Alejandro CENTELLAS – Los primeros minutos de los partidos suelen ofrecer un diagnóstico bastante fiable de lo que puede suceder durante el resto del encuentro. Y en el Real Madrid había demasiadas cuentas pendientes, demasiadas visitas al psicoterapeuta como para andarse con rodeos. Lo primero que se pudo constatar es que el Real Madrid descansa su poder en las descargas eléctricas de sus hombres de arriba. De una de ellas llegó el primer gol del Real Madrid. Bale recibió un balón por banda, dribló a su marca y, esta vez, sí hizo caso de las recomendaciones. Fue generoso y puso una pelota con lazo en la pista de despegue por la que circulaba Cristiano. El resto, coser y cantar para el portugués. Pero también se vio que cuando Modric no está, el Madrid añora sus botas y su melena. Illarramendi pone interés en minimizar su ausencia, pero el vasco se siente más a gusto luchando en el barro que desfilando por la alfombra roja. Prefiere hacer el trabajo ingrato a hilar el juego del Madrid. Cuestión de gustos. Del mismo modo, vimos (o mejor dicho escuchamos) cómo el Bernabéu dictó sentencia en la portería. Móstoles ganó a Lugo. Igual que antes: cuestión de gustos y épocas.
Sin haber una superioridad manifiesta, el Real Madrid conseguía imponerse al Rayo en las cuentas globales. El equipo de Vallecas está construido con unas ideas galantes, con la mentalidad puesta en la posesión y el control como valores clave pero tiene dificultades para instalarlas en el campo. Y así se fue consumiendo la primera parte, con el Real Madrid viviendo del rédito de la efectividad y con el Rayo buscando el balón para protegerse. Aunque la protección fue insuficiente en jugadores como Bale (sí, uno de los visitantes del psicoterpeuta). El jugadores galés estuvo activo, poniendo a prueba la cadera de los rivales y buscando con ahínco salir del ruedo con la imagen lavada. A punto estuvo de marcar el gol que le hubiera dado un crédito extra, pero cuando la mente y las piernas no conectan, lo normal es que el porcentaje de acierto se reduzca.
Después de una primera parte con un Madrid diligente, moviéndose entre la chispa y la prudencia, el segundo acto se abrió de la misma forma. El equipo de Ancelotti continuó jugando con el depósito en reserva, quizás consciente de que el miércoles continúa la batalla en Europa. Aun así, aprovechó una subida de Carvajal, un jugador que llega mucho al área porque suele estar más cerca del área del rival que de la suya, para poner el gol que disipaba la tensión. No son nuevos; saben que un marcador ajustado puede ser una bomba de relojería que puede complicar mucho las cosas en algún accidente.
Si el fútbol se basa en protagonistas, con el paso de los minutos el Bernabéu ya firmó a Bale entre los fijos a llevarse el peso de los focos. Y fue gracias a los méritos del galés, que el menos de cinco minutos se adjudicó dos goles en su cuenta particular. El galés hizo leña del árbol caído, de un Rayo que no tenía la mente para más sufrimiento y se ganó el beneplácito de la parroquia blanca. Cuando hay acciones en las que se requiere velocidad, Bale es tan feliz como un niño con zapatos nuevos. Se le podrá discutir muchas cosas, pero de su potencia física pocas dudas caben. También le hizo un favor a Ancelotti. Con el partido resuelto, el técnico italiano dio minutos a los menos habituales y proporcionó descanso a los que se perfilan como indiscutibles el miércoles. Y uno de los recambios, Morata, se reivindicó como solo los goleadores natos hacen: con el gol como argumento. De sus botas nació el quinto gol del Madrid, de una calidad exquisita, que hacía la manita y que despejaba las incertidumbres hasta nueva orden.
Al final, la noche salió redonda para el equipo blanco. Los goles son el mejor remedio contra las dudas, y el Madrid pasó la tormenta con un partido justo en esfuerzo pero irrevocable en efectividad. El Bernabéu fue una fiesta que permite continuar soñando con una remontada. El tiempo lo dirá.
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