Mirar los comentarios de los perfiles oficiales del Twitter de cualquier equipo no es un gran ejercicio profesional, pero siempre apetece. Hay una especie de fuerza, como si fuera un imán, que te atrae a ese barro repleto de gente que va a lo que va: trolear. Sin embargo, dentro de ese espacio entre bots y aficionados de conjuntos rivales, dispuestos a reírse de la entidad en cuestión, pueden esconderse realidades de seguidores descontentos. Al Leicester City le ocurre como a todos: muchos se burlan, otros maldicen y unos pocos dan motivos verdaderos del problema existente. El planteamiento defensivo de Brendan Rodgers es uno de los sinsabores de la gente que escribe como el de la famosa pintura de El Greco: con la mano cerca del corazón. En el pecho.
Ya hace un tiempo que renegué de algunas verdades absolutas del fútbol. He acabado pensando, con el paso del tiempo, que cuanto más se repita algo menos sentido tiene. Los foxes lo evidenciaron hace un lustro: levantaron un título cuando, según las casas de apuestas, era más difícil que lo ganaran a que Howard Webb fuera entrenador del Manchester United. Por ello, cada vez más, repudio algunas sentencias que parecen absolutas: la importancia, por ejemplo, del proyecto. ¿Qué proyecto tenía aquel equipo? Acababan de echar a su entrenador, con media plantilla peleada y con la idea de un probable descenso en la cabeza. Claudio Ranieri nos guiña un ojo.
Precisamente con Rodgers, los del King Power Stadium han buscado eso: una estabilidad. Ese famoso mantra de los bocetos a largo plazo es un paralelismo con tener una hipoteca y formar una familia. Con mirar a tu hijo y decir que por fin ha sentado la cabeza. Aquel conjunto de Ranieri se asentaba con dos líneas de cuatro; el actual se parapeta con cinco atrás. El norirlandés se ha unido a la moda de los tres centrales, una costumbre que casa con media Europa. Jugar con cinco defensas es como el pañuelo palestino a principios de década pasada: lo más normal del mundo.
El técnico de los foxes ha adaptado un 3-4-3 en el que los dos extremos son mediapuntas. Al final, esto va de ocupar espacios. El supuesto extremo debe dejar ese hueco ahí para que aparezca el carrilero de turno, donde hay que destacar al joven James Justin por la derecha. Un cañón. Por ahí, por esa zona de tres cuartos, donde el fútbol se cuece a fuego lento hasta que toca acelerar, debe aparecer una de las razones por las que uno paga la entrada: James Maddison. El inglés, por delante de Youri Tielemans y de otro centrocampista de corte defensivo, es el encargado de aportar balones a Jamie Vardy, el mayor talento de este conjunto. El ariete ahora se ríe, pero hace no mucho se decía que no iba a adaptarse a los sistemas del antiguo entrenador del Liverpool. Lo dicho: ahora nos tronchamos.
Los resultados, por ahora, le están dando la razón. Aunque, quizás, el Leicester podría ser líder en solitario si en algún encuentro hubiera tenido la oportunidad de tener los famosos cinco cambios que tienen en el resto de las ligas. Hay que recordar que en Premier League solo se permiten las tres sustituciones; contexto que aleja a los entrenadores de ser mucho más decisivos en los choques. El ejemplo más claro fue el del Fulham: los londinenses pusieron a sus once futbolistas detrás del cuero, sin presionar la salida de balón. El resultado fue una salida desde atrás inocua, teniendo ya a cuatro jugadores eliminados en cada jugada. En esos contextos, probablemente, deba prescindir de esa zaga de cinco. Ahí residen las dudas de los que entran en Twitter a quejarse. Mientras siga siendo gratis, lo harán sin dudar. Ocurra lo que ocurra. Aunque esta plantilla sea parte de un proyecto que apunta muy alto en Inglaterra.
Imagen de cabecera: Nigel Roddis/Getty Images