Si la temporada pasada su dominio frente a las defensas rivales y su importancia finalizadora pero también creativa para el ataque del Inter ya quedó absolutamente patente, en la presente campaña y con el conjunto nerazzurro exclusivamente focalizado en la pelea por el Scudetto tras caer en Europa y en la Coppa, Romelu Lukaku ha activado el beast mode con periodicidad semanal y, por lo tanto, con una mayor dosificación de su temible fortaleza física para dar así un nuevo paso adelante en su carrera y confirmarse definitivamente como uno de los futbolistas más determinantes, productivos, regulares, imparables y dominantes del panorama internacional. Como uno de los mejores futbolistas del mundo, en definitiva.
Nadie en las cinco grandes ligas genera por sí mismo una producción goleadora tan alta extrayendo de la ecuación los tantos anotados desde el punto de penalti. El delantero belga acumula hasta el momento una probabilidad conjunta de marcar y de hacer marcar entre los goles esperados sin contar los lanzamientos de penalti (npxG) y las asistencias esperadas (xA) —la estadística avanzada que mide la calidad de los pases que preceden a un tiro por parte de un compañero y la probabilidad de que se convierta en un envío de gol— de 17.0 goles producidos. Una cifra que lo sitúa como el atacante más ducho, más contundente y más peligroso a la hora de desequilibrar el marcador a favor de su equipo, por delante de Karl Toko Ekambi (16.9), Kylian Mbappé (16.5), Lionel Messi (16.5) y Robert Lewandowski (15.9).
Lukaku anota debajo del aro y organiza los ataques en última instancia como si de un pívot moderno de baloncesto se tratase. Abre a los costados, descarga balones, pone de cara a su equipo y gira a la zaga del conjunto rival, asimila la salida más vertical y le da sentido y colmillo, atrae una enorme cantidad de atenciones por su superioridad física, incentiva los desmarques alrededor de sus apoyos a través de su inamovilidad cuando recibe de espaldas con el defensor encima, igual que si recibiese en el poste bajo, y es tan temible cuando encara portería desde lejos por pura potencia como cuando recibe en el área para finalizar por pura contundencia.
En este sentido, el belga era para su equipo la temporada pasada una suerte de atajo para superar la medular y alcanzar el último tercio del campo en mucho mayor grado, mientras que en esta ha pasado a ser, más bien, el principal ejecutor de los ataques. El Inter sigue centrando muchas de sus salidas directas sobre él, pero lo hace en menor medida, con menor urgencia y, en consecuencia, le exige a su estrella una cuota ligeramente inferior de participación en zonas de construcción y un menor volumen de esas acciones de desgaste destinadas a hacer progresar al bloque. No lo necesita tanto para llevar el balón a instancias en las que generar peligro, pero lo necesita tanto o más que antes para ser un equipo mejor de lo que lo era.
Un dato esclarecedor es que Lukaku ha pasado en la Serie A de 4.6 balones aéreos disputados por partido a 3.1 y ha aumentado el grado de probabilidad de gol y la calidad de sus últimos toques (remate o pase que precede a un disparo) en más de un 50%, pasando de los 0.63 goles generados (npxG + xA) por cada 90’ a los 0.96 actuales. Un dato impresionante y una mejora espectacular en términos de eficiencia ofensiva, que era, y en cierta parte todavía lo sigue siendo en algunos encuentros, una de las principales asignaturas pendientes del Inter.
El ariete belga es un futbolista que ha cargado a cuestas durante mucho tiempo con el estúpido estigma de ser un nueve exclusivamente físico, rígido, tosco y focalizado en su potencia. Una sarta de estereotipos basados en algunos clichés con cierto tinte racista y en un análisis extremadamente simplista del fútbol, meramente visual y carente de profundidad, del mismo modo que suele acontecer con cualquier centrocampista de origen africano que aporte despliegue sobre el campo. Más aún cuando su inteligencia futbolística y la peligrosidad de sus concisos toques de balón están al alcance de muy poquitos delanteros centro. Lukaku entiende a la perfección todo lo que tiene que hacer sobre el terreno de juego, todo lo que hacen sus compañeros, todos los movimientos colectivos y todo lo que pretende el sistema de su equipo y su entrenador. Absolutamente todo. Y lo potencia. Absolutamente todo también.
