La sala era grande, más que el resto de instalaciones. Un largo pasillo acababa en aquella entrada donde, una vez pasada la puerta, se respiraba peso, historia, incluso elegancia en muchos casos. Paul echó la mirada hacia arriba. La inocente mirada de un niño que estaba delante de un palmarés intocable, sin ser consciente de que tenía ante sí leyendas, personas que habían dejado todo sobre el césped de Anfield, por un color, el Red, que habían defendido la camiseta del Liverpool, club del que se había aficionado, pese a sus nueve años, por su padre.
Ahí estaba él, pero su mirada había localizado un retrato, una foto, un rostro. Era de los pocos que reconocía sin ayuda de un adulto. Era Steven Gerrard, el capitán del Liverpool en la actualidad, su capitán, su ídolo.
La historia de Paul es fictica, o inventada, pero refleja la situación que viven estos días en Anfield. Muchos aficionados del Liverpool no han visto, por edad, a su equipo sin la figura del omnipresente Gerrard, del eterno capitán para muchos. Pero el año 2015 no llegaba con las mejores noticias, o al menos las esperadas.
Steven Gerrard manifestaba de forma oficial su marcha del equipo que le vio crecer, que le vio escalar hasta convertirse en una leyenda viva. Será a final de temporada, el próximo verano, cuando pondrá rumbo hacia Estados Unidos, para militar en la Major League Soccer, sin destino fijo todavía.
El pequeño Paul podría ser cualquier aficionado al fútbol que mira más allá de sus fronteras, quienes han visto durante las últimas dos décadas al equipo de orillas del Mersey capitaneado por ese eterno jugador que lideraba a los suyos en los buenos y en los malos momentos. Pero todo tiene fecha de caducidad.
Gerrard se unirá a los casos recientes de los Cahill, Henry, Lampard (todavía por ver), Defoe o Dempsey. Futbolistas todos ellos que pusieron rumbo hacia Estados Unidos, hacia una (cada vez menos) exótica MLS previo paso por la Premier League. Lo que sólo eran rumores de lluvia acabaron en tormenta de lágrimas para muchos aficinados Reds, que ya tienen la pesadilla, meses antes, de la hipotética imagen del eterno capitán diciendo adiós entre lágrimas. Para bien, para mal, ocurrirá.
Todo apunta a que su próximo destino será Los Ángeles, para formar parte de la franquícia de LA Galaxy, pero todavía sin confirmar. Un club donde ya militó hasta hace poco otro ídolo del fútbol inglés, británico y europeo, como fue David Beckham. Uno ídolo en su día desde Manchester, otro desde Liverpool, pero ahora tendrán otro proyecto en común, contando a los Three Lions.
El prestigioso club de los «One Club Men» pierde un socio de prestigio, de los que tenían mesa reservada cada sábado por la noche. Un tipo que perdió a un familiar en el negro recuerdo de la Tragedia de Hillsborough y que, por aquel entonces, sabía que su vida iba a estar ligada al Liverpool. Diez años después firmaba su primer contrato profesional con los Reds.
Se marchará un ídolo. Un futbolista que genera respeto y admiración tanto a aficionados propios como a rivales. Un líder, un profesional absoluto, un llegador desde atrás nato. Un tipo capaz de llorar hace unos meses junto a sus compañeros, emocionado, por ver un título, que finalmente se escapó, muy cerca. E incluso de apoyar a su por aquel entonces compañero Luis Suárez en la trágica noche de Selhurst Park. Un líder, no un jefe. Un compañero que tira del carro para sacar todo a flote.
Recuerdos recientes, pero muchos todavía tienen latente la imagen de Gerrard levantando la Copa de Europa al cielo de Estambul, en una de las finales más míticas e históricas que se recuerdan.
Se marchará una leyenda viva del Liverpool, pero eso será a final de temporada, todavía con meses por delante. Una noticia que, como pasó con Henry, marca a una generación que no relaciona al conjunto inglés sin la figura de Gerrard. Toca disfrutar, parece, de sus últimos meses defendiendo una camiseta roja que muchos añorarán cuando el dorsal 8 lo luzca otro futbolista.