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Deporte con estilo (III): Lenguaje de andar por casa

Hace tiempo que una buena parte del periodismo decidió acercarse a las formas más coloquiales del idioma con el firme propósito de construir un discurso lo más sencillo y accesible para llevar su mensaje a todos los públicos y así agrandar una audiencia que, en el caso del deporte, es especialmente amplia y heterogénea.

Con la clara prioridad de igualar por abajo en vez de mantener el listón idiomático a una altura adecuada para ser más formativo, la mayor parte de los medios dedicados al deporte -la tendencia, cada vez más acusada, se ha extendido a otros medios generalistas- han incorporado a su repertorio léxico habitual un número creciente de voces y expresiones procedentes de la calle, algunas de las cuales han encontrado acomodo en diccionarios tras años de uso reiterado.

Así, los equipos «se ponen las pilas» (trabajan con dedicación) para, llegado el momento «enchufar» (marcar) unos cuantos «chicharros» (goles) y mantenerse en «la pomada» (en lo más alto de la clasificación y con opciones al título) y procurar que en el club reine el «buen rollo» (tranquilidad) entre directiva, cuerpo técnico y jugadores. Tratarán de evitar que «una torrija» (desfallecimiento) o «una empanada» (un mal trance) provoque un mal resultado, que haya «mosqueos» (enfados) entre los aficionados o que un entrenador monte «un pollo» (un alboroto), ya sea por perder o porque el árbitro le haya «birlado» (no le haya señalado) un penalti claro.

De todas maneras, hay entrenadores a los que realmente les «pone» (excita) polemizar en ruedas de prensa, a menudo «se rebotan» (se enfadan) con las preguntas de los periodistas y «se pillan grandes cabreos» (se disgustan) sobre todo cuando las cosas ya no «pintan de lujo» (van muy bien) y empiezan a torcerse, porque son conscientes de que, en circunstancias adversas, suelen ser los primeros a los que los presidentes «se cargan» (destituyen).

En momentos de incertidumbre, a la hora de hacer un pronóstico nadie se «moja» (se arriesga), ni ante rivales «chungos» (complicados) y ni ante aquellos otros que están realmente «tiesos» (en baja forma) o «como un flan» (en un estado de nerviosismo que le impide actuar con normalidad). A los conjuntos con futbolistas que cobran tantos «kilos» (millones -aunque originalmente solía referirse al peso aproximado de un millón de pesetas en billetes de 1000, se le sigue llamando así en euros-) la hinchada les exige, cuando menos, que «se lo curren» (se esfuercen) en el campo y que sumen victorias, aunque estas sean de «chiripa» (carambola), de «potra o de «churro» (con suerte).

Al final, el resultado es lo que de verdad importa, por mucho que uno las «pase canutas» (sufra mucho) ante un oponente que «dio mucha leña» (jugó duro) o el partido haya sido «un pestiño» (horror), de «pelotazo y tentetieso» (a base de desplazamientos del balón en largo) y resuelto gracias a una jugada aislada en la que el lateral «se la puso a huevo» (en situación favorable para conseguir algo) al mismo delantero que en la ocasión precedente falló por «chupón» (individualista).

Si los equipos la «palman» (caen eliminados) a las primeras de cambio, reciben «un palo» tremendo (una gran decepción), y si llega la crisis, se levanta la veda para «meter caña» (censurar) y «dar estopa» (fustigar) a quien corresponda. Entonces se «arma la marimorena» (el caos total): unos «rajan» (hablan sin discreción) más de la cuenta y otros que están «hasta el gorro» (hartos) -sobre todo aficionados, pero también medios de comunicación- claman para que se haga ‘una limpia’ (criba) en la plantilla con vistas a la temporada que viene.

Aunque estas expresiones puedan considerarse como socialmente aceptadas por el mero hecho de que hay un gran número de personas que las profieren, lo cierto es que el empleo asiduo de coloquialismos en el lenguaje periodístico tiene efectos perniciosos al desplazar a otras formas más cultas y restar calidad y riqueza de matices al léxico empleado, alejando así al informador de la función de formar que le corresponde por responsabilidad social.

Además, se trata de una apuesta arriesgada, porque rebaja el nivel exigencia al profesional, que escribe o habla más por inercia o improvisación que como fruto de un verdadero esfuerzo intelectual y se acomoda en un estado de laxitud permanente, que lo puede aproximar al error.

Tanto es así que la tendencia hacia lo popular en ocasiones degenera en la utilización de expresiones vulgares y malsonantes, que resultan indecorosas e incluso groseras y ofensivas para el público receptor (no es lo mismo decir «pájara» que «caraja», mucho más soez esta última, como tampoco es igual que un protagonista diga en rueda de prensa «el puto amo» a que el periodista lo escriba igual -y lo haga sin comillas incluso llegado el día en su afán de titular sensacionalmente-). De una forma u otra, el gran damnificado es el receptor.

Cabe, por tanto, plantear la idoneidad de que en el ámbito periodístico en general, y en el deportivo en particular, se acometan mejoras idiomáticas desde los medios de comunicación y, sobre todo, que se hagan teniendo en cuenta el público al que se dirige; sin dar por hecho que todas las personas que los siguen esperan ver, oír o leer las mismas palabras y expresiones que habitualmente se escuchan en las tabernas de barrio, sin perder de vista que en el periodismo no todo vale y que los niveles léxicos que se alcanzan deben situarse siempre a la altura adecuada. El lenguaje periodístico es algo más, mucho más, que un lenguaje de andar por casa

Sevilla. Periodista y profesor universitario. Periodismo, lenguaje y deporte.

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