En el fútbol de México no existe un seguimiento a los proyectos como el mismo deporte lo demanda. El formato de la competición local, la obsesión por el dinero y la urgencia de éxito inmediato nos ha privado de ver el crecimiento de jóvenes promesas de esta disciplina que tarde o temprano terminan deambulando por el fútbol azteca.
En ningún momento este texto tiene la intención de demeritar la valía de los jugadores debido a que, desde mi punto de vista, ellos son los últimos que toman control en sus carreras deportivas en un medio atiborrado de promotores que sólo buscan el interés económico privando a grandes talentos de explotar sus máximas condiciones en el terreno de juego.
Por ello, encontraremos un gran número de ejemplos de este padecimiento a lo largo de la historia de nuestro balompié. Sin embargo, existe un caso en particular que motiva a reflexionar a todos los que formamos parte del ecosistema del fútbol mexicano. Hoy en día es absurdo presumir de dos títulos de categoría Sub-17 a nivel internacional cuando, de esos futbolistas, son contados los que continuaron con, mediano éxito, su andar por este hermoso deporte.
Fue en 2005 cuando Giovani Dos Santos, Carlos Vela y Héctor Moreno lideraron a un grupo de promesas mexicanas a conquistar el primer Mundial Sub-17 en la historia de este país y creímos que más de la mitad de esos futbolistas serían los líderes en un futuro de la selección mayor pero sólo estos tres lograron afianzarse en el representativo nacional.
Pero si este caso no bastó para hacer que los dirigentes del fútbol de México abrieran los ojos y desarrollaran un plan que lograra que los futbolistas juveniles tuvieran oportunidades reales para consagrarse en la máxima categoría, seis años después, la Selección Sub 17 de Raúl Gutiérrez conquistó el título de su categoría.
Volvimos a caer en la ilusión y juramos que ahora la generación de Antonio Briseño, Jonathan Espericueta, Carlos Fierro, Julio Gómez, Arturo González y Marco Bueno sería alejada de los intereses comerciales y encaminada a cumplir verdaderamente un proceso de maduración para brindarle todas las herramientas y así consolidarse en el fútbol de primer nivel pero nuevamente fallamos, o al menos eso parece.
El 4 de agosto México debe iniciar la búsqueda de otra medalla olímpica con sólo dos jugadores menores de 23 años que conformaron aquella generación de niños héroes de 2011 de los cuales, en su inmensa mayoría, deambulan por la división de plata del fútbol mexicano y solamente Espericueta pisó suelo europeo cuando tuvo una brevísima participación en el Villarreal B en 2014.
No se puede asegurar que esta se convierta en otra “generación perdida” de noveles promesas pero, la regla 10/8, la constante y preocupante contratación de futbolistas extranjeros de bajo nivel que engrosan las plantillas de primera y la falta de oportunidades para el futbolista nacional hará que continuemos siendo una promesa en fútbol infantil sin conseguir nada importante a nivel profesional.