Sergio Rodríguez se ha embarcado en una misión: triunfar donde tiempo atrás no pudo (o no le dejaron). Este 13 de julio confirmaba lo que ya era un secreto a voces. Philadelphia 76ers pone sobre la mesa 8 millones de dólares para que el base español se enrole en sus filas. Su agente siempre dejó las puertas abiertas y cada vez que le preguntaban asomaba la posibilidad de retorno. El regreso del Chacho a la NBA, ciertamente, siempre fue cuestión de tiempo.
Nate McMillan fue un base correcto. Aseado, que diría Andrés Montes; buen defensor y disciplinado en ataque. Nunca lanzó a canasta 7 veces por partido en una temporada ni su media anotadora alcanzó jamás los 8 puntos. Era más bien de pasar la bola, y no lo hacía mal. Más de 6 asistencias por noche a lo largo de su carrera y ser aun hoy dueño del mayor registro en pases a canasta en un partido por parte de un rookie (25) dan fe de ello. Sin ser un gran tirador, sus porcentajes eran altos para ser un exterior, y eso se debía a que elegía muy bien cuándo tirar. Cerebral, sabía cuándo tocaba arremangarse y bajar el trasero en defensa. Garra, anticipación y una gran lectura a la hora de decidir ir al dos contra uno la sirvieron para colarse hasta en dos ocasiones en el segundo quinteto defensivo de la temporada. Y nadie, absolutamente nadie, es capaz de alargar una carrera hasta los 19 años si no es válido para el deporte que practica. Pero, dentro de tanto orden no cabe la inventiva. La imaginación nunca fue su fuerte, ni el arriesgar. Al final la memoria baloncestística reconoce el talento, y a los que son capaces de desplegarlo sobre la pista. Tal vez por eso, por ser su entrenador en Oregón, Sergio Rodríguez no tuvo el impacto que esperaba cuando, a los 20 años, decidió cruzar el charco para enrolarse en los Portland Trail Blazers.
Las decisiones de McMillan, un tipo al que le han retirado la camiseta (que es mucho decir por esos lares) y con un prestigio enorme en la liga, no se discutían. Lo malo es que Nate es un tipo muy suyo. Poco conocedor del baloncesto internacional a pesar de ser desde 2006 asistente habitual de Mike Krzyzewski en el USA Basketball National Team (ausentándose solo ocasionalmente) y nada amante de los experimentos. Tal vez, demasiado afectado por la derrota ante Grecia en su primer torneo con el grupo americano, decidió no ver la segunda semifinal del mismo, donde el que iba a ser su inminente base fue vital en la victoria de la selección española sobre Argentina, en ese momento campeona olímpica. Que España se hiciera con la medalla de oro en el Mundial de Japón parece que tampoco llamó la atención del técnico. Sergio, pese a todo, no iba a ser más que un extranjero en una competición que tenía poco que ver con aquello.
Tres temporadas en Portland que saben a años perdidos. No porque el Chacho no creciese como jugador, sino porque creo que todos pensamos que quizás en otro equipo, o permaneciendo en la Liga ACB, hubiese sido más importante ese tiempo en el mundo de la canasta. El talento existía, siempre estuvo ahí. Pero hay que dejarlo respirar. Cuando tuvo la oportunidad, aquellos días en los que se alineaban los planetas y el número de minutos, por una u otra causa era superior al establecido, el tinerfeño no lo hacía nada mal. Incluso sus compañeros parecían disfrutar con él en cancha. Aunque, posiblemente debido a su físico, penalizaba en defensa. Y entre los socios habituales en pista, la segunda unidad, tampoco existía un especialista que fuese capaz de tapar los huecos provocados por la falta de músculo o la menor explosividad del canario frente a bases americanos más atléticos (Dixon, Webster, Bayless o Rudy eran jugadores de más proyección ofensiva). La balanza siempre se inclinó hacia el debe, que para McMillan pesaba más que lo positivo.
