Se dice por ahí que quien tiene magia no ha de recurrir a los trucos. Por eso él no necesitó que ningún periodista le pusiera nombre a alguno de sus regates. Ni una gran campaña mediática a su favor, de esas que tanto se estilan en los días que corren. Tampoco precisó de premios individuales que lo coronasen como el mejor en alguna de las suertes del fútbol. Aunque no sé si le habría gustado que algo así llegara; a fin de cuentas, solo es un buen tipo con una chistera inagotable de recursos que conseguía llevar a cabo la gran premisa del colosal Johan Cruyff. El gran maestro neerlandés dijo una vez que jugar al fútbol es muy sencillo, pero jugar un fútbol sencillo es lo más difícil del mundo. Juan Carlos Valerón jugaba un fútbol sencillo. Voy más allá: era el fútbol sencillo; y para eso es necesario tener un talento natural distinto. Ése que marca la diferencia desde una mente aventajada, a partir de un instinto que no se entrena. Solo unos pocos privilegiados hacen que parezca que cualquier mortal pueda dedicarse a darle patadas a un balón. Lograr algo así también es método de ilusionista.
Si miramos los logros del canario comprobamos que tal vez no tenga un excelso palmarés, es cierto. Pero por contra se ha ganado un hueco en la memoria colectiva del aficionado. ¿Acaso alguien recuerda aquella Grecia de Otto Rehhagel? Probemos otra vez… ¿La naranja mecánica? Pues la primera escuadra fue campeona de Europa en 2004, mientras que la segunda jamás alzó trofeo alguno. Sin embargo, nos embriaga el aroma de aquel conjunto de los 70. Y es que quizás, en el fondo el fútbol sea para románticos, para los que se enamoran. Aunque te parta una y otra vez el corazón, que lo hace. Algo así ocurre con el flaco. Poco nos importa que su vitrina no sea más amplia. ¡Qué más da! En nuestras pupilas queda un archivo infinito de quiebros imposibles, controles inauditos, pases a ese hueco que no fuimos capaces de adivinar ni con la ventaja que proporciona la grada o la televisión. En la retina está ese gol maradoniano con el Mallorca, sus chispazos en el Calderón o su conexión con aquellos delanteros de clase mundial que a principios de siglo perforaban las mallas rivales vistiendo la elástica del Deportivo. Mención aparte merece el equipo de su tierra, la Unión Deportiva Las Palmas, club que dejó en su día tras ascender a segunda división y al que regresó para dejarlo en primera y disfrutar de una última temporada visitando de amarillo, con el escudo del club de su isla en el corazón, los campos de los equipos más importantes de España.
Y con todo, Valerón no es solo eso. Está muy lejos de ser solo eso.
Hace apenas unos días estuve en Las Palmas de Gran Canaria. Yo soy tinerfeño (chicharrero que suele decirse, pese a que el gentilicio se refiera a los nacidos en Santa Cruz) y en una terraza mientras tomaba algo, hablaba con una devota del equipo de su tierra y fanática del de Arguineguín. No podía (más bien no quería) creerse que el mago hubiese convocado una rueda de prensa el día posterior. Lógicamente se intuía su despedida. Ella estaba destrozada. Lejos de no comprender su sentimiento, me sentí muy cercano. La culpa en este caso es del protagonista. ¿Cómo explicarlo? Igual que hay asuntos mayores que no son propiedad de alguien en particular existen jugadores que son de todos. Yo, incondicional del eterno rival me sentía también vacío esa noche. Valerón es de los aficionados a la Unión Deportiva, y de los seguidores del Real Mallorca o Atlético de Madrid. Sin ninguna duda es un ídolo en La Coruña, donde entregó sus mejores años. Pero además es de todas las personas que viven el fútbol, que sienten el fútbol, que aman el fútbol. En esa charla me lo compararon con Iniesta. El símil no podría ser más acertado. ¿Alguien en su sano juicio puede no ser feliz viendo a don Andrés flotar sobre el verde? Por talento y por carácter, con el canario ocurre lo mismo. Y ahora que se va, no deja huérfana a una u otra afición, sino al mundo del deporte. Ese sentimiento de tristeza se debe a que sabemos que lo vamos a echar de menos. Todos, sin excepción.
Esas cosas se ganan a pulso
El respeto, que lo aplaudan en todos los campos, que hasta los más pequeños quieran una foto a su lado, o que las mayores estrellas muestren admiración por un futbolista que a sus 40 años permanece en la élite (que esa es otra)… Eso está al alcance de muy pocos. Estoy seguro de que tiene mucho que ver con la clase. La clase como profesional y la clase como persona. Tal vez ahí haga la mayor diferencia. Jamás una mala palabra o un tono de voz inadecuado, nunca una protesta, siempre una sonrisa. Algunas personas son tan puras que al final no te queda más remedio que amarlas, a pesar de defender intereses opuestos. Valerón jamás fingió una lesión, nunca se le vio perder tiempo o reclamando una tarjeta por recibir una entrada demasiado dura que pudiera poner en riesgo su físico. Tampoco se excusó cuando no le salían las cosas como quería o el entrenador de turno pensara que debía ser el elegido para ceder su puesto en el campo a un compañero. Él siempre recto, aprobando, sin quejas. Ni siquiera cuando las lesiones vinieron para hacerle daño y teñir sus días de gris se encaró con los dioses del balompié. Únicamente trabajó con la mejor cara y regresó tantas veces como fue necesario. En ese sentido su espíritu fue (es) incansable.
No sé si somos del todo conscientes de lo que está ocurriendo. Imagino que dentro de algunos años contaremos a los más jóvenes la historia de un tipo que no era potente, ni rápido, que no saltaba mucho, que parecía de todo menos un futbolista y que, sin embargo, dominaba partidos, marcaba los tiempos como nadie y se adelantó a su era. Porque nadie pone en duda que incluso en la selección española más destacada Juan Carlos Valerón habría tenido sitio. Que le pregunten a Silva, lo más parecido que ha dado Gran Canaria, o al mismo Vicente del Bosque. Que le pregunten a cualquiera. Y a ver si encuentran a alguien que no rinda honores al 21. Sirva un comentario de Pep Guardiola para valorar la dimensión de este jugador: “Valerón es el jugador con el que mejor me he entendido. No se equivoca nunca. Me recuerda a Zidane. Nació genio y morirá genio”. Y el de Sampedor algo sabe de esto.
Sí, definitivamente estoy de luto. Aquí, en Tenerife. Geográficamente lo más cerca posible de Gran Canaria. Deportivamente lo más lejos imaginable en rivalidad (que no enemistad) de la Unión Deportiva Las Palmas. Así que entiendo que este dolor es global, que nos alcanza a todos en mayor o menor medida. Mas inevitablemente, a estas alturas solo nos queda aceptar que la edad no perdona a nadie. Pero sin embargo, sintiéndonos afortunados por ser contemporáneos de la “era Valerón”.Y pensar en positivo sabiendo que la magia permanece en el recuerdo. Por lo que en cierto modo el flaco se queda aunque se vaya. Como una estrella fugaz él continuará su camino, pero su luz nos seguirá iluminando a todos.
Hasta siempre, mago. Gracias por tanto.
Tenerife. Estudié sociología aunque siempre he estado vinculado al mundo de la comunicación, sobre todo haciendo radio. Deporte en general y baloncesto más a fondo.
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