“Hansi, dime, es esto real?” -le pregunta el entrenador por sexta vez consecutiva a su segundo en el banquillo, o por séptima, ya no sabe cuantas veces se lo ha repetido. Hace calor en Brasil y bien podría ser un espejismo lo que ha visto en el campo de fútbol.
Los alemanes ganan, con un fútbol que deja a la anfitriona a la altura de niños que juegan contra profesionales. En menos de 45 minutos han caído cinco goles en la portería a favor de la Mannschaft. El jogo-bonito sale de las botas de Kroos y todo parece fácil, los movimientos son graciosos y elegantes -aunque no del mismo modo en que jugaba aquella mítica selección brasileña-. Alemania se gusta y Löw, el técnico que había vivido a las puertas de ser campeones desde 2004, no se lo cree. Es una gesta de dimensiones tan grandes que no se alcanzan a imaginar los límites.
Mucho se ha hablado y se ha escrito de esa noche. De ese momento poco se puede sacar: Brasil no estaba, no apareció y en el encuentro sólo se vio brillar a la que después se coronó campeona del mundo. Löw miraba y sorprendido intentaba entender lo que aún hoy no tiene una clara explicación. “Es real” imagino que le respondió ‘Hansi’ Flick. La prensa dijo que en la media parte Alemania festejaba en la cabina. Pero eso no se puede creer, los alemanes sólo festejan cuando acaba el trabajo. Feierabend -le llaman al periodo de fiesta y relax después de la jornada. Pero el entrenador con su fuerte acento de Suabia recogió a sus chicos y se los llevó al vestuario:
“Chicos, ganamos 5-0, pero espero de vosotros que sigáis jugando de manera concentrada, disciplinada y seria.”
Para el técnico procedente de Stuttgart era importante que los chicos siguieran jugando al nivel de la primera parte, de manera que todos siguieran con las ordenes que había dado antes del encuentro. En una entrevista con el periódico deportivo SportBILD es su edición especial de los Domingos, Löw despejó todas las dudas de lo que había pasado en el descanso en el vestuario germano. Ni fiesta, ni música, ni silencio, la charla del técnico fue lo que llenó las orejas de los futbolistas y lo que llamó a su conciencia como seres humanos:
“Les dije a mis jugadores que el que tuviera un problema con este punto de vista, no sería considerado para jugar en la final. No quería que ninguno de ellos empezara a burlarse de los brasileños delante de un público de millones de personas. El respeto que nos mostró todo el país de Brasil hasta el momento fue grande. Para mí era totalmente imposible humillarles en ese momento o mostrarnos arrogantes. En 2006 tuvimos la oportunidad de sentir como de doloroso es perder en la Copa del Mundo frente a tu propia gente.”
Tras esto en la segunda parte los alemanes metieron dos goles más y Brasil empezó a despertar ligeramente cuando el cuento de hadas ya hacía desaparecer la carroza para volver a transformarla en calabaza. Con las piernas cansadas y la mente muy seguramente en la final, Alemania encaminó su gesta hacia la final, cuando a casi 10.000 km de allí el país entero celebraba, gritaba y guardaba en la memoria el trozo de historia que les había tocado vivir.
Mientras miles de ciudadanos en la calles de Alemania tenían la mejor “Feierabend” en años, Jogi Löw le preguntaba a su co-entrenador: “Hansi, dime, es real lo que está pasando?”.