Arranca el Tour de Francia 2022 en Copenhague y muchos no podemos dejar de pensar en aquellos gloriosos Tours de la década de los 90. ‘Boomers’ nos llaman. Está muy bien lo de Pogačar, Roglič, Van Aert, Evenepoel, Van der Poel y compañía, pero no sé. Algunos nos bajamos con los Zülle, Rominger, Bugno, Chiapucci, Virenque, Jalabert y compañía. Somos legión los que aún estamos en ese limbo de nostalgia. Si al escuchar los apellidos Riis, Ullrich, Berzin, Ugrumov o Jaskula aún te infunde respeto y hacen que actives el ‘modo alerta’, es señal inequívoca que pintas canas. Esto es así.
No descubro nada diciendo que el ciclismo español está hoy muy lejos del nivel de entonces. En cantidad y en calidad. Ya no es solo que no exista en nuestro país un dominador como el gran Miguel Induráin, es un tema de forma y fondo que no abordaremos en estas líneas. Lo cierto es que el ciclismo de hoy ha cambiado, y mucho, pero hay ciclistas jóvenes con hambre dispuestos a darle acción. Veremos si les dejan porque actualmente la osadía se cotiza muy cara y la personalidad está bajo sospecha.
Idealizamos el pasado por encima de nuestras posibilidades. Ocurre con el deporte, con la juventud y con los amores paganos y fugaces. ¿Por qué? Nadie lo sabe con certeza. Seguramente lo hacemos como mecanismo de defensa para contrarrestar el inexorable paso del tiempo. O tal vez no. Tal vez esa nostalgia selectiva solo se active como una variante de autoayuda o válvula de escape para recordarnos a nosotros mismos que hubo un tiempo en que éramos felices, aunque no lo supiéramos.
Recordar es bueno, no olvidar es aún mejor. Eso sí; ayer, hoy y mañana: ¡viva el Tour!
A pesar del tiempo, a pesar de todo.
Disfrutemos del hoy sin olvidar el ayer.
Foto: Getty Images