Futbolistas y diccionario
¿Tiene un jugador de fútbol cabida en un diccionario? En este sentido, el primer nombre que se nos viene a la cabeza es seguramente el de Rafael Moreno Aranzadi, más conocido como Pichichi. Fue el primer gran goleador de la historia del Athletic Club y con uno de sus tantos tuvo el honor de inaugurar el marcador de la vieja catedral bilbaína un 21 de agosto de 1913. Y aunque, mártir como San Mamés, pitado por su propia hinchada en el declive de su carrera, a día de hoy los capitanes de los equipos rivales que se enfrentan por primera vez a los leones depositan un ramo de flores junto a su busto. Quizá las tradiciones de un club romántico o quizá el trofeo que lleva su nombre y que cada año otorga el diario Marca al máximo goleador de la Liga española hacen que su leyenda se mantenga viva en la memoria colectiva y que pichichi se haya convertido en una entrada del DRAE:
pichichi
- m. En el fútbol, jugador que marca más goles durante la liga española y, por ext., goleador.
- m. En el fútbol, distinción honorífica que se concede al pichichi.
Puede también que la vía literaria fuese la causante de su presencia en el diccionario ya que Rafael Moreno era sobrino del escritor Miguel de Unamuno. Lo cierto es que el apellido de otro histórico futbolista de la época que también tiene su propio trofeo, Ricardo Zamora, no ha tenido la misma suerte lexicográfica. Así, no aparece el lema zamora para designar al guardameta menos goleado de una categoría, quizá por la especial idiosincrasia de los porteros o quizá porque hay espacios solo reservados para el gol, o como decía Pier Paolo Pasolini, “porque el máximo goleador del campeonato es siempre el mejor poeta del año”.
Precisamente fue el director de Salò o los 120 días de Sodoma el que con mayor acierto ha relacionado la Lingüística con el calcio en sus artículos periodísticos. En su país, Italia, el responsable futbolístico de la unión de estos dos conceptos, del fútbol instalado en el lenguaje y en la cultura popular, es un muchacho nacido en las colinas de Senigallia en abril de 1906, Renato Cesarini.
Si acudimos a un diccionario monolingüe italiano, podemos leer que que la locución in zona Cesarini hace referencia a los minutos finales de un partido de fútbol, cuando el tiempo está próximo a agotarse. Es ese intervalo en el cual el árbitro está ya más pendiente del reloj y del cartelón con la prolongación que del propio juego. Esos minutos eternos donde algunos jugadores se llevan la pelota a la esquina y otros caen presos de terribles calambres. Segnare in zona Cesarini es, en definitiva, jugárselo todo a la última carta. Abrir camino, señalar un recodo del tiempo en la sucesión de segundos que es el partido:
“Nella frase segnare in zona Cesarini, realizzare un gol proprio allo scadere del tempo regolamentare, dal nome del giocatore di calcio Renato Cesarini (1906-1969), mezz’ala sinistra nella Juventus e nella squadra nazionale.” (Treccani)
Cesarini: una historia de ida y vuelta
Renato Cesarini, al que llamaban Cè, no tuvo una infancia fácil. Sus padres, pobres, tomaron la decisión de subir a bordo del Mendoza en Génova y emprender el camino de la emigración. Tendría un año de edad cuando llegaron finalmente a Buenos Aires, tras casi treinta días de barco, océano y miedo. Su primer contacto con el fútbol fue en la calle. Entre tangos y prostitutas descubrió el balón. Y aunque había jugado en algún otro conjunto, hizo su debut en la máxima categoría con el equipo de su barrio, el Chacarita Juniors. En el campo de los “funebreros”, compartiendo tierra con uno de los mayores cementerios de toda Suramérica, comenzó a dar muestras de su exquisita técnica.
En enero de 1930 regresa al país que le había visto nacer para jugar en la Juventus, y posteriormente en la Nazionale, al lado del gran Raimundo “Mumo” Orsi, también de origen italiano y procedente de otro club argentino, Independiente. Su vuelta se produce en unas condiciones bien diferentes a las de su partida: con sus mejores galas y a bordo del transatlántico Duilio. Genio y figura, se convirtió en una suerte de George Best “tano” mucho antes del nacimiento del de Belfast. Por poner un ejemplo a la italiana, se puede decir que fue un predecesor de aquel Gianfranco Zigoni veronés y heredero de algunas de sus extravagancias: llegaba tarde al entrenamiento, a veces bajando de un taxi y vistiendo esmoquin; regentaba un local de tango en la ciudad, y caracterizado de gaucho hizo también sus pinitos como músico; en varias ocasiones se rapó el pelo al cero y llegaba a las fiestas en pijama blanco y fular; se escapaba por las ventanas de los hoteles, descolgándose por los canalones, para disfrutar de la noche turinesa. Pero en el terreno de juego cumplía con creces y por eso la complicidad y los descuentos en sus numerosas multas. Ganaría cinco scudettos consecutivos con la Vecchia Signora.
Su rebeldía no le permitió pasar de las once participaciones con la maglia azzurra. En una de ellas, contra la Hungría de Kocsis en 1931 durante la Copa Internacional, Cesarini, funambulista del tiempo, marcó uno de sus característicos goles, quizá el más recordado, cuando ya se había superado el minuto noventa de juego. Tres a dos para los italianos. En esos días el periodista Eugenio Danese usaría por primera vez la expresión zona Cesarini. En 1936 regresó a Argentina y tuvo tiempo de ganar tres títulos más para River Plate.
Ya como entrenador de «Los Millonarios» fue el responsable, junto a Carlos Peucelle, de “La Maquina”, uno de los mejores equipos del mundo en aquella altura que conquistó los campeonatos de 1941,1942 y 1945. Juan Carlos Muñoz, José Manuel “el Charro” Moreno, Adolfo “el Maestro” Pedernera, Ángel “el Feo” Labruna y Félix “Chaplin” Loustau, apodados «Los Caballeros de la Angustia», desesperaban a sus rivales con sus interminables posesiones. Volverá sobre sus pasos para triunfar también como entrenador en la Juve y reclutar el talento de otro joven argentino, Omar Sívori.
En la actualidad, una escuela de fútbol lleva su nombre en la ciudad de Rosario. De ella han salido algunos jugadores que ahora militan en la liga española como Javier Mascherano o Pablo Piatti. Su recuerdo ronda como un fantasma las retransmisiones deportivas italianas y su nombre permanece estampado en una página del dizionario.
Ribadeo, 1988. Filólogo. Central old school y deportivista. El deporte antes que el espectáculo. El calcio, como la vida, se contruye a base de pequeñas historias.
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