Puede parecer que esto ya lo hemos vivido. Lucas Pérez con franjas azules y blancas no se asemeja a una señal confusa. A Coruña ya había ocupado distintas páginas de su extenso pasaporte, en un periplo por distintos países del fútbol europeo. Esta vez le susurró al balompié que se pusiera romántico y que nos concediera una de esas historias que nos hacen mantener la fe en estos tiempos. A las que agarrarse con fuerza para seguir creyendo que todo esto tiene algún sentido. Que Lucas Pérez haya renunciado a la Primera División del fútbol español y al dinero parece una bella anomalía que le rompe los esquemas al materialismo. Quizá no debería resultarnos tan extraño un mecanismo que a todos nos protege: volver a casa. Donde se duerme como en ningún sitio y los abrazos reafirman la seguridad, las calles narran recuerdos y huele a tu perfume favorito.
Solo nueve atardeceres separan los goles que recientemente se han cantado en el Nuevo Mirandilla y Riazor. Un pequeño lapso para cambiar el amarillo por los colores del equipo de su vida, para bajar dos categorías en un periquete como el que toma un ascensor. Mientras el sueño de muchos futbolistas reside en el deseo de subir o mantenerse en la máxima categoría, el de Monelos se ha subido a una máquina del tiempo para vivir un retroceso sentimental. Para Lucas no es bajar el estatus. Es un niño con zapatos nuevos, que no ha podido estrenarlos mejor. Le sientan bien y no le rozan los tobillos. Los focos de Riazor le alumbran la sonrisa, la megafonía canta su nombre, los asientos de las gradas le dan alas para volar. Una afición entregada, que sube como la marea.
“Estoy aquí porque soy feliz”. Una afirmación aplastante que no necesita adornos ni ninguna aclaración. La emoción del siete del Dépor es un poco la de todos. Las mariposas, el nudito en la garganta, el corazón a toda pastilla. No hay nada que mueva más que la ilusión. Todos queremos un Lucas Pérez en nuestro equipo. ¿Quién no lo quisiera? Dispuesto a ensuciar sus zapatos nuevos en una categoría dura, áspera y competitiva. A asumir el reto de ayudar a los suyos. Para influir, generar, rematar, para dotar al equipo de su personalidad, para acariciar el balón desde la última línea. En su tierra, con su gente, donde nacerá su hijo. Donde suena el rock blanquiazul. Un jugador que nos ha reconciliado ante la tendencias y el negocio y que nos ha recordado el verdadero sentido del futbolista y de cualquier ser humano. La felicidad no es negociable. Bendito déjà vu.
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