La Copa, con su formato, brinda la oportunidad de darle –aunque solo sea un poquito– algo de equilibrio ante las grandes diferencias que existen entre los conjuntos de distintas categorías. Se habla de los que deben hacer trayectos a los que no están acostumbrados o del estado del césped que les puede perjudicar. Sin embargo, no hay una realidad más certera que la de ese grupo de futbolistas que pertenecen a clubes modestos, que depositan toda su ilusión en la oportunidad y se dejan la vida en el terreno de juego. La Copa mola, en gran parte, gracias a ellos.
Los blancos saben bien de esto. De una competición que no ganan desde el inolvidable sprint de Gareth Bale en 2014. En los últimos años, han sufrido desde una alineación indebida hasta la moral del Alcoyano. Paseaba el Real Madrid esta vez por un oscuro callejón buscando su salida, en una escena que invita a acontecer el susto en cualquier momento. La claridad de Rodrygo encendió la luz, homenajeando a una estrella que ahora brilla desde otro lugar. Como una aurora boreal que aparece repentinamente para regalar un espectáculo natural. Con su aspecto aniñado, hizo esa jugada maestra para dar jaque mate al rival que pasea por ese mismo pasadizo. Un ángulo imposible. No hay escapatoria.
El brasileño tiene una llave en sus bolsillos para abrir las cerraduras más fiables. Baila en los muros defensivos sin dudarlo, porque decide con el balón en los pies con la misma rapidez que escuchamos ese audio en la máxima velocidad que nos concede WhatsApp. Sigues en bata y zapatillas, sin asear, mientras él ya está cogiendo el autobús con la camisa bien planchada y una sonrisa envidiable. Empuja una y otra puerta, asomando su talento, buscando el hueco, reivindicando su innegable calidad. Capaz de colarse en cualquier mansión repleta de seguridad sin la mínima sospecha. Pura finura.
Rodrygo es esa extra ball del pinball. Te concede una nueva vida. Cuando parecía que el Real Madrid podía morir en su última Champions League, su nombre fue uno de los protagonistas del guion más estrambótico que pudimos imaginar. La brusquedad de un cortocircuito. Ha dado respuesta a cada contexto y posición. Acendrado, obediente a su cometido en la izquierda, derecha o en el centro. Su adaptabilidad ha construido una completa pieza ofensiva que, con su influencia, dota de peligro al conjunto. Un talismán para el libreto de Ancelotti, un socio para complementar a Benzema y amortiguar sus ausencias. Lanza desmarques, transforma lo minúsculo en espacios, combina, regatea, atrae y tiene conexión con el gol; ya sea desde una jugada individual de fantasía o desde una llegada para consumar. En el barro o en alfombra roja. Una llave dispuesta a prestarse para abrirle la puerta a los suyos y multiplicar sus posibilidades.
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