La llegada a Sacramento Kings en verano de 2009 vía traspaso era aire fresco para los fans del canario, pero tras 3 años en el banquillo de un equipo que había crecido hasta por fin formar parte de la élite, regresar a lo más oscuro del torneo para seguir siendo un tipo que da descanso al point guard titular, sin aspirar siquiera a alcanzar una mínima cota colectiva, era una losa mental de difícil asimilación. Y ser de nuevo moneda de cambio colateral de un traspaso a New York Knicks que tenía en la figura de Tracy McGrady el principal atractivo acababa por asestar el golpe definitivo al ánimo de Sergio. Así que tampoco la Gran Manzana sería suficiente, ni el disfrutar de más minutos que nunca antes en la competición. No debo ir demasiado desencaminado si me atrevo a afirmar que por entonces la decisión de retornar a España estaba tomada.
Al mismo tiempo, su caché de pronto parecía borroso. Ver cómo te adelantan por la derecha otros bases nacionales en la selección de tu país debe doler. No podía ser que el que fuese jugador más prometedor de Europa se estuviese diluyendo perdido en otro continente. El campeonato europeo sub18 de Zaragoza quedaba ya lejos. Aquel que Sergio dominó por completo, siendo nombrado MVP tras promediar 19 puntos, más de 8 asistencias, cerca de 5 rebotes y un par de robos por partido. Aquel que terminaría de descubrir a esa joya que asomaba en Estudiantes y que la temporada siguiente acabaría siendo una realidad: jugador revelación de la ACB. Ese que en la 2005-06, se consolidaría, con apenas 19 años.
Tal vez Sergio no estaba preparado con 20 años para dar un salto tan abismal. O tal vez sí. Darle vueltas a eso ahora es plantear hipótesis sobre algo que ya no se puede cambiar. Sucedió, y ya. También es aprendizaje. A sus 24 estaba de vuelta y debía recuperar el tiempo perdido. En el horizonte un proyecto ambicioso donde volver a ser importante. Ettore Messina había llegado doce meses antes tras haber tiranizado Europa con el CSKA de Moscú para finalizar de una vez por todas con una travesía por el desierto que se había alargado en demasía en el Real Madrid. Sin embargo, el estilo del italiano no mezclaba bien con las aptitudes del tinerfeño. Eran agua y aceite. Duró poco ese mal avenido matrimonio. La frustración acabó con el técnico cuando ya en marzo se vio incapaz de enderezar el rumbo de una nave desnortada. El club blanco acabaría el curso a trompicones.
Llegaría el maná en verano de 2011. Pablo Laso arribaba en la casa blanca y el juego de Sergio, caracterizado por la rapidez, la facilidad de desborde, manejo de balón y capacidad para cambiar el ritmo de los partidos era por fin redescubierto. Un Rodríguez más maduro a la par que aun joven, y que había mejorado su tiro exterior, lectura del juego y, en menor medida, su defensa, apreciaba la luz al final del túnel. En Madrid ocurría lo mismo. La Copa del Rey y unas apretadas finales ante el Barcelona (a las que se llega tras unas eliminatorias previas tremendas por parte de Sergio) permitía a los aficionados merengues soñar con un cambio de tendencia que acabaría por producirse en la temporada 2012-13 cuando, con el Chacho en el primer quinteto del campeonato, el Real Madrid se alzaría con la máxima competición nacional por primera vez desde 2007. Paralelamente, en medio de la vorágine, un regreso por todo lo alto a la selección nacional, formando parte de los doce que se llevarían una medalla de plata con sabor a oro tras jugarle de tú a tú al invencible colectivo estadounidense. El resto es historia. A pesar de que se escapase la liga en 2014, el equipo blanco se convierte en referente nacional, refrendado por un 2015 de ensueño, con pleno en todos los torneos y que llevaría a las vitrinas la ansiada Euroliga; y con la selección, un oro europeo tras la vuelta al banquillo de Sergio Scariolo debido a nefasta dirección de un Juan Antonio Orenga que llegó a hacer pensar que el ciclo glorioso acababa con él (aun habiendo logrado un bronce continental en 2013). Ya en el presente, con tantos títulos bajo el brazo, parece que cualquier objetivo ya ha sido alcanzado antes. Luego va en el carácter de cada jugador afrontar un nuevo reto o decidir seguir escribiendo páginas de una historia recorriendo caminos sospechosos de haber sido ya andados anteriormente. Este segundo caso, también respetable, sería el de Llull o Rudy Fernández: a fin de cuentas, ampliar palmarés no suena mal. Aunque si lo que te mueve son los desafíos, esa opción nunca será la más cómoda.
