El susto ante el Sheriff, sumado a las últimas desilusiones en liga, obligaba al Real Madrid a machacar al Shakhtar Donetsk. Los blancos se vengaron de las derrotas del curso pasado ante los ucranianos cuajando su propio Pearl Harbor. Lo de los anfitriones tiene poca explicación: es uno de los cuadros más ciclotímicos de Europa, exiliados en la capital del país y con un sinfín de brasileños granujas buscando el salto a una competición más potente. Capaces, siempre, de lo mejor y de lo peor. Que luego alguien se atreva a hablar del doctor Jekyll y el señor Hyde y de aquello que escribió Robert Louis Stevenson. No conocían al conjunto de Roberto De Zerbi.
Los blancos aparecieron en el olímpico protagonizando el mítico cliché en los lugares europeos donde el frío es lo normal: salieron muy pero que muy dormidos. Esto ya es una costumbre de los merengues. De hecho, hemos llegado a ver a los de Chamartín cayendo en Rosenborg y en otros campos en los que los aficionados a la Superliga nunca querrían ir. Pero el formato es el que hay ahora mismo. Sin embargo, esta vez no hizo falta emplearse a fondo -la zaga local ayudó- para encarar la fase de grupos con confianza. El inicio dubitativo acabó en gresca.
Y en el triunfo blanco, además de las maravillas de Benzema y de la confirmación de Vinicius, hay que volver a destacar a los dos genios del centro del campo: Luka Modric y Toni Kroos. Croata y alemán, alemán y croata, disfrutaron una vez más en el verde con una actuación de postín. Da la sensación de que cuando miras la alineación una hora antes en la aplicación sabes que vas a volver a sentir una vez más el síndrome de Stendhal. Kroos jugó de un lado al otro con una sobriedad que roza la humillación cuando le comparas con el resto de los futbolistas del mundo y Modric sigue emocionando cada vez que se pone la zamarra blanca. Y le daban por retirado.
El 0-5 final, un resultado durísimo para los ucranianos, deja al Madrid en un segundo puesto que no significa nada: es cierto que el calendario no es el más complicado, pero el grupo sigue muy apretado. Hay un tal Sheriff que sigue pegando coces y un Inter que, como el propio Shakhtar, es capaz de enamorar y decepcionar en cuestión de minutos. Como aquel Pijoaparte que escribió Juan Marsé un día: en la misma frase podías empezar sonriendo para acabar llorando. Veremos cómo acaba esta montaña rusa.
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