¿Cuál es el tiempo medio que necesita un equipo para rehacerse desde la salida de su gran estrella y volver a competir al nivel que lo hacía antes? ¿Dos campañas? ¿Una? ¿Medio curso, en el mejor de los casos, pero con una pretemporada previa y un cambio significativo en la plantilla y en la estructura táctica? No es nada fácil “dejar salir” a tu mejor y más importante futbolista en el último lustro de tu historia y estar inmediatamente preparado, desde el día siguiente a su marcha, para seguir rayando al mismo nivel e incluso aprovechar la ocasión para dar una vuelta de tuerca más a tu estilo de juego y redoblar su énfasis en muchos aspectos. Una nueva demostración, por si aún hiciese falta alguna más, de que la figura principal de esta Atalanta —y también de toda su historia— solo peina canas desde hace varios años y se sienta en el banquillo sin ninguna opción de saltar al campo, aunque a veces no sea por ganas, dado su elevado intervencionismo y sus constantes consignas desde el área técnica.
La Atalanta post-Papu es un equipo más vertical, más directo, más físico, más colectivo y que ha encontrado un pretexto perfecto para alimentarse de una supuesta debilidad, aprovechándola para revitalizar su juego. La sucesión permanente de combinaciones ágiles y la búsqueda de la profundidad desde que la posesión cruza la medular ha aumentado su energía, y también ha aumentado el ritmo cuando pierden el balón a través de la presión en campo rival. Además, ya no hay apenas conducciones, salvo cuando los mediapuntas reciben con espacios entre líneas, en clara ventaja y encaran a la última barrera defensiva del rival para esperar algún desdoble de un compañero o insertarse directamente hacia zonas de remate.
Todos, absolutamente todos los jugadores, hacen sistema ahora. No hay versos sueltos, no hay un creador de juego que destaque por encima de todos los demás de forma evidente. El sistema de Gasperini es el encargado de generar las acciones de peligro y no existe un mejor playmaker para la actual Atalanta que el propio sistema, que la presión en campo rival y que los automatismos ofensivos, pulidos hasta brillar. Los números, una vez más, no mienten. Desde el último partido del ‘Papu’ con la maglia nerazzurra de los bergamascos, la Dea ha aumentado su ritmo de puntuación en Serie A, sus goles a favor por partido, su seguridad defensiva en términos de tantos encajados, su cantidad de tiros, su porcentaje de posesión de balón y su volumen ofensivo hacia el último tercio y el área. Es un mejor equipo, en definitiva.
Un estudiado torbellino ofensivo
La Atalanta toma muchísimos riesgos en todas las fases del juego y en todas las alturas del campo, a excepción de en su salida desde atrás. Gasperini siempre opta por iniciar el juego hacia los costados o por enviar en largo hacia los delanteros para plantarse rápidamente en la mitad rival y a través de unos mecanismos muy verticales, prescindiendo conscientemente de todo lo que pueda oler mínimamente a la manida figura del regista o del mediocentro organizador, que en su idea carece de sentido y sería más bien una debilidad estructural.
A partir de entonces, no es en absoluto extraño encontrarse al carrilero en posición de interior o mediapunta, al mediocentro doblando por fuera a uno de los delanteros, situados a su vez en posiciones de interiores y gestionando el balón tras caer al apoyo en los espacios intermedios, a uno de los centrales de fuera dándoles aire para maniobrar tirando un desmarque vertical hacia la frontal, al tiempo que el carrilero del otro sector estira a toda velocidad, bien abierto, para dar amplitud al ataque y ofrecerse como opción para cambiar el juego y a continuación poder devolver el balón dentro, al corazón del área, donde la Atalanta podrá lanzarse al remate en zonas de verdadero peligro con muchísimas opciones de remate o llevar de regreso el balón al pico del área, el lugar en el que el punta o el mediapunta tendrán tiempo de sobra para decidir o para armar la pierna en busca del disparo lejano desde la frontal porque todo el bloque defensivo del rival ha sido llevado muy dentro hacia su propio arco con los desmarques que buscaban el pase atrás en el área. Eso es la Atalanta en ataque.