Philadelphia no es tan mal destino, que nadie se equivoque. No para lo que ambiciona Sergio. Apartando el jugoso salario, que tampoco está de más; 10 veces superior al percibido en su primer año en los Blazers y que le convertirá en el jugador mejor pagado la plantilla del estado de Pensilvania, está la motivación de ser timón de un roster inexperto pero muy capaz. Solo Carl Landry y Elton Brand superarán en edad al español. Imagino que desde fuera, dejar uno de los mejores equipos del viejo continente, en el que aspiras a seguir ganando, por la peor franquicia en los últimos tiempos de la NBA puede resultar ilógico. Yo creo firmemente que eso debe cambiar este año. Los Colangelo, que habitan desde hace poco las oficinas del Wells Fargo Center no pueden permitirse fracasar. La propia liga ha presionado para que la dinámica cambie de una vez por todas en los 76ers. La temporada más nefasta de la historia debe ser semilla y a la vez acicate para la metamorfosis. La palpable capacidad para jugar a esto de chicos excesivamente jóvenes debe paliar hasta cierto punto su inexperiencia. Ben Simmons, la gran esperanza de la franquicia, directamente es baloncesto, poesía sobre el parquet: el número 1 del último draft amenaza con el impacto inmediato. Y luego los Okafor, Noel, Embiid, Stauskas… Mimbres suficientes para, al menos, competir. Y ahí tendrá Sergio que dar un paso adelante. Su primer objetivo será liderar a partir de su veteranía a un puñado de muchachos con las aptitudes necesarias, pero sin la rutina del hábito a la hora de canalizar su destreza. Las cualidades de la mayoría de sus compañeros encajan además en el tipo de baloncesto que le gusta proponer al Chacho. Y los Sixers le ofrecen algo aún más importante: la posibilidad de destacar por fin, de ser significativo en la competición. En buena lógica los minutos del canario deberían ser muchos, otorgándole una continuidad necesaria para desplegar la totalidad de su universo como creador de juego. Sin nada que perder esta vez. Bajo los focos de un escaparate que puede ser también trampolín hacia cumbres superiores. Que haya firmado solo un año tampoco es casualidad. No deberíamos extrañarnos si la carrera de Sergio se prolonga en los Estados Unidos, sea o no en la ciudad que será desde octubre su casa.
Creo que la barba de la ACB ha actuado bien, ha tomado una decisión acertada. Por lo económico y por lo deportivo. Pero sobre todo por lo personal. El camino de este viaje es el propio reconocimiento. Saber hasta dónde. Alcanzar el límite como jugador. Ese que tras una vida botando una pelota naranja posiblemente siga sin haber llegado. El destino sigue esperando. La Salle, el Tenerife Baloncesto, el Siglo XXI, donde comenzaban todos esos sueños que le trasportaban siempre al mismo lugar: la mejor liga del planeta. El Estudiantes y su deseo de probarse. Un batacazo al otro lado del charco que también fue crecimiento. Y la gloria de blanco. También de tonalidades rojas que vuelven a brotar los veranos. Ahora es el momento, es el lugar. A sus 30 años, suficientes para estar curtido. A sus 30 años, cuando todavía prevalece la frescura.
Pienso que esta vez es la vez, Sergio. Nosotros trasnocharemos para seguir disfrutando de tu magia. Haznos un favor: demuéstrales a los yankees que hace una década no te equivocaste tú, sino ellos. Pero sobre todo, disfrútalo. Ya no hay presión, paisano. Sal a divertirte, como siempre has hecho.
Tenerife. Estudié sociología aunque siempre he estado vinculado al mundo de la comunicación, sobre todo haciendo radio. Deporte en general y baloncesto más a fondo.
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