Recuerdo como si fuera ayer una eliminatoria de ascenso a la categoría de plata entre mi CE Sabadell y la SD Eibar. El partido de ida, con una Nova Creu Alta llena hasta la bandera, la primera ocasión fue para el equipo armero a los dos minutos de un partido que terminó con empate a cero. En el partido de vuelta, un gol de Marc Fernández dio el ascenso al equipo arlequinado por el mayor valor de los goles fuera de casa tras el uno a uno final. En una de las últimas jugadas, Lago Junior, delantero del Eibar erró una ocasión increíble. Se le escapaba el objetivo al cuadro eibarrés en un suspiro. Dicen que la derrota que se ha peleado hasta el final tiene una dignidad que la victoria no conoce. Ese caer de pie. Esa sensación de que te has quedado tan cerca, que a la siguiente oportunidad algún tipo de fuerza mística te va a empujar al éxito. Tres temporadas más tarde, de la mano de Gaizka Garitano, el Eibar subió dos escalones de golpe hasta llegar a Primera División por primera vez en su historia.
La primera temporada, la 2014-15, el descenso administrativo del Elche libró al Eibar del descenso. Después de ese susto, llegó Mendilibar al banquillo para construir un equipo con ideas claras y una identidad propia. Una población de 27.000 habitantes compitiendo cara a cara contra colosos. Un paseo entre gigantes del balompié nacional y europeo. La pequeña aldea de Astérix y Obélix luchando frente a ejércitos poderosos en un ejercicio de resistencia espectacular. Durante estos años hemos disfrutado con un equipo que ha plantado la defensa en el centro del campo, ha presionado cada balón con una fe inquebrantable y ha bombardeado las áreas rivales con centros laterales constantes.
Visitar Ipurúa ha sido como la visita al dentista para los equipos de La Liga. Sabes que tienes que ir a la consulta una vez al año y seguramente vas a pasar un rato desagradable. Grandes equipos se han visto contra las cuerdas ante el plan de juego del Eibar de Mendilíbar, el Mendil-Eibar. Lamentablemente, el destino del cuadro armero ha sido el de desprenderse de sus mejores jugadores verano tras verano. Una lista de jugadores que han elevado su nivel vistiendo la elástica a rayas y que han abandonado Ipurúa siendo jugadores ya de primer nivel. Ander Capa, Dani García, Lejeune, Joan Jordán, Cucurella, Escalante, Rubén Peña, Charles y Orellana son solo unos cuantos ejemplos de futbolistas que se han revalorizado en Ipurúa. Cada temporada, Amaia Gorostiza, Fran Garagarza y su equipo de trabajo han tenido que hacer malabarismos para mantener la competitividad del equipo en la élite a pesar de las limitaciones. Cada temporada ha aparecido en todos los pronósticos como candidato al descenso, pero la voluntad y el trabajo innegociable han ido alargando el milagro.
Ayer se consumó el descenso de la SD Eibar a Segunda División después de siete temporadas en la máxima categoría del fútbol nacional. En la temporada del fútbol sin público, Ipurúa ha dejado de ser un territorio incómodo para los rivales que han visitado el municipio guipuzcoano. Como recordaba ayer mi amigo Aitor Lagunas, Eibar significa ‘tierra por labrar’. Una tierra que ha visto a los mejores equipos del panorama nacional sufrir ante el empuje y entusiasmo de su equipo. Una etapa brillante de una ciudad orgullosa. 10 años después de aquel intento de ascenso fallido, el Eibar vuelve precisamente a la categoría que entonces anhelaba. Ahora el club es mucho más potente gracias a una gestión ejemplar. Después de la lógica etapa de duelo, enseguida llegará el momento de hacer balance y prepararse para volver a la élite después de siete años consecutivos caminando entre gigantes.
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