La vida es un negocio, desde que nacemos hasta que morimos. Antes de nuestra primera exhalación en el exterior, ya se ha creado una atmósfera comercial a nuestro alrededor con decenas de productos que ni si quiera se sabe si vamos a usar. Y pasa lo mismo cuando estiramos la pata, con un amplio abanico de cajas y ceremonias. Lo más gracioso es que, en ambos casos, ni siquiera escogemos nosotros. Aunque si elegimos mientras vivimos, también nos artapa el tsunami del capitalismo. El fútbol, a pesar de escogerlo como una de nuestras pasiones, tampoco está a salvo ante la billetera que lo dirige.
La esencia más natural del balompié ha sido intoxicada y prostituida por marcas e instituciones que han creado una fuerte expansión de su industria con una ambición adherida e inevitable. El calendario está empachado, hasta los topes. Pañuelos, fármacos y reposo. El virus FIFA ha atacado de nuevo, y lo ha hecho sin miramientos. Gavi, Camavinga, Vinicius, Haaland, ter Stegen Oyarzabal, Zaire-Emery, Rashford, Bowen, Onana, Ocampos, Bastoni, Muriqi, Eiksen, Ochoa o Mc Kennie. Algunas lesiones leves, otras más graves. Piezas clave del discurso del tapete, daños estructurales que rompen el esquema. Los clubes se desesperan. Los aficionados que pierden el espectáculo de sus estrellas están hartos de una situación que, cuando toca mirarla a los ojos, produce total indignación. Es una herida que no deja de sangrar. A ver qué tirita tapa esto.
De las gradas al sofá, de la quiniela a las apuestas, de las pretemporadas a las giras exóticas, de las camisetas de toda la vida al atraco, de los nombres a los naming rights. Dice la famosa frase, atribuida al arquitecto y diseñador Mies van der Rohe, que “menos es más”, pero los dueños de este tinglado no están hechos para el minimalismo. Más partidos, más minutos, más lesiones. Una regla de tres que tiene una incógnita clara, pero difícil de resolver mientras los organismos implicados se estiran de los pelos. A regañadientes, nos comemos un partido tras otro. Lo del odio al fútbol moderno sonará a tópico, pero es uno de los eslóganes que contiene más verdad en una mentira llena de avaricia.