Otra vez he vuelto a sentir esa horrible sensación de vacío cada vez que un piloto se va trágicamente. A los que nos gusta ver las carreras de motociclismo desde pequeños, los que nos diseñábamos un dorsal para pegar en nuestra bici y los que nos metíamos tanto en el papel que concedíamos ruedas de prensa imaginarias después de cada carrera en el videojuego oficial de MotoGP; llegábamos a un nivel de empatía con los pilotos que, cada vez que se produce una catástrofe, nos deja un mal cuerpo que nos hace plantearnos si merece la pena continuar viendo las carreras.
No me quiero poner en la piel de los pilotos cuando, el domingo, a media mañana, se les comunicaba el fallecimiento de Jason Dupasquier y se les obligaba, sin dar opción de réplica, a concluir el gran premio con las carreras de Moto2 y MotoGP. ¿Realmente merece la pena? Se preguntaban retóricamente varios compañeros cuando se enteraron de que el suizo no pudo sobrevivir al terrible accidente que sufrió, el sábado, en la ronda clasificatoria.
Un día como hoy, además, en la previa de un Gran Premio de Cataluña, en Montmeló, como hoy, nos dejaba Luis Salom. Son demasiados los casos de muertes trágicas de pilotos en los últimos años, hasta cinco en el siglo XXI. Cada temporada se aumenta la seguridad en circuitos, la indumentaria de los pilotos gana en protección y los sistemas de las motos para minimizar riesgos en caso de accidente son más sofisticados, pero, por otro lado, también aumenta la velocidad. Las motos corren más cada temporada, de hecho, en Mugello, las Ducati han superado los 350 kilómetros por hora de media por primera vez en la historia y la velocidad punta media aumenta cada campaña.
Varios pilotos mostraron su disconformidad por participar el domingo, otros tantos, como por ejemplo ha hecho Jorge Lorenzo en repetidas ocasiones en su canal de YouTube, y eso que el ‘99’ ya no está en la parrilla, muestran su preocupación porque las motos van demasiado rápido y creen que se debería tomar medidas al respeto. La pasada temporada, en el Red Bull Ring de Austria, estuvimos cerca de lamentar otra tragedia, por partida doble. Un accidente en el que la moto de Morbidelli estuvo cerca de arrollar a las dos Yamaha oficiales, de Maverick Viñales y Valentino Rossi, y otra situación en la que el propio Viñales tuvo que lanzarse de la moto a final de recta por un problema mecánico en los frenos de su M1, pusieron en alerta a la organización y, por suerte, aquel día, la mayor victoria fue la ausencia de lamentaciones.
Pecco Bagnaia fue realmente crítico con lo sucedido y afirmó que, de haber sido un piloto de MotoGP quien sufrió el destino de Dupasquier, no se habría corrido. ¿Realmente merece la pena? No lo sé. Quien debe juzgar eso son los propios pilotos, que asumen ese riesgo cada vez que se suben a una moto, obviamente, y a ellos hay que escucharlos. Hay que hacer todo lo posible para limitar riesgos y para que no se vuelvan a repetir estos domingos de lamentaciones. Como aficionado, recuerdo esa horrible sensación que sentí con el fallecimiento de Dupasquier, de Tomizawa, de Simoncelli, de Luis Salom… así que no me quiero imaginar lo que debe sentir un piloto que pierde a un compañero y, en la mayoría de las ocasiones, a un amigo.
Si ellos siguen deseando subir a la moto, entiendo que merece la pena. Pero, desde fuera, es muy complicado entenderlo.
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