En las últimas temporadas ha habido realmente muy pocos casos en los que un futbolista haya permanecido durante tanto tiempo tan por encima a título individual del contexto colectivo que le rodea, en cuanto a puro nivel futbolístico se refiere, como le ha sucedido a Rodrigo De Paul en el Udinese. Y es muy posible que, al menos de forma reciente, ningún otro jugador de una gran liga haya permanecido en un lugar tan alejado y tan por debajo de su enjundia futbolística sin tener detrás una carga afectiva que le ligue al club desde su formación o desde su infancia.
Esa es precisamente la situación de nombres como los de Iago Aspas o Jack Grealish en Vigo y en Birmingham, respectivamente, por citar dos ejemplos paradigmáticos, pero yo estoy seguro de que en el caso particular de Rodrigo De Paul, formado en Racing de Avellaneda y llegado al Friuli de rebote tras su fiasco en Valencia y un regreso fugaz a su club de origen como interludio y con las orejas gachas por el revés que le había propinado de primeras el fútbol europeo, ni siquiera sabía situar Udine en el mapa antes aterrizar en la ciudad allá por el verano de 2016.
Su caso es, por lo tanto, totalmente atípico. Más si cabe en un fútbol como el actual que rápidamente pasa la aspiradora por la alfombra de los más modestos para concentrar todo el talento en un selecto grupo de cuatro o cinco equipos por cada liga. Un caso que nos hace rememorar aquel Calcio ochentero en el que un tal Zico podía jugar con la misma camiseta y el mismo dorsal cosido a la espalda que luce ahora De Paul en un 12º clasificado (de 16 equipos) de la Serie A sin que a nadie le pareciese particularmente extraño, ya que había otros casos bastante similares en lugares tan dispares como Verona, Como, Avellino o Ascoli. Curiosamente, el mismo puesto clasificatorio en el que quedó el equipo en la tabla en la segunda y última campaña de Zico en el club es el techo que el Udinese de Rodrigo De Paul nunca ha superado.
Hoy nos suena casi disparatado que uno de los 25 o 30 mejores futbolistas del planeta pueda acarrear en las espaldas nada más y nada menos que cinco temporadas en un Udinese de la vida, pero eso es precisamente lo que ha hecho este lustro De Paul sin que nos atreviésemos a decir abiertamente eso mismo, que se ha convertido paulatina y rotundamente en uno de los 25 o 30 mejores futbolistas del planeta. Y no lo hemos dicho abiertamente simplemente por el hecho de estar jugando en Udine y no en Milán, en Roma o en Turín, porque su nivel no admite dudas.
Como es de esperar de un futbolista que ha alcanzado tamaña magnitud, aunque lo haya hecho dentro de una habitación pequeña y apartada de la gran mansión que es el fútbol de primer nivel o incluso aunque lo haya logrado precisamente por eso, Rodrigo De Paul ha supuesto para el Udinese y para la mitad de abajo de la tabla en la Serie A una diferencia competitiva tan gigantesca en la lucha por la permanencia que podría incluso calificarse de abusiva. Un jugador Champions League salvando año tras año al Udinese de la quema a base de un talento, una calidad y un liderazgo tan totalizadores que hay veces en las que el diez argentino parece LeBron James agarrando la pelota en la medular para ejercer de base por el simple hecho de que sabe que, aunque él no sea un base al uso, es mil veces mejor que el teórico base titular del equipo.
Para ser claros desde el principio y lanzar una estadística definitiva: Rodrigo De Paul es, según los datos de Alebia, el futbolista de las grandes ligas que realiza más acciones ofensivas con éxito en su conjunto (regates, centros que encuentran remate y disparos entre palos). Ni Leo Messi, ni Neymar Jr., ni Cristiano Ronaldo, ni Romelu Lukaku, ni nadie. Además, el canterano de Racing también es el futbolista de la Serie A que más asistencias esperadas (xA) genera, el que más pases al área completa, el mejor conductor de balón en número de progresiones totales y metros avanzados con la pelota controlada, el mejor regateador de todos y el segundo que más pases que preceden a un remate de un compañero completa. En el Udinese, recordemos, por si a alguien se le había olvidado. El 13º equipo de la Serie A en tiros totales y a puerta por encuentro, el 15º por posesión y el 16º en número de acciones en el último tercio del rectángulo de juego.