Un torbellino dinámico, frenético y sin tregua, construido a base de escalonamientos, de variación de las alturas para generar nuevas zonas de recepción por detrás y de ofrecimientos por delante de la línea del balón y por detrás de las líneas de presión del oponente para progresar de una forma muy coral e incisiva. Una salida que sitúa a sus carrileros en posición de extremos desde el inicio de la jugada, que tiene en la izquierda su lado fuerte con balón con Remo Freuler, Luis Muriel y Robin Gosens, la zona en la que más se reposa —si es que ese verbo se puede conjugar hablando de la Atalanta—, y en la derecha —siempre que no esté Josip Ilicic sorbe el verde— cuenta con su vía de escape más vertical, más directa, menos técnica y más contundente con Marteen De Roon, Duván Zapata y Hans Hateboer, en una estructura táctica que podría dividirse perfectamente en dos mitades diferentes y muy marcadas de arriba abajo, con Matteo Pessina y Cristian Romero como compensadores.
Pessina, la nueva pieza clave
El sustituto del Papu Gómez dentro del esquema de la Dea ha sido Matteo Pessina y el joven futbolista lombardo se ha encargado de remozar por completo el 3-4-1-2 de Gasperini, explicando desde su misma esencia como jugador por qué su entrenador ya veía claro mucho tiempo atrás el giro de timón que tenía que dar tácticamente y el grado de adecuación total de su nuevo pupilo favorito para tal cometido. Sin este rendimiento de Pessina, sin la consagración de su inteligencia futbolística, es muy posible que el Papu no estuviera jugando ahora mismo en Sevilla. El centrocampista italiano es inventivo, técnico, talentoso pero es, aun en mayor medida, velocísimo de pensamiento, muy concreto en cada toque de balón, vertical, brillante moviéndose en profundidad, constante en sus esfuerzos sin balón y capaz de hacerlos durante los 90 minutos aunque vaya a tocarlo cuatro veces contadas. El jugador Gasperini definitivo, prácticamente. Esta nueva Atalanta no se explica sin su entendimiento del juego.
La importancia de Pessina reside especialmente en sus movimientos sin pelota, tanto en la efusiva presión sobre el mediocentro del equipo rival como a la hora de atacar los espacios y arrastrar marcas para generar otros espacios todavía mejores, y he ahí la gran diferencia en la nueva vida sin el Papu Gómez que está iniciando la Atalanta. Pessina es una pieza absolutamente perfecta para el engranaje táctico de su entrenador, que encaja a las mil maravillas con la filosofía ultraorganizada y ultravertical de Gasperini, incluso por encima del talento prototípico del mediapunta argentino, más líder, más gestor de ataques, más solicitante de balones al pie, más tendente a recoger el cuero en la medular y más protagonista en el que acabó por convertirse el Papu con toda la maestría posible, y el impulso inicial de su exentrenador, ojo. Pero el modelo clásico de Gasperini va por otros derroteros.
Los nuevos destinos más recurrentes a los que llevar el balón para construir las acciones de ataque son los delanteros, encargados ahora de acudir al apoyo en los carriles intermedios para gestionar el cuero de espaldas y descargar para situar al equipo de cara para que comience el festín de desdobles, sobreposicionamientos interiores y desmarques verticales. Luis Muriel (derecha) o Josip Ilicic (izquierda), que no suelen coincidir en el campo de inicio, como opciones para combinar por abajo y continuar la cadena de progresión exterior o trazar la diagonal interior, y Duván Zapata como hombre boya para asimilar el juego más frontal con su inamovible capacidad y sus buenísimas continuaciones jugando de espaldas a la portería. Además, su corpulencia genera muchas atenciones, es muy difícil abordarle para desprenderlo del balón o desequilibrarlo y entonces, cuando la suelta, aparecen más desmarques hacia el corazón del área, erigiéndose en un nueve tremendamente funcional, y no solo para finalizar.
