Ayer se cumplían 35 años del gol de Marco van Basten ante la URSS en la final de la EURO ’88. Un gol tremendo que desafiaba las leyes de la física, un punto de inflexión para ‘El Cisne de Utrecht’ y una volea imposible que echaba a los leones a Rinat Faizrajmánovich Dasáyev, portero fetiche de la época. No es este un tanto cualquiera para un servidor, pues lo sigo visualizando en un cofre sellado de la memoria, no solo por su plasticidad, sino también por ser el primer gol que recuerdo clara y nítidamente. Tenía 7 años y lo memoricé al detalle. Si me preguntas que comí ayer ya me pones en un serio compromiso.
El tiempo es un asesino silencioso que sirve para eliminar lo que no es importante o lo que nos remueve. Un sicario de lo prescindible y de aquello que nos daña. Ahora bien, el tiempo es incapaz de erosionar lo que nos emocionó.
Este lunes el icónico Paolo Maldini cumple 55 años. Esto implica que el zaguero italiano ya está más cerca de la edad de jubilación que de su último partido como profesional. Defensor colosal que marcó la infancia y adolescencia de muchos de nosotros. El icono rossonero firmó durante toda su carrera un tackling y un timing académicos. Cerrojo y muro. Era buenísimo y el que además fuera odiosamente guapo le ayudó, que duda cabe. La belleza nunca resta.
El tiempo, un juez implacable que dictamina mediante sentencias rápidas lo que debe ser olvidado y lo que debe ser glosado a pesar del inexorable paso de los años. El tiempo, ese sanitario que cura el alma y que ayuda a cerrar las heridas del corazón, aunque sea con muchos puntos y varias cicatrices por el camino.
El tiempo es un bibliotecario que te recuerda que debes devolver el libro, un terapeuta que te ayuda a identificar el trauma y la canción que te despierta la nostalgia. Un socio y un verdugo. Un compañero fiel y un banco cobrando la cuota de la hipoteca. Héroe y villano.
Marco van Basten y Paolo Maldini son pétreos e imperturbables al paso de ese señor huraño, solo los elegidos pueden presumir de ello. La clase supra. Los años son la unidad de medida idónea para hacer el control de calidad a los recuerdos, y solo los mejores siguen vigentes, aunque pase tiempo. Mucho tiempo.