Mucho se ha hablado ya de las maravillas de Wimbledon. Incluso en esta web, en varios artículos muy buenos, se ha destacado la magia del tercer grande del año. Más allá de las fresas y el champán, el aficionado que mira el espectáculo desde casa a veces alucinará con la pomposidad del evento, esta edición otorga a los seguidores españoles un nuevo aliciente: Rafa Nadal. El balear, que sigue impresionando a todo el mundo, ayer superó una primera ronda cargada de veneno. Francisco Cerúndolo, en el mejor momento de su carrera, no lo iba a poner nada fácil. Y así fue.
Antes de analizar brevemente el choque, hay que profundizar seriamente en lo que significa ver al español en la hierba de la catedral londinense. Nadal aquí se ha llevado, seguramente, las mayores alegrías y decepciones de su carrera. Le hemos visto superar a Roger Federer en una pista central conteniendo la respiración y comprendiendo que estaban presenciando el mejor partido de la historia de este deporte. Las cruces, sin embargo, han sido durísimas. Es imposible obviar, por ejemplo, la derrota de 2015 ante Dustin Brown, un jamaicano alegre y despreocupado que parecía esa tarde una mezcla de Pete Sampras y John McEnroe. Si alguien no recuerda ese partido que se ponga un vídeo y alucinará con algunos de sus golpes. La heterodoxia hecha tenista.
Que, a sus 36 años, con grandes éxitos a sus espaldas, siga luchando por aumentar su palmarés es una muestra más de la mentalidad que posee. Ahora tiene su propio Moby Dick: hacer el Grand Slam. Que el ínclito tenista pise el césped del campeonato más icónico lleva al seguidor a otros años. En estos tiempos en los que no hay ninguna certeza, en los que unos síntomas de COVID te puedan mandar para casa, es imperativo que haya alguna certidumbre. Y el deseo por el triunfo de Nadal, el de demostrar una vez más quién es el mejor, sigue ahí. El aficionado vuelve a la zona de confort.
Ayer en la central le esperaba un argentino muy batallador; si es que se puede permitir el pleonasmo. Cerúndolo, desde los primeros golpes, demostró que no venía de paseo y tuvo en su mano forzar la quinta manga. Como bien sabe Nadal, la primera ronda de Wimbledon la carga el diablo. Adaptarse a la hierba, que ya empieza a tener sus primeras calvas, sin haber jugado ningún choque oficial era una empresa complicada. Ahora, con las bajas de los mejores tenistas en su parte del cuadro, se ilusiona con volver al 2008.
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