Me acuerdo de los veranos en Rubián y las pachangas hasta que nos tiraban de las orejas para ir a cenar. De aquel grupo de chavales, cada uno de su padre y de su madre, que por tres semanas compartíamos secretos y se forjaba algo imposible de romper. Me acuerdo de Moisés, el más joven de todos, pero el más intrépido, descarado y a pesar de ser el mas enano, el que antes probaba las sidras.
Eso me recuerda un poco a lo que ha hecho este verano la UD Almería. Una colecta de juventud, hambre, deseo por vivir y conocer y espíritu de familia. Entre ellos, el más joven, se ha convertido en la chispa que prende los demás corazones. Samú Costa siempre es el más hábil para robar bicicletas, colocar petardos en gallineros y trucar motillos. A sus 20 ya es el Joker de un equipo que se empapela a su alrededor.
En lo puramente táctico corrige alguna filtración a balazos. Tiene trote de los que suena y asusta, y gira hacia todos los perfiles con precisión de compás. No se detiene a retocarse el flequillo, se coloca las estriberas y si toca barro se pone hasta las cejas. Cuando se impone la armonía su izquierda es de exposición y su cuadrilla mira al frente sabiendo que no le van a birlar la matrícula.
Hay algo que no se trabaja. Tiene el carácter ganador que le falla a la mayoría. En activo es águila y en pasivo es buitre. Le da igual peluche o tiburón blanco. Se le planta Petrovic y le echa algo en cara y se vuelve a los Balcanes sin rabo y sin piernas. No se arruga ni ante el jeque, que sabe que los buenos son los que en vez de callar gritan por la verdad.
Tengo pendiente un viaje a Aveiro. No será con Moisés, ni con Samú, pero seguramente en cada rincón que descubra los dos estarán conmigo. En cada pase callejero que vea, en cada bicicleta que pase, los dos me empujarán a lo que en su día Moisés y ahora Samú me inspiran, escribir cada momento con ese ímpetu y esa pizca de cinismo que te marca en la juventud.
Imagen de cabecera: UD Almería