Con la misma soltura con la que convence cada semana a sus lectores de que no se trata de ‘otra columna de opinión’, Enrique Ballester ordena pensamientos y vivencias en ‘Otro Libro De Fútbol’ (Libros del K.O.), una recopilación de 93 artículos del brillante periodista castellonense donde la vida rueda como un balón. Empatía y sentido del humor para explicar un juego muy serio donde a veces se gana y a veces se aprende.
Pregunta: Hace poco afirmaste que de joven uno quiere demostrar lo bien que escribe y tiende a abusar de palabras rebuscadas. Para que la gente entienda tus columnas y conecte con tus textos, dices haber llevado a cabo un verdadero proceso de limpieza. ¿Cómo funciona?
Respuesta: Intento que mis textos se entiendan, eso lo primero, que sean una lectura ligera y que al mismo tiempo exista un andamiaje que sustente el contenido. La forma es importante; me interesa que fluya la columna. En la primera línea debes conquistar al lector hasta el final, cogerlo del cuello y ya no soltarlo, no sólo a través de frases bonitas y con musicalidad sino también con algunas ideas potentes. A veces juego a que se relacionen entre sí… Me gusta la columna circular… Es verdad que al principio, cuando eres joven y empiezas a escribir, existe una voluntad de demostrar que sabes, pasa algo parecido al jugar al fútbol. Ves jugar a un equipo muy bueno y consigue que parezca fácil, aunque en realidad sea muy difícil. Eso es lo que intento, con más o menos suerte, que al leerme parezca que es fácil, aunque a mí me pueda resultar difícil. Hay un libro llamado “La escritura transparente” bastante interesante, sobre el arte de no recargar la escritura, aunque en ocasiones yo sacrifique esa limpieza y añada algún giro de más, algún adjetivo, sobre todo para que encaje el ritmo, que para mí es sagrado, y esté bonito.
P: Entonces, ¿existe una receta mágica para combinar fondo y forma?
R: La columna ideal es buena, bonita… y cara. Como también debe ser personal, cada uno debe encontrar su estilo. La revisión a posteriori me sirve para afinar porque para mí es un proceso sobre todo intuitivo; no me pongo a pensar que la columna deba tener un 45% de ideas propias, un 30% de experiencia, un 10% de análisis, un 15% de humor… Es algo más natural.
P: Escribir para ser entendido. Esto me lleva a preguntarte por el encendido debate terminológico sobre la comunicación en el fútbol: ¿hoy día todos creen ser analistas tácticos? Pongamos orden, ¿qué es saber de fútbol?
R: Cada uno se expresa como quiere o como puede. He conocido entrenadores, por ejemplo, que de cara a la prensa o a los aficionados utilizan un lenguaje complejo, con términos enrevesados, pero después para conectar con el jugador han de “descodificar” conceptos y ser mucho más claros y directos. Si eso lo haces donde más te importa, donde te va la vida, que es en el vestuario, ¿por qué no hacerlo también con el público? No lo sé. Quizá venimos de una época en la que se despreciaba la intelectualización del fútbol y ahora a veces caemos en lo contrario. En general, se intuye rápido si alguien sabe de lo que habla o si utiliza palabras bonitas y largas porque sí, porque las ha oído por ahí, pero luego el discurso está vacío. Saber de fútbol es subjetivo, no es una ciencia pura, muchos análisis se emiten a posteriori y a partir de ideas preconcebidas que tenemos…
P: …como eso de que la suerte no existe.
R: La suerte es un factor incontrolable y siempre está presente en el juego. Le damos menos peso del que merece, de hecho. El análisis que se ciñe al resultado es un poco tramposo. Además, sepas o no de fútbol, al final todos pasamos por la victoria y la derrota y eso nos iguala. Como todo el mundo gana y pierde, todo el mundo tiene y no tiene razón, de algún modo, así que podemos seguir hablando de esto durante siglos. Si algo tengo claro es que hay pocas verdades absolutas en el fútbol. Todas las maneras de jugarlo, de contarlo y de explicarlo pueden ser válidas y tú puedes escoger la que más te representa.
