Rafael Leão es un acontecimiento. Ver en acción al portugués es ahora mismo la actividad más divertida y electrizante de entre todas las que ofrece la Serie A en su programación. No hay en el Calcio otro futbolista más desequilibrante ni que te haga abrir tantas veces los ojos de pura fascinación. Su entrenador lo ha comparado con Thierry Henry, nada más y nada menos; Pep Guardiola ha dejado entrever, sin citar directamente su nombre, que le enamora su juego; y hace cosas, como pasar entre una maraña de rivales como por arte de magia, casi a modo de fugaces teletransportaciones, que únicamente Mbappé es capaz de hacer actualmente con esa mezcla de velocidad, ligereza, arrancada, suficiencia, y precisión. Lo dicho, un acontecimiento.
Leão tiene el nervio, el instinto, el talento natural, la sensibilidad asociativa, el poder de amenazar a pesar de estar en manifiesta inferioridad numérica y está aprendiendo a desarrollar todo a la máxima potencia, literal y figuradamente. Tras una primera etapa en el Milan en la que parecía un jugador inconstante, al que le costaba encontrar la regularidad, ha pasado a ser, en solo unos meses y a base de confianza en sí mismo, uno de los nombres más decisivos del campeonato. Y eso que si algo le falta todavía es aumentar su dimensión productiva, encontrar un disparo recurrente desde la frontal, una vez despejado el panorama de marcajes con el limpiaparabrisas de su calidad técnica, que lo eleve definitivamente al primer escalón mundial.
Hay pocas elecciones mejores a la hora de conducir transiciones. No solo en el Milan, sino en todo el fútbol europeo. Leão es el líder de la Serie A en términos absolutos en número de conducciones al área, en regates exitosos y, con mucha diferencia, también en el número de rivales regateados (61 respecto a los 45 de Nicolò Zaniolo, segundo en discordia). Además, está también en el top-10 de más regates completados por partido de las cinco grandes ligas, entre futbolistas como Saint-Maximim, Adama Traoré, Vinicius Jr., Boufal o el ya citado Mbappé.
Aunque su magia vestida de huracán no se limita a estirar, a rajar al rival por fuera o por el carril intermedio de su zona de actuación en el perfil izquierdo, sino que también encara una y otra vez cuando recibe en parado, cambiando el ritmo de manera devastadora y trazando la diagonal hacia el mismo corazón del área. Y cuando alcanza vuelo, con la gran aptitud que tiene para aprovecharse de los choques y la brillante capacidad de protección y control del balón, no lo para nadie. Entre el caos aparente el único caos que él entiende es el que deja a su paso.
Y lo mejor de todo es que parece salirle sin pensar, sin querer. Le fluye porque simplemente es lo que tiene dentro, no necesita organizar en su cabeza qué hacer ahora y qué hacer justo después, le basta con ir improvisando y sus condiciones físico-técnicas ya se encargan del resto. Leão es un futbolista que lo intenta siempre, pero no obstinadamente, no empecinadamente, sino cuando la situación del juego se lo pide. No da un pase atrás si puede dar una zancada hacia adelante, no le intimida lo más mínimo tener tres rivales solo para él esperándole en el camino.
El joven luso tiene momentos en los que parece ir envuelto en llamas por el césped, luciendo esa suficiencia comentada tan propia de los futbolistas grandes, de un tipo de futbolista grande muy concreto. El que aúna motor y levedad como si fuese un Fórmula 1. El elástico, el gallardo, el carismático, el que levanta al público, el que lo enardece a base de quiebros, requiebros, cabriolas y corvetas. El que exuda estilo y parece tener siempre todo bajo control por muy rodeado por los cuatro flancos que esté. El que parece capaz de entrar en un trance solo para elegidos y durante esos cinco segundos hacer literalmente lo que le da la gana sobre el campo.
Leão todavía no gana partidos solo, pero no está lejos de hacerlo. Cada vez que recibe la pelota hace que suceda algo que no sucede cuando la recibe cualquier otro de los 21 futbolistas restantes. Ya lo advertíamos al inicio: Leão es un acontecimiento, una rockstar de gira por Italia. Una gira compuesta por 38 conciertos que cuando terminan, lo único que te entran ganas de hacer como espectador es comenzar a corear a grito pelado “otra, otra, otra, otra…”, en un vano intento de hacerle volver salir al campo para seguir disfrutando de al menos una linda jugadita más por parte de un talento floreciente, exuberante y cautivador que parece estar convirtiéndose concierto a concierto en uno de los mejores solistas del mundo del fútbol.
Imagen de cabecera: @ACMilan
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