Precisamente, es Pessina el que suele situarse en el centro como pieza más adelantada en esa primera etapa del ataque, con el objetivo de actuar como un péndulo, variar alturas constantemente y, por tanto, mover todo el rato al bloque defensivo del rival adelante y atrás, haciendo salir a los centrales de posición, amenazando constantemente al mediocentro con tener que reaccionar de inmediato para acudir en su persecución o a la ayuda, favoreciendo de una forma majestuosa la aparición de espacios que sus compañeros podrán atacar con ventaja, provocando grandes desajustes en las marcas y enfatizando la alta movilidad y la sobresaliente verticalidad de la idea de juego de Gasperini en su conjunto.
A partir de la frenética actividad interior sin balón de Pessina y de esas recepciones y apoyos de los atacantes, la Atalanta tiene la habilidad de estirar o estrechar al rival a su antojo, permitiendo la posibilidad de juntarse muy a menudo en torno a la media luna, buscando combinaciones por dentro muy técnicas y a un toque en espacios estrechísimos para plantarse ante el portero a través de los recovecos que la movilidad de Pessina logra abrir como nadie.
Luego está su labor sin balón, normalmente sobre el mediocentro más organizador del rival en la presión y también con un trabajo muy valioso replegando muy dentro de la propia mitad atalantina del terreno de juego. Pulmones, piernas, sentido táctico y obediencia posicional al milímetro. Una actividad en el retorno defensivo que, con la línea tan elevada y un equipo que enfatiza tanto el desorden ordenado de sus piezas para desordenar al equipo rival en los últimos treinta metros, resultan totalmente decisiva para dotar de equilibrio a todo el sistema.
Por otra parte, el nivel de Matteo Pessina y la forma de atacar de la Atalanta también explican el enorme rendimiento goleador de Muriel, que es, sin duda, el otro jugador que ha dado un paso al frente muy relevante desde la marcha del Papu Gómez de Bérgamo. Cuando el rival de la Atalanta debe alzar su bloque defensivo por ir por debajo del marcador o por afán de dominio del partido, el colombiano es un delantero casi imposible de defender. Por eso mismo es un recurso tan letal saliendo desde el banquillo y aprovechándose de una defensa más cansada por el propio peso físico del choque o más desajustada por las urgencias.
Si está bien suministrado en este contexto que le permite tener metros a su alrededor cuando arranca y poder jugar de cara al arco después de recibir el balón gracias a los arrastres y los señuelos constantes del resto de piezas, incluso en situaciones de inferioridad numérica, su gran talento para la conducción cosida al pie, para el quiebro y el amago se imponen. Y acto seguido aparece una pegada que está marcando las diferencias. Muriel es el futbolista de las cinco grandes ligas que más marca y también el que más goles produce de forma directa entre goles y asistencias por cada 90 minutos (¡2.03!), por encima de nombres como Robert Lewandowski (1.63), Zlatan Ibrahimovic (1.29), Erling Haaland (1.24) o Kylian Mbappé (1.23). Y ya no es tanto su pólvora, sino su facilidad para hacer gol desde situaciones muchas veces altamente improbables, fruto de su gigante confianza actual.
Agresividad sin balón, conditio sine qua non
Lo que no ha cambiado ni un ápice es su actitud sin balón, aunque es evidente que con Pessina ha encontrado una pieza indispensable para mantener en la cima durante todo el partido los esfuerzos sin pelota, también los que hay que hacer en dirección hacia la propia portería en forma de persecuciones, no solo con su capacidad de desmarque y su alto valor en la presión.
