Fermín SUÁREZ – El de Anoeta fue el onceavo tropiezo de la temporada (7 empates –tres de los cuales contra el Atlético, el resto en El Sadar, San Siro, Ciutat de València y Anoeta en Copa–, y 4 derrotas –Amsterdam Arena, San Mamés, Camp Nou contra el Valencia y Anoeta en Liga–). Justo ahora cuando la opinión pública más se encarniza con el juego del equipo, menos catastrófico me parece todo. Y eso que yo he sido crítico desde principio de temporada con un Barça de retórica desgastada, complacencia contrastada pero con todavía yacimientos ingentes de calidad por extraer.
Al igual que ante el City extraje conclusiones por la brillante victoria, también quiero hacerlo esta semana con la dolorosa derrota:
-Sin continuidad. En apenas cuatro días, ¿puede un equipo mutar completamente? Más allá de la nebulosa del Tata y del colmillo exhibido por la Real (esta vez sí apretaron los dientes y lucharon el partido, a diferencia de la vuelta copera), la apatía con la que los jugadores del Barça actuaron me da la razón cuando, desde hace tiempo, llevo señalando que este equipo se aplica cuando quiere, sabedor de que con el freno de mano y la calidad que atesoran, suministrada en dosis episódicas, ya tiene suficiente para vencer. Además, las lagunas a balón parado confirman esta hipótesis porque no hay acción que ponga más en evidencia la actitud de un equipo que la defensa de la estrategia, una mera cuestión de concentración y fe.
-Sin intervencionismo. Otro factor que ya sabíamos de antemano. Un entrenador que se pliega ante el vestuario difícilmente tiene luego la autoridad para sentar a algunos jugadores en el descanso por incomparecencia y pasividad. En Anoeta, por primera vez en 42 partidos, el Tata introdujo una defensa de tres para volcarse en ataque (ante el Valencia también lo hizo pero fue como consecuencia de la expulsión de Alba). Eso sí, tampoco le salió bien la jugada porque el Tata cometió un error habitual cuando se necesita imperiosamente ganar pero no se tiene claro cómo: acumular mucha gente en ataque, con riesgo de que se estorben, sin tener en cuenta el origen del problema (la poca generación de fútbol por un centro del campo anquilosado). Quitó a un Montoya que aunque no culminara bien sus acciones estaba percutiendo al ser el único que ensanchaba el campo, y metió a Alexis, en vez de coaligarlos para potenciar ese carril. Prescindió de Xavi y de Alves, dos elementos importantes que le hubieran dado otro sentido al juego.
-No cambia nada. El Barça sigue siendo candidato a cabalgar todas las competiciones y, a la vez, a ser descabalgado de todas ellas, a partes casi iguales. Ya no es el de antes, sus jugadores ya no se expresan igual con el balón, ya no presionan con voracidad, ya no golpean sin piedad, pero da hasta cierto punto igual porque eso ya le basta para superar al City, plantarse en la final de Copa y pelearle la Liga con garantías al Madrid (una vez el Atlético ya se ha desbravado). Juegan a la carta pero con gran amor propio. Además, cuando mastican compromiso, siguen siendo un equipo muy difícil de vencer, añadiendo a su ya de por sí refinada técnica, un gran acorazado de competitividad.
-Decisiones. Fundamentales en esta vida, pero tremendamente comprometidas. El Tata acertó ante el City pero se equivocó de nuevo ante la Real. Pero, sin entrar en decisiones puntuales y epidérmicas, el Barça ahora se está dando cuenta (y pobre del que no lo asimile porque la caída será más dolorosa) de que este equipo empieza a tener, términos económicos en mano, rendimientos decrecientes. Sigue creciendo pero a menor ritmo. Sigue creciendo pero apenas se aprecia evolución, señal inequívoca de la fatiga de minutos y de títulos que este equipo ha ido acumulando. Se avecinan tiempos de decisiones.
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