MAMEN HIDALGO.- Cuando el mejor delantero del mundo se encuentra solo en área pequeña se aísla de los gritos, de un entrenador que masca chicle compulsivamente y de unos compañeros que preparan su carrera hacia el córner milésimas de segundo antes de que éste golpee el balón. Se aísla incluso de las 50.000 personas que le señalarán como culpable durante décadas si falla, y de la prensa que al día siguiente intentará hacer sangre. En ese instante, el delantero—nadie sabe cómo—evita el contacto visual con el portero y coloca el esférico donde casi nunca sirve la estirada. En el 99% de estas ocasiones tan claras, el balón acaba en la red y los aficionados pueden seguir gritando que su jugador es algo parecido a un dios. Pero cuando el punta es terrenal, la estadística baja y los odios afloran. Es entonces cuando la pelota decide irse a las nubes o con suerte al travesaño, y una oleada de lamentos buscan explicación a lo que acaba de suceder. Medio estadio pensará que ese futbolista siempre fue malo y solo lo acaban de confirmar, mientras el otro medio creerá que pasarse 89 minutos sin rascar bola puede ser un factor de riesgo. La cuestión es que al final siempre será juzgado, idolatrado o condenado, en una dualidad de emociones que, según dicen, convierte al fútbol en el deporte rey. Mientras tanto, en un universo futbolístico casi paralelo, en el fútbol calle—donde importa más la oportunidad que el gol—el balón ya habría besado la red (metafóricamente hablando), porque aquí el objetivo es más puro: no se trata de ganar un partido, sino de volver a vivir.
Liz fue abandonada por su padre nada más nacer. Su mamá—como repite constantemente—rehizo su vida y tuvo otros dos niños con un hombre que nunca la aceptó como hija. Su casa se convirtió en un infierno de alcohol y violencia donde la única puerta de salida estaba en un deporte que le sirvió para afrontar parte de las exigencias económicas del hombre que le hizo asomarse al abismo con tan solo 15 años. «Mi papá se hartó, y si no llegaba con dinero no podía comer, bañarme o agarrar cualquier cosa que tuviera costo». Hizo del fútbol su profesión, pero a esta joven mexicana no le valían los 200 pesos que le reportaba. «Me desesperé, lloré y bebí durante años. Las palabras eran más dolorosas que un golpe. Me decían que era una arrimada y una bastarda. No tener el apoyo de mi papá me mataba». El sostén que le faltó en casa lo encontró en Street Soccer Mexico, campeón de la Homeless World Cup en Ámsterdam (Campeonato mundial de personas sin hogar). «Es una de las mayores satisfacciones de mi vida, una oportunidad para ver que puedes mejorar, hacer cosas y socializar«. Su caso es similar al de Evelyn Romero, integrante de la selección estadounidense. Con tan solo cuatro años su padre abandonó el hogar. «Sufrimos abuso físico», recuerda. Su madre tenía dos trabajos y ella cuidaba de su hermano. «Crecí más rápido de lo que habría deseado». En secundaria tuvo una depresión que le llevó a intentar suicidarse. Fue entonces cuando empezó a hacer otro tipo de actividades. «Todo mejoró cuando empecé a jugar al fútbol«. Una vez recuperada y centrada en el deporte, su mayor sueño es darle a su madre todo lo que le ofreció a ella. «Si trabajo duro sé que lo conseguiré».
Normas, solidaridad y esfuerzo son tres términos esenciales para quienes manejan el fútbol para la integración de personas desplazadas o marginadas por distintas problemáticas. «Este hermoso deporte te enseña orden, sacrificio, humildad, responsabilidad, amor, sinceridad… Te puede sacar la frustración, el llanto, los malos pasos como robar o las adicciones. Es un agente de cambio que te da experiencias inolvidables», afirma Liz, en la misma línea que Daniel Copto, director de los conjuntos mexicanos. «Aprenden a respetar y a ver que todos son iguales«. Incluso los técnicos bajan el estatus de entrenador o director y se ponen a su altura durante un proceso de reconstrucción de identidad. «De repente se dan cuenta de que son mucho mejores de lo que creen. Por fin sienten que tienen un espacio al que pertenecer«.
Marco Bernal trabaja en una tintorería en México desde hace 15 años, cuando dejó de estudiar porque la economía en su casa era mala. «Empecé con problemas de alcohol y drogas, y durante cinco años recaía una y otra vez«. Ahora vive en una colonia con personas de problemas similares, pero el proyecto le sirvió de distracción. «Gracias a los entrenamientos y el trabajo con profesores y psicólogos fue cambiando mi vida. Te vas dando cuenta de que puedes mejorar como persona, valoras todo día a día. Y vives momentos gratificantes, como escuchar el himno nacional. Se te pone chinita la piel«.
