Mamen Hidalgo | Corría el minuto 63 en Anfield cuando Firmino recibió el balón cerca de la banda izquierda y dejó a Roberto Soldado con la cara de quien pierde el metro en el último instante. La desolación del delantero del Villarreal, que se abría de brazos reclamando impunidad, se sintió en cada estómago de los asistentes al histórico partido de semifinales de la Europa League. Pero el foco ya no estaba en él, en su gesto de derrotado, sino en el once ‘red’, que en un alarde de improvisación cambió el fútbol por la magia rememorando la ruleta de Zidane en un movimiento de vértigo. Una pisada suave, como si se tratara de un gato amasando una manta, para después girar a la velocidad de la luz sobre sí mismo. Una jugada con la que el 99% de los futbolistas se destrozarían las rodillas, y que para el brasileño pareció lo más fácil de su carrera. Hasta entonces su nombre había sido ‘30 millones de libras’. Ahora es simplemente Roberto ‘Bobby’ Firmino.
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Firmino llegó del Hoffenheim con un cartel en la frente que le recordaba su precio cada vez que se miraba en el espejo. 30 millones de libras, por entonces casi 40 millones de euros, eran una losa en la espalda del mediapunta brasileño. Su calidad no estaba en duda, pero se le exigía de inmediato una capacidad de liderazgo ante la que se veía incapaz de responder. Y más si Brendan Rodgers le pedía realizar tareas a las que no estaba acostumbrado, como defender. Lejos de Benteke, sus opciones de enganchar una asistencia o un gol eran remotas. Pero entonces llegó Klopp, quien solo necesitó un mes para reajustar el ataque y situarle en punta alternando la posición con Coutinho.
Visión de juego y gol empezaron a ser conceptos asociados a su resurgir en todas las crónicas. Los datos le respaldaban, y terminó esta temporada siendo el máximo anotador y asistente del equipo en una actitud propia de quien no reaccionó bien al disparo en la línea de salida pero pretende llevarse metal con números que hacen a Klopp ratificar su valía. “Las críticas no fueron una sorpresa para mí, porque Roberto no jugaba en el Bayern o el Dortmund, así que en Inglaterra no le conocían”, explicó el técnico. “Lo que nos enseña es que no hay que juzgar tan pronto a los nuevos fichajes”.
De repente Liverpool empezó a llenarse de bufandas y banderas brasileñas. “Firmino & Coutinho: catch them if you can”, rezan los souvenirs de Williamson Square y Church St. Allí, junto a la tienda oficial del Liverpool, los niños colocan unas porterías de miniatura para hacer retumbar el balón en una plaza donde se mezclan el teatro clásico con el fútbol y las compras compulsivas. Una amalgama tan extraña como la de la garra de Milner y Can con la clase de estos dos brasileños.
Hasta la eliminatoria del Villarreal, los críos llevaban la camiseta de Philippe Coutinho. Hasta entonces el diez del Liverpool había sido la punta del iceberg futbolístico que estaba por llegar en Anfield. El exjugador de Espanyol e Inter se había encargado en solitario de infundir el miedo en sus máximos rivales, incluido el Manchester United, al que se cargó en cuartos de la Europa League con un gol en Old Trafford.
Mourinho pasó su peor Halloween el pasado 31 de octubre. Fue entonces cuando un chico de 23 años y apariencia de 15 dio la estocada a su carrera en el Chelsea. Esa tarde el brasileño más aclamado de Merseyside se sacó dos latigazos que todavía se escuchan en las paredes de Stamford Bridge. Primero con la izquierda, después con la derecha, pero siempre donde la escoba de Begovic fuese incapaz de llegar. Klopp enloquecía en lo que supondría un anticipo de 2016. Con el técnico alemán en el banquillo los éxitos no podrían tardar en llegar. Mignolet dejó de retratarse en los encuentros, Sakho y Lovren ya no eran un coladero, Lallana terminó de explotar, Sturridge dejó de lado la sombra en la que se había convertido, y Firmino se había deshecho de la losa nada más entrar por la puerta de Bob Paisley.
“Samba scouse”, muestran las camisetas de moda en la ciudad. El carácter del técnico alemán llevó al grupo a la senda de los títulos, y en el camino arrasó con las dudas de los dos líderes sobre el terreno de juego, que ahora empiezan a sonreír. “Es un genio”, dijo Klopp de Coutinho tras meter pie y medio en las semifinales de la competición europea. Esa noche el carioca había tomado el mando en una noche histórica, por la entidad del contrincante y la rivalidad existente entre ambas ciudades. Para la vuelta, Anfield ya se había olvidado de los Beatles y bailaba samba. Para la final de Basilea ante el Sevilla, Liverpool ya solo habla un idioma y tiene un lema: Firmino y Coutinho, ‘atrápalos si puedes’.
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