“El fútbol es un estado de ánimo”. Es una frase que dijo Jorge Valdano hace ya varios años. Y cuando Jorge habla lo mejor que podemos hacer es callar, escuchar y si nos da tiempo, apuntar.
Es así, el fútbol es un estado de ánimo y es probablemente la frase que mejor puede explicar la temporada y la situación de muchos equipos, por ejemplo, la del Athletic Club de Bilbao. Una cuadrilla que cuando la dejó Gaizka Garitano estaba a tan sólo 3 puntos de una séptima plaza que le podría dar derecho a estar en Europa. Creo que el problema no estaba tanto en los números como en las sensaciones. Esa famosa palabra que utilizamos en demasiadas ocasiones cuando no tenemos muy claro a lo que nos referimos, pero sabemos que es algo que no se toca, sino que se percibe, que está ahí. En aquel Athletic se percibía un aura de duda entorno a la figura de Gaizka tras cada derrota, de hecho, ni en las derrotas se disipaba, ya que su destitución llegó después de un triunfo. Cuando la entidad anunció su despido pensé que la situación sería muy delicada, seguro que estaban al borde del descenso, ni lo dudé. Cuando lo consulté creí que la clasificación estaría mal: a 3 puntos de Europa. Mi sensación era que el equipo estaba mucho peor porque eso es el fútbol, un estado de ánimo… de puntos y de sensaciones.
El día que llegó Marcelino empezó una nueva temporada para los leones. Sería muy ventajista centrarme sólo en los resultados -el título de la Supercopa ganando a Barça y Madrid y cuartos de la Copa remontando dos eliminatorias, además de haber perdido un solo partido de liga-, pero la sensación tras un mes en el cargo es que el técnico asturiano desprende otra brisa. El equipo es más competitivo, jugadores que estaban rindiendo por debajo de su nivel han vuelto a aparecer, y lo más importante, el bloque ha vuelto a mostrar la garra que se le presupone a un jugador de esta entidad. Soy consciente de que la llegada de un nuevo entrenador siempre trae consigo aire fresco, los jugadores se ponen en alerta, las cosas fluyen al principio… Como en toda relación, esa es la mejor parte, el principio, luego viene la rutina con la que también hay que lidiar. Es en esos momentos en los que se pueden hacer valoraciones más acertadas. Pero la realidad es la que es, y este Athletic es otro. ¿Esto significa que todo es culpa de Marcelino? No. ¿Significa que Garitano estaba haciendo las cosas mal? Tampoco. Significa que, a veces, en el fútbol la suma de uno más uno no tiene porqué dar dos. Y que los cambios, aunque a veces cuesten, son necesarios. Tienes que cambiar para que algo cambie.
“Veo a mis jugadores muy bien, los veo ilusionados. Tengo una plantilla extraordinaria porque son ambiciosos, son ganadores, no escatiman ningún tipo de esfuerzo, compañeros, intentan seguir todo lo que les proponemos”, esta frase la podría haber dicho cualquier entrenador en cualquier sala de prensa del mundo (no van a decir lo contrario, claro), pero la dijo Marcelino. Le escuchas hablar de sus leones, ves la cara que pone cuando lo dice y parece que hable de sus hijos, de sus cachorros… Esa es la sensación que a mí me transmite, que es un padre para ellos, que les está enseñando un punto de vista diferente, tal y como hizo con el Valencia, con el Villarreal, etc. Ya veremos cuánto durará el efecto, pero de momento, que disfruten los leones.
Imagen de cabecera: David Ramos/Getty Images