La llegada sin traspaso mediante de Paulo Dybala a un club de un segundo escalón competitivo como la Roma es una anomalía que se explica desde dos vertientes. En primer lugar, por las particularidades actuales de un mercado que, lejos de la Premier, sufre la claustrofobia de los límites salariales. Y, en segundo término, por ser un signo de que su carrera no ha terminado de eclosionar como esperábamos hace algunos años, cuando su destino final parecía ser Madrid o Barcelona, ni de rayar al nivel de una calidad incuestionable, pero que no ha logrado imponerse al cien por cien para ser considerado sin ambages como una de las grandes estrellas mundiales.
El talento del argentino, uno de los más puros y resplandecientes de su generación, nunca ha estado en duda. Salta a los ojos el hecho de que estamos, por condiciones, ante el futbolista de mayor techo de la Serie A. De hecho, fue el MVP de la temporada 2019/2020 del Scudetto de Sarri en Turín. Sin embargo, cierta discontinuidad debido a lesiones musculares, contextos poco favorecedores para un jugador de una tipología noventera (que es al mismo tiempo un 9 y un 10 y al que es difícil encasillar en una demarcación propia del marco táctico general actual) y vivir a la sombra de las dos grandes figuras históricas contemporáneas han limitado su impacto.
Cuando parecía que estaba listo para consagrarse en la Juve, para situarse a rebufo por caché y estatus de los dos colosos y ser esa máquina que conjugase creación y producción goleadora directa, para ser líder de su equipo y ponerse la capa de superhéroe en los días grandes, le trajeron a Cristiano Ronaldo, el máximo goleador en partidos oficiales de todos los tiempos.
Mientras tanto en Argentina, un mismo estilo de jugador, que pisa sus mismas zonas predilectas, con la misma inercia e intención de fuera hacia dentro, que posee el mismo tipo de disparo combado desde la frontal después de tirar amagos y sortear piernas de rivales pero de nombre Lionel Messi era un elemento demasiado totalizador para permitirle encontrar su espacio. Y Dybala, a su vez, demasiado bueno y demasiado demandante de la pelota para rendir sin tanta cuota de balón o ser su mero recambio en las contadas ocasiones en las que Messi no estuviese.
Dybala se ha despojado de ese peso y se ha liberado de la presión desde su país de tener que ser una suerte de sucesor de Messi o adaptarse bajo cualquier circunstancia. Ahora, alejado definitivamente de esas dos sombras inabarcables incluso para un jugador tan luminoso como él y rodeado de un entusiasmo desenfrenado hacia su figura y todo lo que esta representa por parte del popolo giallorosso, ‘La Joya’ se ha convertido en unos meses en el indiscutible dueño de los focos y en el hombre que mueve los hilos de toda la maniobra ofensiva de la Roma.
Mourinho ha entendido sus características y sus necesidades a la perfección y lo ha insertado dentro de un 3-4-2-1 que le da la posibilidad de conjugar penúltimos y últimos toques, es decir, de tener influencia tanto con su excelso disparo, uno de los más estéticos en circulación (recordemos que el primer Dybala es sobre todo un finalizador y esa virtud sigue siendo la más primorosa de todas), como con su visión de juego cuando esta se enfoca hacia el último tercio.
Además, el técnico luso también le está dando los espacios para activarse por dentro partiendo desde zonas exteriores, donde es más sencillo recibir, con esa diagonal tan típica de su juego y está evitando que la toque en exceso en campo propio, como le sucedía con Pirlo y Allegri, que tenían que elegir entre alejarlo de los mecanismos asociativos globales o alejarlo del gol.
En definitiva, el contexto táctico y la jerarquía que su calidad siempre ha reclamado. Con un nueve tan insistente en el desmarque como Abraham para ampliar la distancia entre líneas del rival en fase defensiva, un segundo trequartista que divida atenciones en esa parcela, la presencia de carrileros altos que le permita usarlos a su favor, que se lleven marcas y que hagan ancho al equipo para que reciba dentro muchas veces, libertad para moverse en horizontal y vertical, para pisar área o para asomarse al círculo central según le parezca o le pida el partido. Todo lo necesario para ser la clave del salto definitivo de una Roma de regreso a la élite, la figura que junto a la de Mourinho desde el banquillo devuelva a la Roma a la lucha por un Scudetto.
No solo son las sensaciones y la ilusión circundante las que acompañan el renacimiento de Dybala como jugador franquicia, también las estadísticas así lo indican. El argentino está en sus mejores números en key passes (+1.1 por partido en Serie A respecto a su media en el último lustro). Se siente y es más epicentral que nunca. También en sus mejores números en cuanto a selección del tiro (0.14xG por remate, lo que supone un incremento de 0.06Xg respecto a la media de sus disparos en las anteriores cinco temporadas). Y otro dato que demuestra que el contexto es finalmente el más adecuado es que está tirando desde más cerca que nunca (16.2 metros de media por chut por los 20.1 de promedio entre los cursos 2017/18 y 2021/22), un aspecto fundamental para un rematador desde media distancia tan prolífico, artístico y letal.
Dybala en la Roma es un bug en el videojuego, un fichaje impensable hace unos cuantos meses, más si cabe hace un par de años. Una oportunidad para ambos, futbolista y club, en un momento muy particular también para ambos. Dybala es un jugador dotado de la capacidad de hacer magia en acciones puntuales, de sacar conejos de la chistera en momentos calientes. Un elegido en la misma época de los dos inalcanzables superelegidos (Messi y CR7), en la misma época de los dos cyborgs (Mbappé y Haaland) que han tomado con sus formas futuristas el testigo, capaces todos ellos de desvirtuar con su grandeza hasta el talento de uno de los futbolistas que por nivel, recursos y calidad técnica más de cerca les puede seguir, como es el caso de Dybala.
La historia de Dybala, pese a su irrefutable calidad suprema, ha sido más un lo que pudo haber sido o una espera de lo que va a ser que una consagración total. Roma, la Roma, el romanismo, Mourinho, el contexto, el paso atrás para coger impulso, la vendetta de convertirse en un ídolo de masas en la Roma tras no serlo en la Juventus, la propia vendetta personal, las ganas de demostrar que habría podido hacerlo mucho antes. Ser el depósito de las ilusiones de un club, de su hambre, su ambición, sus deseos, sus anhelos y saberse la figura sobre el campo que más preparada está para poder hacer que todos ellos se cumplan. Un nivel de influencia totalizador, decisivo, genial. La esperanza redoblada tras la llegada de Mourinho hace poco más de un año.
El momento de Dybala, del Dybala que imaginábamos, es este, es ahora. Por fin solo con la mochila de la responsabilidad a cuestas. Por fin a la altura de las expectativas que únicamente un talento como el suyo puede generar. Por fin para ser, con continuidad y sin nadie al lado que le proyecte sombra, una de las joyas que más brillen del panorama futbolístico internacional.
Imagen de cabecera: @OfficialASRoma
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