La Atalanta va a buscar muy alto a su rival pero sin apretar al poseedor tan arriba, sino que, más bien, se dedica a orientar el pressing hacia un costado y a cerrar las potenciales líneas de pase, especialmente las interiores de una forma muy marcada. Una actitud tan inherente a su estilo de juego que llega incluso a situar a todo el equipo menos al portero en campo rival, sobre todo en la presión tras pérdida, y que se expresa a su máxima potencia en las agresivas y permanentes marcas al hombre a todo campo delante que ejecuta a cada instante. Defender lejos de su portería y hacia adelante es una obsesión, una cuestión de estado en Bérgamo.
Los tres centrales de la Atalanta, que ya hemos visto que tienen incluso libertad para atacar el área rival a través de los pasillos interiores que se van liberando cuando el equipo planta su bloque casi por completo en tres cuartos de campo, únicamente ejercen como centrales conservadores y como defensores típicos del punto de penalti cuando tienen que defender centros desde los costados en situaciones de bloque bajo tras repliegue. Y lo hacen tan poco y lo quieren hacer aún menos porque ese es, precisamente, el contexto que menos les beneficia debido a su propensión al despiste en las marcas desde parado y a su esencia 100% anticipadora y agresiva, que puede conducir a la falta fácilmente y por tanto a cometer penalti.
En este sentido, la exigencia física de todo el sistema defensivo es tremenda. No solo para los centrales, corpulentos y pesados para parar en el cuerpo a cuerpo y por alto el juego más directo del rival hacia su delantero referencial en un mecanismo básico que suele ser la salida más habitual del rival ante su presión elevada, sino también para los dos carrileros, que tienen que realizar esfuerzos continuados larguísimos y de doble sentido, yendo a buscar arriba a los laterales rivales para ahogar la salida del oponente y teniendo que ejecutar a continuación retornos de todo el largo del campo para no descubrir por completo el balance defensivo.
Esa característica es la que cualquier equipo que quiera dominar a la Atalanta debe tener en cuenta. Por su propia concepción sin balón, los rivales que tengan la técnica y el aplomo para elaborar una salida en corto rica y extremadamente precisa para no caer en la red de la presión de Gasperini, que sean capaces de vaciar espacios atrayendo efectivos y encontrando recepciones a la espalda y a los costados de los mediocentros de la Dea antes de que los carrileros puedan llevar a cabo la ayuda y tengan grandes regateadores en sus filas para eludir los saltos de presión de los centrales puede encontrar vastas áreas de terreno para transitar. Por eso es un equipo que, debido a su extrema agresividad, de vez en cuando encaja alguna goleada tras salirse del partido muy pronto a raíz de una presión colectiva mal ajustada.
En resumen, resulta evidente que la Dea ha perdido grandes dosis de creatividad y un talento muy especial, esculpido a base de cincel y de sistema en Bérgamo bajo la batuta mágica pero increíblemente exigente de Gasperini, para dirigir la maniobra ofensiva, conectar piezas en corto, detectar desmarques en vertical hacia el área e imponerse de mil maneras diferentes desde la medular hasta el pico izquierdo del área, y con un grado de responsabilidad que ningún otro miembro de la plantilla bergamasca está en disposición de asumir ni alcanzar.
Sin embargo, la Atalanta sin el ‘Papu’ es ahora un conjunto más coral, más radical en la manera tan particular que tiene su entrenador de entender el fútbol y que ha recuperado ese punto extra de verticalidad ofensiva extrema, totalmente estructurada y basada en automatismos muy organizados y muy trabajados en todas las fases del juego y en esfuerzos físicos colectivos continuados que han definido toda la trayectoria de Gian Piero Gasperini, para quien su plan B siempre ha consistido en mejorar su plan A, sin alternativas posibles. Su Atalanta sigue siendo una apisonadora cuando tiene el día y resulta que tiene el día la mayoría de los días. Un equipo que asume los riesgos propios del fútbol con aplomo y valentía y no solo eso, sino que los utiliza en beneficio propio y los moldea a su favor para erigir toda su esencia. Con y sin el Papu en sus filas. Con y sin el equipo más laureado del Viejo Continente enfrente.
Imagen de cabecera: (Emilio Andreoli/Getty Images)
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