Pillarse un buen pedo no es acabar sacando el hígado y dormir con los zapatos puestos. La buena mona es la que te hace sentir nivel Dios y creerte un Justin Timberlake de la vida en la pista, en la que puedes sostener el control sin enviar mensajes de los que vayas a arrepentirte ni debas pelearte con la cerradura más de la cuenta. Sin excesos. En Mallorca hoy hay resaca, de la buena. Porque ayer la fiesta se alargó y Aguirre tuvo su whiskito. Esperamos que le sirvieran una botella de Lagavulin. A este equipo le sobraban los motivos para celebrar.
Entre tiempos de idas y venidas, sonrisas y lágrimas, luz y oscuridad, el Mallorca, equipo con objetivo de permanencia, está a las puertas de poder lograr un título. Algo que no hace desde 2003, cuando Walter Pandiani y Samuel Eto’o aniquilaron la portería del Recreativo de Huelva. Una final en la que estarán aquellos que han metido las botas en el barro o han pasado un buen trozo de su vida con el escudo pegado a la piel. Antonio Raíllo, Abdon Prats, Dani Rodríguez o Antonio Sánchez. Qué momento para ellos.
‘El Vasco’ ha embriagado a este conjunto de su carisma y experiencia vital. Probablemente por ello, no se respiró tensión en los momentos previos de la tanda de penaltis. Los chavales de Aguirre festejaban llegar al tramo más decisivo, sin presión alguna. Y entre ellos, el técnico mexicano se reía, con ese gesto travieso tan particular. Sin el semblante tieso ni el estómago revuelto, sin pavor a los once metros. El nombre de Dominik Greif hoy está dando la vuelta al mundo.
Entre la calma y la astucia, diseñó un plan con el que los bermellones no dejaron de competir. Ayer, que pudieron mirar a la muerte a los ojos, se atrevieron a hacerle la peineta y se resetearon en la prórroga. Sin presión, sin ensayos. Pura fluidez.
Ya avisó Don Javier del aceite que lleva impregnado para que la inquietud y la tirantez resbalen, sin éxito de poseerle ni tan solo un poquito. “En el avión tengo dos opciones: ver a la Real otra vez o el final de un libro que estoy leyendo. Voy a optar por lo segundo, ayer ya vi su partido noventa minutos”. Avezado, pícaro, capaz de hacer sonar simpática a la grosería verbal. Ya lo decía ‘La hora Chanante’: hijo de puta hay que decirlo más.
Ni 21 años de diferencia son capaces de poner nervioso a Javier Aguirre, que coge el teléfono en su comparecencia ante los medios: “Patxi, termino la rueda de prensa y salgo a la puerta”. Tan pancho, tan despreocupado. Hoy tiene resaca, de la buena. Sin malestar, sin Ibuprofeno, con la sonrisa intacta. Seguramente hoy empiece un nuevo libro y lo lleve consigo en su próximo vuelo.