P: Escribiste que “la nostalgia es tramposa porque tendemos a edulcorar el recuerdo”. Citaste a Jabois, quien afirma tener recuerdos de haber sido feliz pero no de ser feliz. Ayúdame con esto del fútbol antiguo y moderno, ¿dónde poner la raya? ¿Por qué todo lo actual parece peor? ¿Me confirmas que, más que el fútbol, hemos cambiado nosotros?
R: Supongo que en 1929, cuando se formó la Liga, alguien diría ya que se habían perdido la esencia y los valores. O cuando se instauró el profesionalismo. Mi enamoramiento fuerte con el fútbol se produce en el Mundial 94, de niño, pero para mi padre debió ser ya algo hiper moderno: merchandising a tope, nombre en la camiseta, árbitros de colores, disputado en un lugar sin tradición como Estados Unidos, la Coca-Cola por ahí… Para nuestra generación ese Mundial fue un rito fundacional, pero ya habría gente quejándose entonces. Ahora es cierto que hay cosas que no nos gustan, y es inevitable, pero veo que a mi hijo le sigue seduciendo el estadio. Los ruidos, la atmósfera, ese viaje iniciático a la vida adulta. La primera vez en el estadio es una mezcla de miedo y atracción. De ‘quiero volver a ver qué pasa aquí’, y conocer todas las claves. Eso me pasó a mí y sigue pasando con mi hijo. El odio al fútbol moderno tiene un punto de cliché. Por supuesto hay cosas que criticar, fiscalizar y cambiar ahora, pero no a costa de blanquear el fútbol del pasado. De hecho, antes el fútbol era más racista, machista, violento… Había amaños, dopaje, caciques que dominaban los clubes. Pasa con todas las disciplinas: no echamos tanto de menos lo que sucedía sino quiénes éramos nosotros. Ocurre con los festivales de música… Desde la antigua Grecia, leí por ahí, los jóvenes afirman que “los abuelos no entienden nada” y los ancianos critican a los jóvenes. Es algo antropológico.
P: Hablando de la naturaleza humana, el éxito de las voces periodísticas de opinión parece depender de la capacidad de generar consenso. Que el lector piense: “Esto me ha pasado a mí”. ¿Te asusta? ¿Lo buscas? ¿No te tienta llevar la contraria?
R: Cuando escribo no pienso en las reacciones de los demás. Es de lo peor que un columnista puede hacer. Por suerte o por desgracia, empecé con las columnas muy joven y ya tuve que exponerme pronto a la opinión de los demás. Y además lo hice escribiendo desde el “yo”. Me acostumbré a contar las cosas a través de mi experiencia, una manera de escribir que he ido potenciando y puliendo. Se intenta lo de siempre: ir de aspectos particulares a universales, de la actualidad a temas atemporales… Tampoco busco llevar la contraria porque sí, me parece un poco absurdo, y más ahora. Aunque lleves la contraria, siempre encuentras alguien que piensa como tú. Somos menos especiales de lo que creemos, como pasa con las aficiones de fútbol, que al final somos todas parecidas.
P: Se lo pedimos a los futbolistas, pero abstraerse de lo que los demás opinan de ti o de tu obra no es fácil para nadie. ¿Cómo lidia con las críticas un columnista?
R: No he conocido otra manera, porque cuando empecé a escribir no había redes sociales, pero sí foros en Internet, o bares, que era parecido. Intenté no hacer demasiado caso ni a lo positivo ni a lo negativo. Aquí entra en juego el ego, como con los futbolistas: si no tienes la suficiente confianza en ti mismo te pueden comer (con comentarios hirientes, con juicios sin conocerte…), pero si tienes demasiado ego, te comerás a ti mismo. Es necesario un equilibrio, releerte de vez en cuando y ser crítico contigo mismo. Lo bueno de la columna es que fidelizas, tu texto forma parte de la rutina de los lectores y puedes crear una relación muy especial con ellos. La gente conoce tu vida y tus gustos, tus virtudes y tus defectos, y con el tiempo te trata casi como a un amigo. Te perdonan. Es importante mantener una cierta coherencia, no tanto en la opinión sino en la manera de enfrentarte a la vida a largo plazo. Como pasa en el fútbol, la clave es asumir que no hay un drama cada semana, y que si pierdes en una, a la siguiente tienes la revancha.
Imagen de cabecera: Enrique Ballester.
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