Más de un gurú de la motivación asegura que tienes que salir de tu zona de confort. Que cambies de casa, que viajes y que mutes tus hábitos alimentarios. Romelu Lukaku, impulsado quizás por esas frases motivacionales que seguramente van acompañadas con un hashtag deseando un feliz lunes, dejó la bella Italia por la lluviosa Inglaterra. Craso error. Sorprende que el belga, que ya conocía a la perfección lo que significaba jugar en la Premier y en el Chelsea, no pensara en todas las consecuencias. A los pocos meses daba una entrevista para Sky Italia reconociendo, prácticamente, que quería volver al Inter. La conclusión es clara: no hay que creer a los que nos tratan como un grupo de burros con los mismos gustos.
El todavía ariete del Chelsea casaba a la perfección con el sistema. O eso parecía. Thomas Tuchel, que acababa de alzar al cielo de Lisboa la Champions League, aseguraba los servicios de la única pieza que parecía fallar en el engranaje de los blues. Además, el jugar con tres centrales y con dos mediapuntas muy cerca de su zona de influencia hacía pensar que la idea no era igual que la de los del Giuseppe Meazza, pero que no era radicalmente contraria. Tiene que funcionar, nos decíamos. Pues no, en el balompié, como bien sabemos, no existen las certezas.
Desde sus primeros coletazos en el último curso, Lukaku no estaba cómodo. Marcó sus goles, por supuesto, pero nadie acababa de ver a ese goleador nato que aterrorizaba al defensor de turno. Era un pistolero del viejo oeste con una piedra en la mano a merced de cualquier puma hambriento. No podía salir bien.
La sensación es que él necesita que se le quiera. Cuando ha triunfado en otros cuadros siempre ha tenido detrás una serie de componentes clave: que la afición le apoye y que el técnico tenga una fe inquebrantable en sus condiciones. Roberto Martínez, en el Everton, fue el mejor ejemplo. En Stamford Bridge, sin embargo, aterrizó en un proyecto que ya había tocado techo inesperadamente. Tuchel, pese al poco tiempo que llevaba, ya estaba muy asentado. Ante los problemas de Lukaku, echando de menos al ínclito Lautaro Martínez, no pareció demasiado preocupado. Todo terminó con unos números muy pobres para lo que costó, dejando por el camino infames encuentros como el que tuvo ante el Crystal Palace: tan solo tocó 7 veces el balón en 90 minutos. Ahora parece que su billete de vuelta a la zona de confort está sellado. No siempre los cambios son buenos.
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