-Juventud, divino tesoro. Te vas para no volver. Cuando quiero llorar, no lloro y a veces lloro sin querer-. El poeta Rubén Darío esculpió una de las estrofas más conocidas de la literatura española, en un alarde de talento, sensibilidad y precisión extraordinario. Pasa el tiempo, constante e inmisericorde. Cada vez nos cuesta más reponernos de los excesos. En las ligas de fútbol 7, nos cuesta más arrancar. Si te preguntan por la calidad del otro equipo, contestas ‘eran chavales de 20 años. No veas cómo corrían’. Sabes perfectamente que el último gin-tonic de la sobremesa después de una buena cena te pasará factura al día siguiente. Te lo tomas igualmente, aún sabiendo que acabas de hipotecar el sábado, pero no te importa. Prefieres deambular por la vida que admitir que te haces mayor. Rendirse jamás.
Yo no sé a vosotros, pero a mí, una de las cosas que más me gustan del fútbol es ver florecer nuevos talentos. Encender la televisión y ver un futbolista desplegar personalidad y calidad a una pronta edad. A duras penas tiene edad para estar estudiando la teórica del carné de conducir y quizá aún no se haya afeitado nunca, pero recibe un balón entre líneas y pone a bailar a toda la defensa rival. Puro desparpajo, unos caraduras de la vida.
En el fútbol moderno, cada vez cuesta más ver a esos jugadores con desparpajo que se saltan las normas establecidas. En un contexto de control+pase o balón largo+segunda jugada muchos tramos de los partidos parecen robotizados, sin espacio para la sorpresa. Sin embargo, hay una nueva hornada de rebeldes que insisten en mantener el espíritu del fútbol en lo más alto: hemos venido a disfrutar. Una serie de jóvenes talentos que están destinados a ser el futuro del fútbol español. Ferran Torres (2000) y Ansu Fati (2002) ya saben lo que es marcar goles con la selección española absoluta. De hecho, son los dos futbolistas más jóvenes en lograrlo. Otros, todavía en ese proceso de crecimiento, siguen derribando barreras.
Yeremi Pino (2002) ha llegado a la élite para quedarse. Juega con el Villarreal como si lo hiciera en la plaza del barrio, sin ataduras ni corsés. Puro disfrute. Bryan Gil (2001) ha nacido para sortear rivales. Niño prodigio de la cantera sevillista, ahora se dedica a driblar y crear peligro para el Eibar. De la misma estirpe de regateadores es Ander Barrenetxea (2001). Tratando de hacerse un hueco en los planes de Imanol, el futbolista txuri urdin sigue a lo suyo: escondiendo el balón y cambiando de ritmo. Haciendo saltar por los aires las teorías que proclaman la incapacidad de un futbolista liviano para jugar en el centro del campo de un equipo de élite, Pedri (2002) ha demostrado que la actitud y el talento no conocen límites. En un Barça de entreguerras, con unas elecciones a la vista y un Messi con las maletas preparadas, el talentoso futbolista canario se ha presentado como un rayo de luz en medio de la oscuridad. La pide al pie, amaga con esos giros de cintura que sólo dominan los nacidos en la isla, se asocia con Messi, genera ocasiones y empieza a ver portería. Lo hace todo como si no costara.
Futbolistas sin miedos ni complejos. Ajenos a la presión externa de estar constantemente en el foco. Se sienten intocables, impermeables a cualquier circunstancia externa. Les da absolutamente igual todo, porque han nacido para disfrutar y saben que el futuro les pertenece. Son unos auténticos caraduras. Juventud, divino tesoro.
Imagen de cabecera: LLUIS GENE/AFP via Getty Images