Un gol, un ascenso, un título o la salvación en el último minuto son emociones difíciles de contener. Da igual que tengas 8 u 80 años. Algo se enciende en tu interior que se manifiesta externamente de múltiples maneras: abrazos, llanto, risa, promesas arriesgadas, éxtasis.
Sin embargo, el juego, esa parte del fútbol que no siempre está ligada a emociones, sí se ve de forma diferente con el paso de los años. De una forma más madura, podría decirse. Tanto que acabas descubriendo más similitudes entre el fútbol y la vida de las que te podías imaginar.
En el fútbol, como en la vida, hay imprevistos que te rompen los esquemas. Un pinchazo durante un viaje en coche, que no queden entradas para el concierto que llevas meses esperando o que tu delantero estrella, ese que visualizabas como pichichi del equipo y solución de muchos de los problemas que pudieran surgir a lo largo de la temporada, se lesione antes de que comience la competición.
En el fútbol, como en la vida, un cambio de jefe puede ser crucial. Tu tediosa rutina en la oficina, donde no te sientes valorado y tu esfuerzo ha caído en picado puede convertirse en una nueva motivación, un punto de inflexión para dar lo mejor de ti y luchar por lograr un objetivo únicamente porque tu responsable directo es otra persona. Y quien dice jefe y oficina habla de entrenador y equipo.
En el fútbol, como en la vida, el compromiso y la lealtad son tan importantes como difíciles de encontrar. Que un jugador no busque fuera lo que tiene en casa, que un club confíe en un entrenador cuando vienen mal dadas o que una afición respalde a un futbolista cuyo rendimiento ha caído en las últimas semanas son oasis en mitad del desierto.
En el fútbol, como en la vida, a veces las cosas no salen como esperábamos. Las calabazas pueden venir de parte de la chica de tus sueños o del jugador que encajaría en tu equipo; un cambio de trabajo o de ciudad puede salir igual de bien o mal que fichar por otro club o ir a jugar a una liga extranjera; el “solo falla el que lo intenta” te vale para un penalti marrado o para ese mueble que intentaste montar y acabó en desastre; vivir en fuera de juego aplica a algunos delanteros y a otros que no se enteran de nada en clase o en reuniones de trabajo.
En el fútbol, como en la vida, no faltan quienes añoran tiempos pasados. Los avances tecnológicos no frenan: por un lado, el VAR, las apps para analizar el juego, el monitoreo a los jugadores; por el otro, Clubhouse, Twitch, TikTok, el Big Data y decenas de novedades que están por venir. Tiempos tan difíciles para los del “maldito fútbol moderno” como para los que se quedaron anclados en Facebook o viven echando de menos las notificaciones de Tuenti.
En el fútbol, como en la vida, hacen falta frases de leyenda. No de esas vendehumos que no aportan nada, sino de las que, por muy simples que parezcan, te dejan reflexionando un buen rato. Mi favorita la pronunció Pedro Mari Zabalza, legendario entrenador de Osasuna: “Si nos confiamos, somos muy malos”. Un leitmotiv tan sencillo como verdadero. Aplicable a todo en esta vida. Qué sabio el bueno de Zabalza.
Hace un año, pasamos meses viviendo sin fútbol. Y, desde que el balón volvió a rodar, con los estadios vacíos, al fútbol le falta vida. Ojalá, más pronto que tarde, al fútbol y a la vida regrese la añorada normalidad.
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