Aquel día, llegué de los primeros a la redacción. No había mucho que hacer, hasta que la gente fue poco a poco llegando. Ya hacía unas semanas que trabajaba en el periódico, en mi primera experiencia en la profesión, pero aún no me había hecho al sitio. Tímido, me costaba soltarme con mis compañeros, no solía encontrar temas de conversación y me tenían que sacar las palabras con sacacorchos. Ellos, en cambio, ya sabían que yo era una especie de bicho raro que era un poco enciclopedia de fútbol internacional. El chico capaz de conocer al nuevo talento que la estaba rompiendo en la Liga de Suecia, o el chico capaz de redactar de memoria en cinco minutos la biografía de Tim Krul, ese desconocido para casi todos al que Van Gaal sacó para una tanda de penaltis en el Mundial y al que yo veía jugar religiosamente cada domingo en los partidos del Newcastle desde hacía varios años.
“Tú, chico, ¿cómo llaman al uruguayo ese que muerde a los defensas?”, me preguntó uno de los jefes encargado de las portadas online. Estaban hablando de Luis Suárez, que sonaba para el Real Madrid y Barcelona, que ya había comunicado al Liverpool que se iba de la Premier League y que en aquella redacción solo era conocido por algún vídeo de Youtube donde se le había visto ya morder a un par de jugadores. Yo, que conocía a Luis Suárez desde hacía unos 8-10 años (cuanto no era profesional) porque mi amigo Fernando, que había jugado en las categorías inferiores de Peñarol, me había hablado de que era el mejor jugador con el que se había enfrentado en su vida junto a Nico Lodeiro, hice una radiografía instantánea. “Me suena que en la televisión de Sudamérica le llaman ‘El Pistolero’, aunque yo he oído que le llaman también ‘Caimán’ y ‘Caníbal’ alguna vez”. “Eso, eso, Caníbal”, me dijo, y le dio al enter, publicando un titular con aquel apodo. Una semana más tarde, Luis Suárez firmó con el Barcelona y unos días después, mordió a Chiellini en el Mundial clavándole los dientes a un rival por enésima vez.
Luis Suárez siempre fue un viejo sueño rojiblanco. De fantasear con juntarle con Agüero en 2010 a idealizar que fuera su relevo en 2011. Y eso que el Atleti lo intentó, porque encajaba a la perfección. Entre medias, el Liverpool hizo el fichaje más rentable de su vida, porque el delantero, al que se el caían los goles en el Ajax, tenía ese mordiente, esa hambre y ese don que tienen los grandes artilleros. En Liverpool marcó goles todas las semanas, acercó a un equipo que llevaba dos décadas sin ganar la Liga a un título deseado que se fue por un resbalón y llegó a liderar las tablas de máximo goleador y asistente de manera simultánea de Inglaterra.
El caso es que el Caníbal no era ningún desconocido cuando el Barcelona acometió su fichaje, por mucho que en ciertos lugares nadie supiera muy bien quién era el tipo por el que el Barcelona desembolsaba más de 80 millones más allá de aquellos vídeos mordiendo rivales o despejando balones con la mano bajo palos. Porque tras ponerse la Premier por montera y exhibirse casi en cada clásico contra el Manchester United, Suárez recaló en un Barcelona que contaba con Neymar y Messi para no ser menos que ellos. En apenas tiempo récord lo ha ganado todo y se ha metido en la historia de un club catalán que le ha terminado echando por la puerta de atrás.
Y ahí, en ese dolor por una salida por la puerta de atrás a quien debería haberse ido como leyenda, está el hambre de títulos y victorias que demuestra cada vez que se pone la camiseta del Atleti. Está el orgullo de quien se sabe diferencial al resto. Unas ganas de oler sangre rival que nunca ha perdido pero que en la situación de resquemor se han visto alimentadas. De su “guárdenme un sitio ahí, que voy a hacer historia en este equipo” que pronunció cuando vio por primera vez en el Metropolitano un mural donde residen las leyendas del club se desprende un ansia de seguir siendo diferencial. ¿Qué habría sido el Atleti y Luis Suárez si sus caminos se hubieran juntado hace diez años? El ADN del charrúa encaja a la perfección con el de un club que siempre ha tenido cierto miramiento por los uruguayos. El estilo ganador del delantero comparte horma con la de su entrenador. Suárez no conoce la derrota y, a sus 34 años, aún tiene ganas de pegarse otro gran banquete. El Canibal que devora rivales ya ha igualado sus cifras goleadoras de LaLiga pasada, pero habiendo jugado 10 partidos menos. 16 goles en 17 jornadas, cuando el curso pasado necesitó 28 para llegar a esas cifras. El Atlético vive de sus goles, sin duda la principal diferencia entre este equipo y el del año pasado, que prácticamente repite plantilla aunque no disposición sobre el campo. Sus dos goles ante el Celta le siguen catapultando como pichichi, dos dianas al primer toque de auténtico killer de los que no deja títere con cabeza si el balón se acerca al área.
Aquel día, también fui de los últimos en irme de la redacción. Los compañeros se despidieron y delegaron responsabilidades en mí. Algo gordo había pasado a título personal, y me quedé prácticamente solo con todo el trabajo por hacer. No era mucho ni muy difícil. Apenas rellenar unas páginas, meter una crónica que mandaba un colaborador y escribir una propia sobre un partido ACB. Pero algo importante sucedió. Un fichaje bomba que hizo que más de uno sudara. Había que hacer cambios, reorganizar toda la sección del periódico y ahí estaba yo, un novato que ni siquiera tenía permisos activados para realizar todos esos movimientos. Al final salió bien, quizás porque una absurda anécdota sobre Luis Suárez me había servido para quitarme peso de encima, sentirme útil y dejar que los demás confiaran en el nuevo de la oficina.
Imagen de cabecera: PIERRE-PHILIPPE MARCOU/AFP via Getty Images
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