Dice Wikipedia que en 1999 el Mallorca era el octavo mejor equipo del mundo. En Palma están acostumbrados a vivir de leyendas, de momentos mágicos que contrastan con descensos a Segunda B. A finales de siglo y milenio decían que el mundo se acababa. A lo mejor por ello, el conjunto balear decidió convertirse en un dolor de muelas para los mejores conjuntos del planeta. Por si las moscas, por arreglarlo todo antes de irnos al limbo. A los mandos estaba Héctor Cúper, que con el tiempo se convirtió en el Quasimodo de los banquillos. “Pierde todas las finales”, le siguen diciendo los que matarían por una carrera como la suya.
En su primera temporada en el conjunto bermellón ya pegó fuerte: acabó quinto en LaLiga y llegó a su primera final en la isla. Los mallorquines perdieron en Copa ante el Barcelona en penaltis, pero se tomaron la revancha ganando la Supercopa de España unos meses más tarde. Una competición, por cierto, que ya parece totalmente obsoleta a lo que hoy se celebra en Arabia Saudita. La isla, entonces, se percató del conjunto que poseían: Ibagaza, Roa, Lauren o Dani, entre otros, conformaban una escuadra que quería ganar la Recopa de Europa. Una locura. Todo en el Lluís Sitgar, hoy abandonado y con un sinfín de anécdotas guardadas en polvo y basura de un Mallorca campeón. Si las paredes hablaran.
Lo lógico es pensar que si juegas una competición continental tienes que sufrir en el trofeo doméstico. Que no se puede aguantar ni física ni mentalmente. Pues no. El Mallorca acabó tercero en LaLiga y disputó la primera final europea de su historia, ante una Lazio que también asustaba. Un gol de Pavel Nedved desniveló la balanza que habían equilibrado Vieri y Dani. Otra final perdida. Otro éxito.
La ensaimada mecánica tenía fecha de caducidad. El fin de ciclo parecía escrito tras la marcha de Cúper y el décimo puesto en la siguiente temporada. Aun así, con un filial impresionante, ascendido a Segunda División, volvieron a clasificarse a la Champions League, con Samuel Eto’o y Finidi perforando porterías rivales. El Mallorca no paraba de sonreír porque su conjunto seguía triunfando y el mundo, definitivamente, no se había acabado. O eso dice la Wikipedia.
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