“Creamos varias ocasiones pero tuvimos mala suerte al no hacer el 3-1. Cuando nos quedamos con diez, sufrimos y tampoco hay que olvidar que teníamos muchas bajas. Además, después ha empezado a llover…”. El entrenador que nunca había sido despedido ponía punto y final a su aventura nerazzurra con tal compendio de excusas en grado ascendente de imparable inverosimilitud. El toscano, que venía ya con el agua al cuello y dejando tras de sí cada vez más charcos, acababa de generar la enésima decepción tras cosechar un triste empate a dos goles ante el Verona en el Meazza y su dislate en forma de declaraciones acabó mermando definitivamente la paciencia de Thohir tras 365 días exactos desde la llegad del malayo a la presidencia del club.
Como si únicamente hubiese llovido aquella tarde sobre las cabezas de los jugadores interistas, como si no hubiesen estado cayendo chuzos de punta desde mucho tiempo atrás, como si no estuviera lloviendo sobre mojado para el Inter. Walter Mazzarri, por extraño que pueda parecer, acababa de descubrir entonces que caían gotas del cielo y que éste había pasado del azul al negro encapotado. Sin enterarse, se había pasado prácticamente un año y medio a la intemperie y sin paraguas. Y con él, todo el equipo, al que ha ido convirtiendo progresivamente en un techo plagado de goteras hasta terminar por desconcharse.
Futbolísticamente, el Inter ha acabado por ser ancho y corto, de voluntad mandona pero de incompetente práctica, ahogado en sus constantes reinicios de juego, previsible, horizontal y sin espacios ni juego entre líneas más allá de un Kovacic convertido en bomba de drenaje y en aislado epicentro de la casi extinguida imaginación. Mientras que mentalmente, la Beneamata ha sido reflejo de su ya ex entrenador hasta alcanzar la mímesis: agobiado desde el pitido inicial de los partidos, incapaz de encontrar soluciones ante situaciones adversas, agitado, nervioso, ciclotímico, frustrado y con cara de culpabilidad.
Roberto Mancini, el elegido para contener el chaparrón y tratar de canalizar el aluvión, regresa al Inter para conseguir que un día deje de llover y que, incluso, pueda llegar a salir de nuevo el sol. El séptimo técnico nerazzurro desde la marcha de Mourinho al Real Madrid en 2010, hereda un equipo sin el potencial del que asumió hace una década pero con una columna vertebral (Handanovic-Medel-Kovacic-Icardi) sobre la que poder construir. Por ello, el margen de mejora es amplio pese a algunas contraindicaciones derivadas del corsé táctico que ha supuesto para la plantilla y los atascados automatismos de juego del 3-5-2 de Mazzarri (falta de extremos en el plantel, dudas sobre la solidez con defensa de cuatro y con Vidic a un nivel de segunda catarí, nulo desplazamiento en largo…) en sus diferentes disposiciones. Nada que, a priori, no se pueda paliar en el mercado invernal con un poco de acierto, ya sin Marco Branca de por medio. Además, jugadores como Nagatomo, Guarín, Osvaldo o Jonathan irán poniéndose a punto durante las próximas semanas para dar profundidad de armario y poder redundar en un crecimiento exponencial grupal.
Tres Scudetti para un total de siete títulos nacionales entre 2004 y 2008, es el bagaje que convierte a Mancio en uno de los tres entrenadores más laureados de la historia del Inter en el último medio siglo y en una figura amiga de cara a unatifoseria desalentada y melancólica. El reto es complicado y el primer desafío, el de mayor postín posible. Nada más y nada menos que el derby della Madonninapara abrir boca y empezar a vislumbrar al nuevo Inter de un Mancini que, sin embargo, en el año I de su primera etapa al mando del barco nerazzurro no ganó ni un solo derbi milanés de los cuatro que se disputaron, incluyendo la eliminatoria de cuartos de final de Champions que se saldó con un sonrojante 5-0 para el Milan de Ancelotti. Malos augurios.
Comenzar a recuperar el entusiasmo, como dijo el propio Mancini en su presentación, pasa por derrotar a los vecinos, adelantarlos en la tabla y volver a mirar al acérrimo rival por encima del hombro al menos durante una jornada para, con esperanzas renovadas, pensar en seguir haciéndolo durante el resto del año en una campaña en la que lucharán por los mismos objetivos. Más allá de dibujar un crecimiento y reavivar una ilusión marchita, el ex entrenador del Galatasaray necesita y busca hacer suyo al grupo, moldear el juego, inyectar confianza, implantar un nuevo estilo y resetear la actitud para volver a estar en Europa, el objetivo mínimo que Thohir ha marcado como ineludible.
Mancini, que ya ganó una Coppa en su primer año y que siempre ha conseguido levantar al menos un título en cada una de sus campañas en el Inter, tiene ante sí una triple vía –Europa League, Coppa Italia y Serie A- para poder hacerlo ahora que las pretensiones de ser tercero en la competición doméstica y comenzar a constituirse como alternativa a Juve y Roma quedan, hasta nuevo aviso, en barbecho. El técnico de Jesi busca, en definitiva, lo mismo que el club. Retomar altura, remontar el vuelo, recuperar prestigio y evocar el recuerdo de un pasado reciente e infinitamente mejor hasta, con perspectiva y paciencia, intentarse instalarse nuevamente en él. El Inter no solo ha fichado un entrenador, también ha comprado el paraguas que no tenía. Falta por ver si sus varillas van estarán tan firmes como antaño. El Milan será el primero en ponerlas a prueba.
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