Para llegar a Ámsterdam pasaron por un torneo estatal y una posterior concentración con trabajo físico y psicológico de 9 de la mañana a 10 de la noche durante tres semanas. «Después de todo este trabajo ya no están preocupados por drogarse«, celebra Daniel. Su homólogo en la selección argentina, Sergio, lo ve como una «enorme motivación» para que puedan iniciar una actividad. «No es que a partir del fútbol podamos pedirles un cambio, es que simplemente se motiva esa actitud dinámica de pertenecer a un grupo, y de trabajar para trasladarlo luego a otro tipo de actividades. Es importante para sentirse útil, para reconocer a un grupo y ser aceptado«. Sergio fundó hace 13 años Hecho Club Social, de Buenos Aires, donde ofrece a los seleccionados una oportunidad de inserción permanente en un trabajo anual que se complementa con talleres orientados a trabajo, vivienda, prevención de salud, ciudadanía y de forma adicional en una pequeña comunidad para sentirse integrados. «Se impulsa un cambio que transforma sus vidas«. A este club pertenece José, de 28 años, que lleva dos años viviendo en hogares y paradores estatales en Buenos Aires. «Ser un integrante de la selección argentina de fútbol calle me sirve un montón para saber que todavía hay personas que piensan en nosotros. Por ahí algunos te cierran la puerta cuando vas a buscar un trabajo, pero después de esto ven que no todos los que estamos en la calle somos iguales y nos pueden abrir un laburo para el futuro«.
El objetivo final de las organizaciones que trabajan con este método es dar un impulso emocional y establecer nuevas rutinas para olvidar lo pasado, tener un claro espacio de intervención generando un hábito. A partir de ahí, el éxito solo llegará con el esfuerzo de cada uno. Como el de Moha, principal activo del Móstoles (RAIS Fundación), que pasó de dormir en casas de amigos y vivir sin papeles a formar una familia feliz en España. «Tengo que agradecer todo a este proyecto. Llegué a España en 2005 y viví en casas de otras personas porque no tenía trabajo, hasta que pude buscarme la vida yo solo. Luego contacté con la fundación y me ha cambiado la vida. Ahora estoy buscando trabajo, pero soy feliz«. La estabilidad ha llegado a la vida de este marroquí de 29 años de la mano del deporte. Máximo goleador del torneo nacional en Málaga, celebra la oportunidad que tuvo para transformarse por completo y disfrutar de un bebé de tan solo siete meses. «Aunque el fútbol me lo ha dado todo, lo quiero lejos de mi hija.. Es una cosa que se le da bien a los hombres«.
España no tuvo representación en la copa internacional, un torneo anual en el que se citan personas que han pasado por adicciones, enfermedades, violencia en la infancia o la familia, pertenencia a pandillas… incluso supervivientes de un tifón. Pero realmente poco importa el motivo que les ha llevado hasta allí, porque todos empiezan de cero. «Somos personas sin hogar, pero con un gran corazón«, relata el capitán de Argentina. «Uno ya es campeón estando aquí, porque también es campeón en la vida. Perder un partido es anecdótico, pero en la vida se pierde y hay que luchar para volver a estar de pie al otro día».
«Soy el único responsable de mis victorias y mis derrotas, tengo que cargar conmigo hasta el último día de mi vida«, comenta Horacio en el vídeo, guía para las miles de personas que han retomado las riendas de su vida tras pasar por el foco de atención de este deporte. Como Jackeline Akoth, madre soltera y sin hogar en Kenia, quien ganó una beca participar en el torneo de 2011, del que salió campeona. Una experiencia que le sirvió para desarrollar sus habilidades como entrenadora en su país, donde no solo enseña fútbol a las niñas, sino que les aconseja sobre cuestiones de higiene como el uso de tampones y toallas, o temas esenciales como los métodos anticonceptivos o la prevención de abusos. Al final, el fútbol es solo la excusa para el desarrollo.
Medio independiente. Canal de información, análisis & opinión deportiva. 'El deporte más allá de la noticia'. Contacto: info@spherasports.com
No te lo pierdas
-
Europa League
29 Nov 2024Los vascos sonríen en Europa
La alegría empezó pronto en San Mamés en su compromiso internacional ante el IF...
Por Redacción -
Balonmano
29 Nov 2024Luces y acción
El nuevo sport de las Guerreras evidenciaba la complejidad emocional tras los últimos resultados;...
Por Redacción -
Champions League
28 Nov 2024Noche fatídica en Anfield
El Liverpool, líder de la tabla clasificatoria de esta primera fase del nuevo formato...
Por Redacción -
Champions League
27 Nov 2024¿Qué hay de nuevo, viejo?
Robert Lewandowski aterrizó en Barcelona con una carta de presentación que no precisaba ser...