Si hace 365 días alguien le dice a un aficionado del Leicester lo que iba a pasar éste le hubiese tachado de loco. Más aún si partimos de la base que Ranieri acumulaba fracaso tras fracaso en sus experiencias previas y que el equipo en sí se había salvado en el último suspiro de milagro.
Para la batalla – el objetivo evidentemente pasaba por salvarse – Ranieri formó un equipo a base de descartes y suplentes. Un equipo cuyo coste había sido de 54 millones de euros. Un equipo liderado por una dupla, Mahrez-Vardy, que costó 1,7 millones de euros. Parecían abocados al naufragio, pero creyeron, lucharon, callaron bocas y triunfaron.
Son un equipo. En el Leicester del primero al último tiene claro cuál es su rol, lo respeta y lo ejecuta de la mejor manera posible. Ranieri y sus jugadores eran conscientes de sus debilidades: no eran el mismo equipo con o sin balón. Con balón el índice de victorias caía considerablemente; cuando lo cedían, en cambio, eran más sólidos que nadie.
Como toda gran gesta la motivación juega un rol determinante. Ranieri, consciente de ello, prometió a sus jugadores invitarles a cenar pizza siempre que mantuviesen la portería a cero. Tal fue el efecto, que en más de 15 encuentros lo consiguieron. Motivación y resultado.
El triunfo del Leicester es el triunfo del fútbol más modesto. Demuestra que todo es posible, que con trabajo, esfuerzo y sacrificio cada uno puede conseguir lo que desee. O, al menos, estar más cerca de lograrlo.
Si el fútbol es maravillo es, al fin y al cabo, por gestas como las del Leicester. Miles de aficionados habituados a competir por no descender se vieron de repente inmersos en un sueño inolvidable. Ahora ya es igual lo que haga o deje de hacer en un futuro cercano, porque lo conseguido jamás será olvidado por los amantes del fútbol.