No creo que muchos de los que leáis estas líneas tengáis cada viernes una aventura de película. Tendréis vuestras rutinas, por supuesto. Lo mismo que el que está rellenando la hoja en blanco: unos irán a tomar una copa; otros descansarán viendo una serie o leyendo un libro en casa y algunos se animarán a echar un partido de fútbol con sus amigos. Desde hace algo más de una semana esto ya no ocurre en Ucrania por culpa de las decisiones arbitrarias de los que nunca pasarán penalidades. De los que nunca, por supuesto, se mancharán de sangre entendiendo el significado real de la palabra guerra. El ucraniano medio, como dijo con tremenda precisión Sergio del Molino en El País, no podrá centrarse en sus hábitos, ya sean prosaicos o no. Hoy tiene que salvar su vida.
Los aficionados del Mariupol, por ejemplo, no están preocupados ya por la falta de gol de su equipo. Ahora tienen que pensar en si hacen un cóctel molotov o en si pueden ir a comprar algo de comer con el miedo a que les caiga una bomba o que un francotirador les alcance. El ciudadano europeo vive uno de los momentos más chocantes de la historia reciente: puede elegir entre seguir viendo reels sobre bellos paisajes o visualizar si arde o no arde una central nuclear. La información está a un clic y es muy democrática. Aunque, seguramente, te tragues alguna noticia falsa.
Dos embajadores del dolor ucraniano, Zinchenko y Mykolenko, jugaban hace una semana en Premier League. La foto lo dice todo. Es cierto que ellos son unos afortunados por su posición, pero seguramente durante todos estos días sus pensamientos se centran en cómo están familiares y amigos. Donde hace no mucho pegaban sus primeras patadas al balón, soñando con ser aclamados por millones de personas, hoy hay paisajes desoladores. Seguro que más de una vez ambos han llorado por el balompié, pero ahora hay que darle mucho sentido a una de las frases más manidas de la historia: “El fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes de la vida”. Pues eso.
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