La Nations League no interesa a todo el mundo, aunque los creadores, que solo piensan en lo que piensan, sigan dándose golpes en el pecho. Me parece normal: los propios futbolistas, los verdaderos actores del fútbol, se han quejado de una competición que molesta. ¿Cómo va a enganchar al aficionado algo que no convence a los deportistas? Llevan los jugadores semanas extenuantes, jugándose cosas importantes con sus clubes para que ahora, mientras piensan en sus paseos en barco por Ibiza, les digan que si pierdes bajas a la segunda división de la competición. ¿Qué importa? En los inicios del torneo Alemania quedó última en su grupo y debía descender. De la noche a la mañana hubo una reestructuración abyecta que les permitió mantenerse. Es difícil hacerse respetar, crear un legado, si quieres contentar a todo el mundo. Acabas convirtiendo una buena idea en una chirigota. Y ya nadie te hace caso.
España, por su parte, arrancó con dudas. Tras los dos pinchazos, como siempre, se criticó al seleccionador nacional. Luis Enrique, que parece haber nacido para estos momentos, está siempre en el ojo del huracán. Es evidente: en algunos momentos ha parecido, por lo menos para el seguidor que no sigue con fuerza al combinado nacional, que algunas de sus decisiones iban más allá de lo deportivo. Que le ponía, en sus propias palabras, el escarnio y el rechazo de los periodistas. ¿Crees eso? Le decía a un jovencísimo Josep Pedrerol hace décadas cuando le cuestionaba que parecía que querían perder la liga. Aquella entrevista fue mítica.
El caso es que todo parecía perdido, que el seleccionador debía marcharse y en dos envites todo ha cambiado. España ha acabado el parón como líder de grupo, dependiendo de sí mismo para volver a plantarse entre los mejores de este campeonato que está bajo sospecha. Como el propio Luis Enrique. Hay pocos personajes en el mundo del fútbol más extremos que él: o le amas o le odias. Con él no hay término medio.
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