En la lengua española, pocas cosas han resistido tan bien el paso del tiempo como los refranes. Sencillas frases que suelen encerrar amplios conocimientos y que pueden ser usados en multitud de situaciones, lo que les permite trascender más allá de modas lingüísticas y/o del costumbrismo en el que se originaron.
Tal es el caso del refrán ‘encender una vela a dios y otra al diablo’. Hoy en día el número de personas que encienden velas con fines religiosos ha disminuido significativamente, pero el refrán sigue siendo perfectamente válido para designar a quienes, según el Instituto Cervantes, “quieren estar a bien con todos, sin definirse para no correr riesgos”.
Estar a bien con todos es algo tremendamente complicado cuando eres un equipo oficial de MotoGP. Sobre todo porque los objetivos son múltiples: el más evidente es la búsqueda de los títulos mundiales de pilotos, constructores y equipos; pero al mismo tiempo hay que cuidar la imagen de la marca a la que se representa, cuyo último fin son las ventas de motos.
Ante eso, la situación de Yamaha de cara a este 2021 era realmente complicada. Los resultados de Valentino Rossi en los últimos años han estado lejos de lo que se espera en el equipo oficial de la marca de Iwata, pero al mismo tiempo el italiano es el santo y seña de la marca.
No solo es el piloto que más títulos mundiales de clase reina les ha dado; también es, con mucha diferencia, el mejor embajador de los diapasones. Considerado como un auténtico dios en el motociclismo en general y en MotoGP en particular, Yamaha no podía permitirse que el 46 amarillo se fuese a otra marca.
Por otro lado, Fabio Quartararo había llegado casi de rebote a la categoría reina por voluntad del Petronas, equipo satélite de Yamaha, donde había debutado abonándose al podio y con un quinto puesto en la general final con apenas 20 años.
Después de varios años en Moto3 y Moto2, en los que El Diablo no había conseguido rendir al nivel que se le esperaba tras su arrollador paso por el CEV y el FIM CEV –donde llevó el sobrenombre de El Diablo a lo más alto-, el talento del galo había vuelto a fluir y lo había hecho sobre la Yamaha YZR-M1.
En el aspecto puramente deportivo el relevo generacional resultaba de lo más lógico, ya que ambos se llevan dos décadas de diferencia. Sin embargo, el impacto mediático y de ventas de Rossi obligaba a, utilizando otro refrán, andarse con pies de plomo a la hora de moverse entre contratos y despachos.
La jugada salió redonda: Fabio Quartararo estampó la firma en el contrato que le convertía en piloto oficial Yamaha para las temporadas 2021 y 2022 junto al español Maverick Viñales, formando una dupla cargada de juventud y talento para tratar de recuperar un título que no ganan desde 2015.
Mientras tanto, tendían a Valentino Rossi un contrato de fábrica para continuar en MotoGP con una M1 también de fábrica pero pintada con los colores del Petronas, que el italiano aceptó. No quedó ahí la cosa: al mismo tiempo, Yamaha firmó con la empresa de Rossi para que se encargase del merchandising de la marca.
En el sentido más literal del refrán, de cara a este 2021 Yamaha encendió una vela al dios Valentino Rossi y otra al diablo Fabio Quartararo.
Después de tres carreras, se puede decir que el objetivo está cumplido y han conseguido quedar bien con todo el mundo: llevan tres victorias en tres carreras, las dos últimas a cargo de un Fabio Quartararo que además lidera la general de MotoGP y que, cuando va a una rueda de prensa, lleva un polo negro en el que junto al logo de Yamaha y los patrocinadores puede verse en un lugar privilegiado, en el hombro derecho, el logo de la VR46.
Un ‘win win’ absoluto a nivel deportivo y de imagen.