Quizá la mejor sensación de ganar una final esté en sus preámbulos. Desde aquel instante en que adquieres el billete hasta el inicio del partido. Cuando te cruzas con alguien que también lleva puesta la camiseta un lunes al mediodía e intercambias una mirada de complicidad. Las sonrisas no son mudas en Pamplona, llevan un claro mensaje implícito que dice: ¿y si esta vez sí? Preparas la maleta para un viaje que contiene una incógnita. No sabes si volverás feliz o triste, pero sí orgulloso. Están los que no dudan; desayunan cada día un poco de cereales con convicción. El que tiene miedo y fe a partes iguales. Al que los nervios le hacen experimentar la misma efervescencia en el estómago que sintió antes de la primera cita con la mujer que ahora le agarra la mano para acudir al estadio. En ambos casos, un acto de amor.
El trayecto de Osasuna es la secuencia de una película que ya ningún rojillo olvidará. Arnedo, Fuentes, Nàstic, Betis, Sevilla y Athletic. Goles en los últimos suspiros, de los que hacen padecer pero cuando llegan tienen un sabor incomparable. Una satisfacción inefable. Con una tanda de penaltis tan trabajada como para hacer añicos una afirmación tan sonada como la de que esos lanzamientos desde los once metros son una lotería. Un ejercicio impoluto de resistencia con cuatro prórrogas consecutivas acumuladas en las piernas. No pidieron socorro, siguieron trotando sin queja, con el sacrificio tatuado en la piel. Ya lo dijo Jagoba Arrasate: “Llevamos cuatro prórrogas seguidas. Cuatro. Y nos da igual”.
Ancelotti sabe cosas. Tantas que vaticinó con este encuentro. Ahora espera el Real Madrid, entallado en un traje que tiene cosida la etiqueta de ‘favorito’. Con nombres elitistas que aparecen en los rankings y trofeos que se amontonan para explicar el peso de su historia. Seguramente a Osasuna le han colocado el sello del ‘rival pequeño’. Típicos tópicos. Con los datos en contra y la ilusión a favor. Sin embargo, las finales están escritas con un relato tan propio que ningún prólogo puede descifrar cuál será el epílogo. Osasuna tiene el oxígeno en su escudo. Respira a través de él y de una identidad que le ha hecho creer firmemente en ser un conjunto intenso y avezado para incomodar a los más potentados.
Jagoba Arrasate es un docente que no ha abandonado la pizarra. En ella plasma su capacidad para intuir a los rivales. Su planteamiento se adapta y repite un patrón innegociable a través de la presión, el ritmo y la intensidad, buscando desplegar su juego vertical. Una enseñanza que se fusiona con la exigencia y el reconocimiento, que visualiza los márgenes de mejora de sus jugadores y que recurre a Tajonar para dar continuidad al buen trabajo hecho en casa. El técnico de Berriatúa ha hecho olvidar las pesadillas de los peores tiempos de los navarros. Devolvió al equipo a Primera División y ahora está escribiendo un imborrable capítulo de su historia. Hay una comunión que le rodea, desde las gradas hasta los despachos. Ya lo mostró Braulio Vázquez hace un par de temporadas cuando Osasuna estaba en lo bajo de la tabla y encadenó 12 jornadas sin citarse con la victoria: “El barco llegará a puerto o no, pero lo hará con el mismo capitán”. Esa confianza merece esta final.
Sus jugadores, diligentes, cumplidores e infatigables, se llevarán al césped la ilusión de una ciudad que suspira por lograr lo que no le concedió el destino hace 18 años. De aquellos que lloraron en el Vicente Calderon, de los niños que presumen de su escudo en los partidos que se disputan en el patio de la escuela, de los que guardan los cromos de los héroes que llegaron a aquella final de 2005, de los que acaban de llegar al mundo con la herencia rojilla debajo del brazo, de los que bajaban al quiosco para leer todo lo bueno de sus colores, de las familias que celebran los goles en el balcón con los vecinos, de los abuelos que cuentan partidos de antaño que no han extraviado de sus recuerdos, de los que apuestan por los suyos en el Fantasy, de los que rezan por las noches, del hombre que vende calcetines en la mercería y sufre en El Sadar los fines de semana, de la cajera del supermercado que ha cogido vacaciones para viajar a La Cartuja. La vida es como un viaje en tren. Hay algunos que suben, otros que bajan y los que siempre han estado allí. La afición rojilla nunca se bajó del vagón. Pase lo que pase, sienten que habrá sido un trayecto inolvidable.
Imagen de cabecera: @Osasuna
Artículo patrocinado por RENFE