Por destacar el agravio comparativo y el totémico liderazgo que se ha ganado a pulso su figura en Udine, ningún otro futbolista del club bianconero está en el top-40 de jugadores de la élite del Calcio en cuanto a goles y asistencias esperadas, remates entre palos o regates exitosos. Solo ante el peligro, como Gary Cooper, ejerciendo cada año de sheriff salvador del pequeño pueblo de Hadleyville cuando en teoría ya tendría que haber dejado el cargo y haberse mudado a la gran ciudad a vivir la gran vida que por fin le confiriese el estatus que se ha ganado a pulso en las malas, y que todavía muy pocos son capaces de conocer y menos aún de reconocer, y a disfrutar de la luna de miel que merecen pasar juntos su talento y un contexto de máxima élite. Y en su caso, sin tener a una Grace Kelly, ni nada que mínimamente se le parezca siquiera, que a última hora sea capaz de tomar el revolver por él, disparar y ayudarle a solventar la situación.
Acostumbrado a ser el factótum del equipo, el chico para todo, el líder multitarea y pluriempleado, a pisar zonas muy diferentes del campo porque su calidad acaba imponiéndose en todas ellas (ha jugado de extremo por ambas bandas, de regista clásico como mediocentro único, de interior por ambos perfiles y con alturas muy diversas, de segundo punta, de trequartista…), sí hay algo muy positivo que Rodrigo De Paul puede sacar en claro de esta última temporada en Udine (quién sabe si también será la última antes de dar el gran salto que su carrera lleva tiempo mereciendo, con él nunca se sabe). Y es el hecho de que Luca Gotti ha sabido encontrarle una demarcación fija sobre el terreno de juego desde la que brillar sin tanto cambio espasmódico, con el riesgo que eso conllevaba para cualquier jugador poliédrico como él de estancarse en esa polivalencia indefinida (véase el caso de Saúl Ñíguez, ejemplo cristalino).
De Paul se ha instalado este curso en la posición de interior diestro en el 3-5-2 friulano y desde ahí dirige las operaciones, comanda el juego, tiene una importancia enorme en la organización ofensiva de su equipo y se mueve con inteligencia por donde más puede incidir. Varía alturas, recoge o espera, activa piezas entre líneas desde el pase filtrado o desde la acción puramente individual, va fuera o va dentro, pausa, acelera, desborda, ve lo que los demás no ven, piensa lo que los demás no imaginan y hace lo que los demás ni sueñan con hacer, asiste, dispara desde lejos, marca, sirve cada balón parado, combina, mezcla, juega en largo con la precisión de un drive de Tiger Woods y asume todo el peso creativo del Udinese. Y todo es todo.
Un futbolista que llegó a Europa como un atacante de banda fallido y que se ha convertido en un centrocampista de corte ofensivo completísimo y perfectamente capaz de incidir en el partido desde las dos mitades del terreno de juego, desde lo cerebral, lo técnico, lo físico y lo productivo. Un diez con una aptitud sobresaliente para guardar, para esconder la pelota y para hacer avanzar metros a su equipo a su compás, por él o a través de él, con un control de balón exquisito que le permite llevarla prácticamente cosida a su bota derecha. Un talento genuino, capaz de imponerse en espacios estrechos y amplios, de ligar líneas, de lanzar al espacio, de asumir un peso diferencial en el partido juegue donde juegue, potente en los duelos individuales y con un añadido estético que no vale para nada y que acaba por suponerlo todo. La forma de golpear la pelota de manera casi plana en sus cambios de orientación, por ejemplo, es una auténtica maravilla a ojos de un espectador ansioso de una linda jugadita, como decía Galeano.
De Rodrigo De Paul dependerá si quiere vivir una campaña más solo ante el peligro y afrontar las adversidades que se le presenten con la placa de sheriff de pueblo prendida en su chaleco o, en cambio, opta por marcharse por fin con la chica guapa y, mientras se monta en el coche de caballos y se deja llevar por ella hacia un nuevo destino, deja caer la estrella de sheriff de pueblo a la arena sin volver la vista atrás. Con toda la clase que Gary Cooper puede derrochar en una toma como esa, con la misma clase que Rodrigo De Paul derrocha en un campo de fútbol.
Imagen de cabecera: Imago
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