Gianni Brera es uno de los personajes más influyentes de la historia del fútbol. Sus crónicas sirven como testimonio de la mayor parte del Calcio durante cuatro décadas y a través de sus filias y, en este caso, sus fobias, se pueden entender las tendencias que se han seguido hasta el fútbol actual y también reconstruir la visión de cada época sobre personajes concretos.
Una de las grandes aportaciones de Gianni Brera fue la introducción de neologismos en el lenguaje futbolístico, enriqueciéndolo y estandarizándolo. A veces inventando términos, otras adaptando palabras de otros ámbitos o expresiones dialectales al fútbol. A él le debemos el uso actual de líbero, centrocampista, goleador o contragolpe. Aunque en este caso, la figura protagonista es la del abatino.
El propio Brera lo define así: “Es un término del Settecento [siglo XVIII] referido a un hombrecillo frágil y elegante, tan dotado de estilo que parece amanerado, e incluso a veces, fingido”. Y aunque inicialmente lo usó para definir a Livio Berruti, un velocista italiano que fue campeón olímpico de los 200 metros en los Juegos de Roma 1960, el sobrenombre de abatino ha pasado a la historia unido de manera indeleble, en parte elogiosa pero sobre todo despectiva, a uno de los mejores futbolistas de la historia de Italia.
Era el verano de 1943 en la discreta ciudad de Alessandria, una localidad situada en el Piemonte y cuya mayor importancia es su posición equidistante como eje ferrocarril entre los tres grandes focos industriales de Italia: Turín, Milán y Génova. En plena guerra, Alessandria fue punto de encuentro entre las fuerzas nazis y fascistas y los aliados que avanzaban desde el sur y durante casi dos años fue recurrentemente bombardeada por la aviación aliada.
Teresio, que trabajaba en el ferrocarril, y su mujer Edera, cuando sonaban las alarmas que anunciaban los bombardeos, cogían la bicicleta y se refugiaban en la pequeña fracción de Valle San Bartolomeo, a las afueras de Alessandria, de donde eran originarios. Y en la pequeña osteria que poseía allí el padre de su madre, nació Gianni Rivera.
Ya de vuelta a la ciudad, Gianni Rivera, como el resto de niños, pasaron la difícil posguerra buscando sitios donde jugar al fútbol, fuera en las calles, en la explanada que había cerca del aeropuerto o allí donde se han fraguado los sueños de tantos futbolistas: el oratorio. En el de Don Bosco, Gianni empezó a jugar torneos y con 13 años entró en las categorías inferiores del Alessandria. Llegó de la mano de Giuseppe Cornara, uno de los primeros ojeadores de Italia y creador de una de las escuelas de fútbol más antiguas del país. Dos toques en una prueba detrás del estadio Moccagatta -los vestuarios eran un gallinero- fueron suficientes.
Su talento saltaba a la vista y debutó poco después, cuando aun no había cumplido la quincena con el primer equipo de los grigi, en un amistoso contra el AEK sueco. Un año después, por recomendación de su entrenador Franco Pedroni, realizó una prueba con el Milan, que no dudó en ficharlo, pese a su extrema juventud. “He gastado un montón de dinero por un chaval del que ni siquiera sabía el nombre”, explicaba años más tarde el presidente por aquel entonces, Andrea Rizzoli.
Tres días después debutó con el primer equipo y la siguiente temporada siguió en copropiedad en el Alessandria en Serie A. Pese a no poder evitar el descenso del equipo, realizó un extraordinario año, anotando seis goles y el siguiente verano Gianni Rivera pasó a formar parte del Milan. Era 1960 y Gianni Rivera acababa de cumplir 17 años cuando debutó con el Milan. El resto es historia.
Gianni Brera escribió más tarde sobre la primera vez que había visto a Rivera sobre un campo de fútbol: “Fue en un Alessandria-Milan en 1959, al comienzo del campeonato. Se movía con un garbo que era señal de estilo seguro (¡no de clase!): tocaba con la derecha con afinada precisión, fintaba con el cuerpo domando el balón y luego apresurándose al regate, que no siempre necesitaba realizar. Realizaba pases limpios, nunca viciados con efectos difíciles”.
Sin embargo, posteriormente las diferencias entre Gianni Brera, el gran defensor -e impulsor- del catenaccio en Italia, y Gianni Rivera se hicieron insalvables, uno desde el campo, el otro con la pluma: “Creo que Rivera es un grandísimo estilista, muy inteligente y por tanto capaz siempre de intuir cuál es la mejor situación para él. No sabe correr, no es un atleta. Para mí, él es un medio gran jugador”.
Gianni Rivera es considerado por muchos el mejor futbolista italiano de la historia. Aunque quizás nunca fue realmente un futbolista, mucho menos en el sentido actual del deporte, sino un artista, tanto por su fútbol como por su carácter, que dividió a Italia. Nereo Rocco, también un catenacciaro convencido, le protegió. Luego llegó la Copa de Europa de 1963 y su exhibición de técnica en la final contra el Benfica. O el Balón de Oro de 1969.
Han pasado más de 56 años desde que Gianni Rivera dejó Alessandria para hacer historia en el Milan. Ahora, en una semifinal de Coppa Italia, los destinos de ambos equipos, unidos por Rivera, vuelven a cruzarse.
Madrid, 1993. Oscense de adopción. Editor en @SpheraSports. Combino Calcio y ciclismo con todas las consecuencias.
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