Dortmund quería salir de farra y no volver pronto a casa. Los once años que le separan de su última ensaladera, cuando Jurgen Klopp paseaba por el césped con gafas y gorra amarilla, era una razón de peso para festejar hasta las tantas. Quería destronar a un Bayern que ha impuesto un extenso reinado y que, durante este ciclo, se ha dejado el grifo del éxito abierto. Los de Terzic no encontraron la llave de paso en el momento decisivo. Mientras el pánico le daba una palmada en la espalda, la fe que le agarraba de la mano se escurría entre sus dedos. Los de negro y amarillo estaban como un flan, punto y seguido en Baviera.
La narrativa del Dortmund quería escribirse con capítulos emotivos. Lograr una liga después de tanto tiempo y ganársela en el último suspiro a ese rival que le despoja de jugadores que brillan en su escaparate. La misma semana en la que se han cumplido diez años de aquella final de Champions que Robben le arrebató en el último instante, David podía haber vencido a Goliat. La diferencia de sus vitrinas es un clara evidencia para que los adeptos al fútbol se agarraran a esa cronología. Siempre nos atraen las historias en las que se rinden viejas cuentas y uno puede inclinarse hacia el lado más frágil. Nos entregamos a lo épico, a lo sorprendente, a lo seductor; porque los discursos repetitivos no poseen mensajes que hablen con la misma intensidad emocional.
El Dortmund quiso que la compasión fuera argumento de su relato. Marco Reus ha despedido a todas las estrellas que salieron por la puerta arrastrando su maleta y ha sufrido un calvario de lesiones. Deseaba conquistar su primera Bundesliga con el escudo que late en su pecho. Sébastien Haller, a quien diagnosticaron un cáncer testicular a los pocos días de su fichaje, anotó un doblete en la penúltima cita para rozar el título. Nadie merecía más estar invitado a la fiesta y reflejar su sonrisa en el metal. Sin embargo, el destino le reservó fallar.
El fútbol redacta, con crueldad, guiones estrambóticos en los escenarios más desoladores. Hay un pañuelo para presionar la herida. En uno de los feudos más icónicos del fútbol europeo, se profesa amor verdadero. Las voces que siempre suenan aunque el mutismo crea que puede amenazarlas. Ayer nadie se movía del Signal Iduna Park cuando la temporada puso un cierre desgarrador. Allí desconocen el silencio, hay un muro amarillo que nunca le deja pasar.
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