capaz de enlazar tres victorias de forma consecutiva en toda la temporada, ni ha perfilado un salto de calidad suficiente como para poder pensar en un crecimiento de tan elevada magnitud a corto plazo. “Necesitaremos dos años para volver a tener opciones de disputar el Scuddetto”, ha declarado Hernanes.
Con la Champions inalcanzable, la cuarta posición sigue estando a tiro de un partido debido al escaso rendimiento reciente de la Fiorentina -a quien los milaneses tienen el average ganado en caso de empate a puntos- pero Parma, Atalanta y Lazio vienen con el cuchillo entre los dientes por detrás. Una bajada de plomos que impida la clasificación europea sería un cataclismo de demasiada enjundia como para corroborar la continuidad de Mazzarri y de varios de los miembros de la plantilla.
Los murmullos del Calciomercato han sido una constante que ha venido entreverando al club prácticamente desde el inicio mismo de la campaña y con la palpable crisis actual de resultados, no hacen otra cosa que no sea crecer. Con Vidic oficialmente cerrado, las supuestas futuras incorporaciones van por caminos ciertamente sorprendentes. Centrales (Jeison Murillo), carrileros (Evra, Sagna, Bernat, Widmer), delanteros (Torres, Dzeko, Morata) o medios de contención (Obi Mikel, Casemiro) no parecen ser soluciones de garantía para los males del equipo y, sin embargo, apenas hay voces que señalen algún posible interés por centrocampistas capacitados para manejar los tempos y dar pases de gol, salvo el vago rumor que apunta al realista Rubén Pardo.
El magnate malayo, tras las incorporaciones de D’Ambrosio y Hernanes en enero, todavía tiene que hacer patente y llevar a la práctica el poderío de esa chequera abundante que dice poseer. Acertar el próximo verano en cuanto a incorporaciones se refiere, se antoja decisivo para saber si este Inter podrá aspirar a luchar por cotas más altas o volverá a saborear las hieles de la mediocridad. Ardua responsabilidad pero quién sabe, si es así, puede que en algún momento del próximo campeonato veamos a Walter Mazzarri sin ser un manojo de nervios exasperado y viviendo un encuentro de manera plácida en el banquillo nerazzurro. Que todo puede pasar y más en el Inter.
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