Es evidente que es un nueve capaz de deshacerse de su marca en el cuerpo a cuerpo como quien agita la mano para espantar un mosquito. Es aceleración y potencia, tiene un cambio de ritmo demoledor cuando el Inter logra situarlo con metros por delante en situaciones de uno contra uno en las que llega incluso a hacer parecer cadetes a tipos con diez años de carrera en la élite, es un maestro dejando acercarse a su defensor pero al mismo tiempo estar alejándolo de la pelota con su corpulencia, en muchas ocasiones es una mezcla de fuerza y explosividad que parece pertenecer a otros deportes como el baloncesto o el fútbol americano y resulta casi imposible hasta el hecho de querer hacerle falta o tratar de derribarlo para pararlo.
Sin embargo, no es menos evidente su talento para eludir rivales también a través del regate balón al pie a pesar de que su fortaleza física le dificulta los cambios de dirección en carrera, o su coordinación, o su capacidad para guardar la pelota, para interconectar el ataque con sus recepciones y descargas, para dotarlo de amenaza con su ataque de la profundidad o con conducciones a campo abierto. O su visión de juego para detectar los movimientos por parte de sus de compañeros y potenciarlos, servir balones filtrados al hueco, detectar desmarques dentro—fuera, abrir el juego a bandas y ver antes que la zaga rival el movimiento de llegada por la línea de cal del lateral derecho para ponerle un balón en clara ventaja a la profundidad.
Su trabajo principal en el actual Inter ha pasado a ser el de construir las acciones de mayor peligro encargándose de los últimos toques y el de destruir sistemas defensivos rivales a su paso. Lukaku otorga el tiempo y el espacio de cara a sumar piezas a la transición ofensiva como muy pocos atacantes están en disposición de hacer y sus apoyos de espaldas a la portería son casi imposibles de defender, como ya hemos dicho. Tanto es así que a partir de ellos el Inter ejecuta muchos de sus ataques más peligrosos o de sus combinaciones más letales, con Achraf Hakimi, Lautaro Martínez y Nicoló Barella picando asiduamente esos espacios a los costados del belga para servirse de sus descargas y su aglutinación de efectivos, marcas y vigilancias en torno a su figura y asfaltar entre los cuatro avenidas hacia el gol.
Lukaku es, sin lugar a duda, el jugador más fundamental para todo el entramado de automatismos en la construcción del juego ofensivo marca de la casa en Antonio Conte, seguramente uno de los técnicos que más gustan de un ataque 100% organizado, repleto de movimientos diseñados en la pizarra y perfectamente calibrados y trabajados. Por ello, Conte está cuidando los esfuerzos de Lukaku, los está acotando y el belga está respondiendo a su gran valedor aumentando sus cifras de forma fantástica, muy cerca ya de igualar sus números de la pasada Serie A y, además, aportando una frescura y una lucidez renovadas y decisivas.
Para permitirlo, también está siendo de vital importancia Barella. Es el hombre que está ejecutando varios de los esfuerzos que Lukaku ha dejado de hacer, la pieza que se suma como tercer delantero en ataques rápidos o en contragolpes a fin de poder cubrir mejor todo el frente de ataque y darle opciones, el que completa la primera línea en el pressing alto o tras pérdida, estira al equipo, le da profundidad a través del carril intermedio o lo dota de amplitud a través de la banda cuando Hakimi ha tenido que defender abajo la acción previa y el Inter opta por salir mucho más directo, o el que incluso lanza al marroquí desde posiciones más retrasadas para evitar que sea el propio Lukaku quien deba gestionar el juego desde tan abajo.
Sin otra competición en liza más allá de la Serie A, Lukaku ha activado el modo bestia para permitir al Inter cambiar de marcha y hacerle pasar de quinta a sexta del mismo modo que él mismo cambia de ritmo hacia el arco rival. Un ‘beast mode’ que ha permitido colocarse líder del campeonato y situarse como principal favorito en la carrera por el Scudetto a un club que hace una década que no sabe lo que es tocar metal y que cada día que pasa de la mano del proyecto deportivo liderado por Antonio Conte está más obligado que nunca antes en estos diez años —por nombres y recursos futbolísticos, por funcionamiento táctico y por músculo a nivel competitivo y financiero— a volver a ganar. Y no hay un futbolista en este Inter que le acerca tanto a esa posibilidad, por fin real, que el señor Romelu Menama Lukaku Bolingoli.
Imagen de cabecera: Alessandro Sabattini/Getty Images.
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