Echo la vista atrás y me doy cuenta de que mi madre estaba en lo cierto. Los años en el instituto iban a ser los mejores de mi vida, aunque para entonces no lo veía de ese modo y cada mañana me levantaba malhumorado. Me quejaba por tener que estudiar exámenes de veinte páginas o hacer trabajos facilísimos. Qué chollo, ojalá pudiese volver a vivir aquellos días en los que me pasaba las clases de matemáticas mirando los senos de mi amiga María; y a veces me pillaba, se adivinaba una inteligencia burlona en sus ojos y me miraba con una sonrisa picarona que prometía inciertos aunque seductores placeres. Aunque en ocasiones la que me miraba -con gesto de desaprobación- era la profesora y entonces me sentía aguijoneado por la culpabilidad por no prestar atención. Para entonces solo era un adolescente con ínfulas capaz de comerme el mundo, pero un día María se marchó de mi lado y yo me sentí como Andrés Calamaro cuando la Flaca lo apuñaló por la espalda.
Mi pasión por el fútbol comenzaba a forjarse y recuerdo que ya empezaba a declinar invitaciones a cumpleaños con tal de poder ver un Chelsea-West Ham. Al principio me inventaba buenas excusas, pero pronto empecé a dejar de andarme por las ramas a la hora de comunicar mi dolorosa aunque inevitable resolución, aún a riesgo de que el cumpleañero me retirara el saludo. Las cosas han cambiado, ya no voy al instituto, he abandonado el pernicioso vicio del cigarro; gracias a mi tutora Marta, por no haber llamado en más de una ocasión a mis padres para decirles que me habían pillado fumando en los baños; y ya sé que sólo marcaré un gol en Mestalla mientras esté dormido. Sin embargo, hay jugadores que parecen ajenos al paso de los días y John Terry –durante todo ese tiempo- ha sido el encargado de custodiar que en la muralla del Chelsea no aparezca ninguna grieta.
El zaguero inglés continúa siendo el amo de llaves en la mansión blue. Ni el tiempo, ni los distintos entrenadores, ni los nuevos fichajes han logrado relegarlo a un segundo plano. Porque las llaves de tu casa no se las dejas a cualquiera. Terry es el encargado de controlar quién entra y quién sale en la casa del Chelsea. Ese central con pinta de estibador portuario y con un físico pluscuamperfecto, un auténtico tren de mercancías. Las virtudes de su fútbol se sintetizan en una encendida palabra: furia. Lo que más temen los delanteros rivales y lo que ayuda, aunque parezca mentira, a contagiar de intensidad al resto del equipo y a jugar con orden y disciplina. Ver defender a Terry es como los viajes, que los disfrutas dos veces: cuando los haces y cuando los cuentas. Ahora que ha empezado el torneo seis naciones, si el XV de la rosa sufre alguna lesión de última hora, Stuart Lancaster bien podría llamar a Terry para presentar batalla. Garra y testiculina no le faltarían.
Temple, seguridad y precisión en el corte. Defiende la elástica del combinando londinense con una soltura y elegancia innatas en su peculiar juego. Un defensa central a la antigua usanza, con una entrega encomiable que maravilla a propios y extraños. Intentado siempre que el delantero rival desafine mediante un marcaje pegajoso. Sigue la sombra de su par como el galgo persigue a su presa y se adueña de su parcela con tanta facilidad que su oponente tiene que buscar otros horizontes. Sobrio, eficaz, sin titubeos ni fisuras. Pero ni mucho menos es una hermana de la caridad, y estoy convencido de que en su primera comunión la hostia se la dio él al cura.
Un Bad Boy en toda regla, fiel a sus principios aunque algunos de ellos sean tan discutibles como la misma Biblia. Sus altisonantes salidas de tono le han colocado en numerosas ocasiones en el punto de mira de la prensa sensacionalista de las islas, y algunas de ellas como su encontronazo con Anton Ferdinand por presuntos insultos racistas le costaron 277.000 euros de multa y cuatro partidos de sanción. La FA decidió retirarle el brazalete de capitán sin consultar a Capello, gesto que el italiano interpretó como una afrenta a su autoridad. A raíz de los hechos, Fabio dejó el banquillo de los tres leones meses antes de la Eurocopa de Polonia-Ucrania y Terry renunció a volver a vestir la camiseta de Inglaterra. También estuvo involucrado en un incidente en un club nocturno y “the terrific” fue acusado de agresión y refriega, por lo que fue expulsado temporalmente de la selección. En 2009 se publicó que el capitán del Chelsea se embolsaba dinero a espaldas del club por guiar a los turistas por las instalaciones del estadio. Y en 2010 salió a la luz que Terry mantenía relaciones extramatrimoniales con la ex novia del que fuera su compañero en el Chelsea, Wayne Bridge. Un historial que bien podría haber firmado cualquier matón a sueldo en la época de Al Capone.
Pero Terry ha logrado subir ese tramo oscuro de escalera y ha dejado de ser el actor principal de una telenovela totalmente ajena a su profesión. A sus 34 años su ilusión permanece intacta y vuelve a ser el líder en el equipo de Mourinho. La ejecución de su temporada está siendo brillante e impoluta. Con veinticinco apariciones en la Premier League, es junto a Ivanovic y Hazard, el jugador que más veces ha partido de inicio en los esquemas de Mourinho. La pieza inamovible en la retaguardia; sin embargo, y especialmente en los últimos partidos, Cahill y Zouma han ido permutando titularidades con suplencias en el flanco derecho. Para Terry no hay descanso, y menos ahora, que se avecina el último puerto de montaña de la temporada. Especialista en hacer fácil lo difícil y con un olfato de gol realmente bueno en las jugadas a balón parado.
Tal vez este año Terry pueda librarse del infausto recuerdo que le trae la Champions League. En 2008, falló el penalti que habría dado a la entidad de Londres su primera orejona. El rostro, compungido. Las manos, agarrando el césped. Sobran los comentarios. La expresión, su boca semiabierta y el aliento contraído, son muestras palpables de un resbalón que destrozó ambiciones. En 2012 no pudo jugar la final que su equipo ganaría por culpa de un estúpido e inexplicable rodillazo sobre Alexis Sánchez en la vuelta de las semifinales. Aunque viendo que sus prestaciones de juego van en aumento con el paso de los años, todo hace indicar que aún le quedan oportunidades para encarar la larga escalerilla que conduce al palco. Allí, estrechar unas cuantas manos y recibir en la cara el primer fulgor de esa joya que deslumbra. Dar la última mano, recibir la última palmadita y agarrar esas grandes asas. Levantar la Champions y mirar al cielo, el sueño que le queda por cumplir al bueno de John Terry.
Vivo en Tamarite de Litera, una pequeña localidad de Huesca. Actualmente estoy cursando cuarto curso de Derecho en la Universidad de Lleida.
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